Tijuana I / Miguel Toral

Celaya, Guanajuato

La mirada penetrante devoraba segundo a segundo ese letrero de rojos colores.

Aún no sabía si entrar o no. Le provocaba miedo tomar decisiones tan apresuradas. Seguía observando, si es que observaba. Seguía andado, si es que aún podía sostenerse.

Al final del pasillo, el mal olor a cadáver envolvía la desatinada figura del médico cirujano.
La estela de humo hacía suspirar más tenuemente a los que ahí habitaban. Si es que aún les quedaban pulmones o si tal vez aún vivían ahí.

Tijuana… Lo podía contar con mucho detalle, pero no era el instante adecuado. Si es que ese instante existía, o si es que aún vagaba francamente por las cercanías de la ciudad.

Manzana roja que intenta caer a la muchedumbre emancipada, que intenta hacer perecer el descontento de hace unos segundos cuando el médico sonrió.
– Ha muerto… lo siento.

Alcanzo lejanamente a oír los tiroteos mentales que a mi alrededor atosigan a las letras que escurren de mi cabeza, manchando a su vez la sombra tísica del medio. Si es que éste aún tiene presencia.
Dio unos pasos y se acercó a la ventanilla.
– Dos pa’ Tijuana…
Caminó unos pasos más y abordó el autobús.

No sé por qué, pero sentí la enorme necesidad de regresar a matarlo. Sus gemidos delirantes de can penetraban la avenida. Pude ver, porque así lo hice, que una masa viscosa brotaba del abdomen. Continué conduciendo. No le daba importancia o es que quizás no la merecía.

Así pues, anduvo entre la multitud jadeante, como profeta que visita su tierra. Platicó de vez en cuando con aquéllos, lo sé porque de eso es de lo que hablan hoy.

Partió algunas frutas y las comió. Devoraba, según dicen, a la sobrina del tendero; era natural, pues en Tijuana todos saben de su enorme belleza. Si es que la sigue teniendo, pues desde hace mucho que no se la ve por aquí.

Dos disparos habían detonado a la mitad de la carretera, era por fin el día en que los neo- liberalitas entrarían a ocupar el frente de la ciudad. El gobierno, asustado, había montado guardias en toda la extensión del territorio.

Si hubiese estado ahí, el volumen hubiera sido mucho mayor. Pues a mi preferencia, la buena música se escuchaba hasta el máximo. Fobia en la rockola, era el indicado de secuenciar el instante de eso. Si es que eso iba a pasar.

– Bienvenido a Tijuana – decía el cartel de enormes proporciones, diseñado en color rojo para llamar la atención. Si es que alguien en ese lugar podía tenerla.

 

 

Comparte este texto: