Todos somos extranjeros traducidos al alemán / Ángel Ortuño

La poesía polaca —afirma Krystyna Rodowska— es «casi totalmente desconocida por el lector mexicano». Hace este señalamiento en su breve nota de presentación a una pequeña antología de poesía polaca contemporánea que preparó para la Universidad Nacional Autónoma de México.
    La literatura polaca —de acuerdo con una nota publicada al respecto en el diario Reforma— «es todavía una extravagancia entre la mayoría de los lectores hispanoamericanos». A pesar de que, según lo consigna esta misma fuente, Polonia es un país que tiene cuatro premios Nobel literarios. Dos de ellos incluidos en la citada antología preparada por Krystyna Rodowska y generacionalmente anteriores a Ewa Lipska. Uno de estos autores es también una referencia para acercarnos a la poesía de Lipska: Wisława Szymborska, Premio Nobel de Literatura en 1996, con quien Lipska sostuvo una productiva amistad. Fernando Presa González, filólogo español y el único que había traducido poemas de Szymborska en el momento en que ésta fuera distinguida con el Nobel, es, también, traductor de Ewa Lipska. En el prólogo que escribió para su traducción de la poesía de Lipska, Presa González menciona tres vertientes de la poesía polaca inmediatamente anteriores a la generación de Lipska y cuyo influjo puede rastrearse a lo largo de su escritura poética: el lingüismo poético, el clasicismo y la herencia de las vanguardias. Caracteriza a la primera por su búsqueda de «un nuevo lenguaje poético» y menciona como representante la obra de Miron Białoszewski; la segunda —el clasicismo— está integrada por quienes «permanecen fieles a los valores de la razón, la inteligencia, la belleza y la virtud moral», aquí menciona a dos de los autores polacos que han ganado el Nobel: Czesław Miłosz y Wisława Szymborska. Finalmente, como heredero de las vanguardias históricas, menciona a Tadeusz Różenwickz, «la voz poética después de Auschwitz», en palabras de Presa González.
    Como sucesores del antiesteticismo de Różenwickz, Presa González refiere a Andrzej Bursa y Stanisław Grochowiak, representantes del «turpismo», un término acuñado por Julian Przyboś en 1962 y que proviene de la voz latina turpis y significa «feo», «inmoral». Los turpistas sostienen que la pureza del arte es una falsedad.
    Es al final de esta década, en 1967, y en este contexto cuando Ewa Lipska publica su primer poemario bajo el título de Versos.
    La presente antología comienza a partir de un título posterior, que forma parte de una serie de colecciones de versos de la autora bajo la denominación genérica de «antología de poemas» y antecedida por el respectivo número ordinal. Específicamente, comienza con la Tercera antología de poemas, aparecida en 1972.
    Es conveniente retroceder cuatro años, al emblemático y convulso 1968, para situar generacionalmente a Ewa Lipska dentro de un grupo que fuera luego denominado como la Nueva Ola de la poesía polaca y cuya sublevación se dirigía a desenmascarar la felicidad aparente y sus mentiras. Un poema de Ewa Lipska es referido por Presa González como «el manifiesto poético generacional»:
   
    Nosotros —generación de postguerra abierta de par en par— en el plenamente confortable estado de nuestro cuerpo leemos a Sartre y guías telefónicas.
    Consideramos atentamente cada temblor de tierra. Nosotros. Generación de postguerra de tranquilas macetas.
   
    A partir de esto, y siempre desmarcándose de la etiqueta de pertenecer a un grupo específico, ya sea por temas abordados o recursos retóricos empleados, Ewa Lipska comenzará una producción poética que muy acertadamente ha sido descrita como «escepticismo surrealista» para referirse a la manera en que, en sus poemas, se conjugan las experiencias previas dentro de la tradición poética polaca junto con un proceso de búsqueda y recuperación de formas y registros expresivos bajo la lucidez implacable y desencantada de una elegante ironía, así como de una «imaginación insólitamente vivaz», según lo afirmado por el poeta y crítico literario Piotr Matywiecki. Todo lo cual podemos constatar desde el primero de los poemas aquí reunidos:
   
    Niños
    Los niños raptan ministros y aviones.
    Los niños emigran al fin del mundo.
    Los niños delatan a sus padres.
    Los niños luchan por los derechos de las muñecas.
    Los niños están sentados con sus abrigos de caracul.
    En el aire revolotean pastelitos rosa.
    Los niños recuerdan el Imperio Romano
    y asienten tristemente con la cabeza.
   
    Los límites de la poesía, tanto formales como de reconocimiento de su casi inutilidad para incidir sobre la vida humana, son un asunto que también se bosqueja desde sus primeros textos, siempre con un sentido del humor que añade al gesto de sarcasmo una profunda compasión ubicada lejos de todo discurso grandilocuente:
   
    Mensaje
    Escribir para que el pordiosero
    crea que es dinero.
   
    Y los que mueren
    que es su cumpleaños.
   
    Una figura que surge pronto en la poesía de Ewa Lipska y que reaparece a lo largo de los más de treinta años de escritura que compila Salida de emergencia es la del turista. Con gran habilidad, Lipska nos presenta la conocida caricatura de este tipo humano como aquél al que la curiosidad banal y la sed de exotismo llevan a tener un contacto apenas superficial, y generalmente prejuiciado, con otros lugares y otras personas, con otras formas de vivir; pero aquí irrumpe nuevamente la visión de auténtico escritor satírico que Lipska ejerce implacablemente: no se escarnece la ridiculez de cierto tipo humano, sino que se reconoce la ridiculez sustancial a la condición humana toda mediante el recurso a un tipo específico.
   
    Grupo de turistas
    Me fueron reservados una lengua y un país.
    Pudo haber sido peor aunque no está demasiado bien.
    En el mapa apenas si es la mesa de un restaurante.
    Un mantel a huellas dactilares.
    Había cuatro institutrices que no me quitaban la vista de encima.
    La primera no dejaba de corregirme los pensamientos y de
    Arreglarme el cuello.
    La segunda cayó de las escaleras que llevaban a Monte Cavello.
    Al parecer un número impar de escalones
    Tenía que habernos traído suerte.
    La tercera me contagió la burla.
    La cuarta coronel de policía
    Me leía denuncias para que me durmiera.
    Todo aquello parecía normal.
    Un grupo de turistas intentando encontrar su sendero.
    El son no vaciló ni por un instante.
   
    Esa lengua y ese país que le fueron reservados a la poeta y que en el mapa apenas alcanzan las dimensiones irrisorias de una mesa de restaurante, el idioma y la nación polacos, y que a nosotros
—lectores mexicanos— nos pueden resultar tan lejanos y ajenos, son, en realidad y paradójicamente, una condición de cercanía. Como se ve claramente en los versos finales de «Los becarios del tiempo», contenido en el libro epónimo de 1994:
   
    Nos parecemos todos los unos a los otros
    Y somos como acciones a la baja
    O como un telegrama mortal.
    El manual de instrucciones es otro
de los formatos aparentemente neutros de escritura que son subvertidos por la poesía de Ewa Lipska. Un ejemplo de ello es el título Gente para principiantes, publicado en 1997 y ubicado hacia la mitad de esta antología. Hecho que obedece no exclusivamente a la cronología sino, también, a un punto de inflexión en la escritura de Ewa Lipska. Es en este libro donde se delinea nítidamente un personaje, un destinatario explícito de los poemas que irá cobrando una mayor relevancia hacia el trabajo más reciente de la autora, la señora Schubert:
   
    El origen, querida señora Schubert, es la sumisión ante la memoria. Una serie de catástrofes con acento del norte. El pecado de comparar el chocolate caliente con la húmeda playa de la cama. Los solitarios a los naipes, sin bautizar, el melancólico rosa de las acuarelas. Los registros taquigráficos de un asma moribundo. Nunca he tenido el valor suficiente para recuperar los recuerdos. Las correcciones las devolvía sin leerlas… A las fotografías les daba vuelta boca abajo. Todos somos extranjeros traducidos al alemán. Nos une un mismo desconcierto, querida señora Schubert; y le ruego que no responda a éste con una carta certificada.
   
    Y ya que de ser traducidos hablamos, no sobra señalar que, en el caso de esa pequeña mesa de restaurante, la poesía de Ewa Lipska ha sido traducida a más de quince idiomas, el nuestro entre ellos y particularmente en esta antología, en una cantidad y calidad que hacen necesario y gozoso nuestro acercamiento como lectores. La propia Ewa Lipska ha escrito al respecto. En su libro En otra parte (2003) está el poema «Mis traductores»:
    Un trasplante de palabras
    De mis cirujanos. El suyo.
    Imposible de trasladar
    A este breve poema.
   
    Y yo
    Hago el amor en tantas lenguas a la vez.
    Letra tras letra absorbo la humedad en Nässajö
    Mientras encuentro en el bosque mis poemas ilegítimos.
   
    Al formidable trabajo del poeta Abel Murcia debemos nosotros, lectores en español, estos «poemas ilegítimos» que nos recuerdan el eufemismo extraño y lindísimo para referirse a los hijos ilegítimos: hijos naturales. La poesía de Ewa Lipska en las traducciones de Abel Murcia tiene la naturalidad de la poesía en nuestro propio idioma. O en el de nadie y todos. Porque todos somos extranjeros con destino a la salida de emergencia. Y, como dice el poema que cierra esta antología:
   
    Querida señora Schubert, menos mal que sigue existiendo
    un país que está en todas partes y que se llama Poesía l
   

    •     Salida de emergencia, de Ewa Lipska (trad. de Abel Murcia). Postdata Editores, Monterrey, 2012.
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