Tiempo fuera / Saúl Peña

Presentación 2009
No estoy seguro de que la radio y la literatura, como en los diagramas de Venn de la teoría de conjuntos, presenten intersecciones. Descreo de los promotores de la lectura —aquellos que emplean la oralidad como arma filocortante en peroratas interminables a favor de la palabra— tanto como creo en la fortaleza intrínseca de la tinta sobre el papel; tanto como confío en el poder de la voz como medio de comunicación. Pero hablo en primera persona. Escribo aquí en primera persona porque, como en la radio, hablar a nombre de terceros me suena impostado.

Antecedentes 2002–2004
Lo que sigue son extractos de colaboraciones que hice ad honorem durante casi dos años para Tiempo fuera, una sección semanal —lamentablemente fenecida ya— dentro de la primera emisión del noticiario Antena Radio, del Instituto Mexicano de la Radio (imer). Tiempo fuera tenía por insignia crear una pausa en medio de la avalancha informativa, un remanso dentro del recuento cotidiano de los daños. Lo que sigue son viñetas apoplejadas por la coyuntura del momento, teñidas por el tiempo, pensadas para un formato radial antes que para uno imprerso, mas escritas ex profeso
para ser grabadas y transmitidas cada martes a las ocho y media de la mañana. Y creo —sigo en primera persona— que algunos pedazos de esta retacería, hechos a la velocidad del teclazo y con la premura del periodismo, tal vez sirvan para dejar constancia de que la radio y la escritura, en franca contradicción, tal vez sí presenten zonas de unión e intersección. Me resta agradecer al escritor Antonio Tenorio por la invitación a colaborar con el imer y a las periodistas Ana Cecilia Terrazas y Maricruz Zamora por su aquiescencia para que lo que aquí sigue pueda aparecer publicado.

 

Agosto en Europa

Cada vez que llega el mes de agosto me doy cuenta de la brecha que existe entre el mundo desarrollado y el no desarrollado. No me refiero a las maravillas de la tecnología, a los últimos avances en medicina, a sistemas jurídicos confiables o de transporte público eficiente; no. Me refiero a echarse panza arriba en la playa sin el temor de que a uno lo manden llamar de la oficina por una urgencia. El arribo del verano en el viejo continente implica, desde la postguerra, que la gente se tome un mes entero
de vacaciones. No es mi intención decir que, por tener un mes completo de
veraneo, vivir en Italia sea mejor que vivir en México. Lo que quiero subrayar es que la calidad de vida tiene poco que ver con hardware y software, con alta investigación y aceleradores de neutrones, como quieren hacernos creer. Calidad de vida significa que durante agosto nosotros seguimos en la chamba y los europeos rascándose la panza.

Los lunes al sol

Está comprobado que las tardes de domingo deben emplearse para nulificarlas, para de alguna manera hacer que el mediodía y la noche del domingo estén lo más cercanas posibles. Pero si, por un lado uno sucumbe al refrán de que «el domingo hasta los ciegos van al cine» y, por el otro, peca de cinéfilo amateur, obtiene un resultado que, lejos de acortar la tarde dominical, la expande hasta los límites de la depresión. Y como para deprimirse un domingo la desventura propia es suficiente, ya estaríamos llamando a nuestro diputado local y deprimiéndonos al oírlo hablar, suplicándole a lágrima viva que legisle en contra de la exhibición de películas deprimentes los domingos en la tarde.

Insomnio

Hay un fantasma que ronda mi casa y que se aparece los domingos por la noche. No se presenta ni los jueves, ni los martes por la tarde, ni los días festivos, ni los solsticios de invierno. Hace su aparición los domingos, pasadas las 11 de la noche, que es la hora en que los hombres de buena voluntad ya deben estar babeando la almohada para enfrentar el inicio de la semana laboral. Cierro el libro que estoy leyendo, apago la luz y en ese momento sé que las siguientes cuatro horas me las voy a pasar leyendo y dejando de leer, tomando agua y diciéndome «No tomes tanta agua», pensando y tratando de no pensar, todo para maldormir tres horas y levantarme, el lunes por la mañana, con la certeza de que va a ser un día horrible y a las 4 de la tarde voy a tener más sueño que Marco Polo después de haber cruzado los Cárpatos a pie. No por nada dicen que más feo que la mañana del lunes, solamente la noche del domingo. Por eso no hay restaurantes abiertos los domingos en la noche; por eso, de hecho, casi nada está abierto los domingos. He llegado a pensar que los únicos que trabajan los domingos en la noche son mi fantasma y sus aliados. Porque, a juzgar por las caras de mis conciudadanos, la legión de insomnes de domingo somos muchos. Somos eso precisamente: legión.

Cámara de video

Me siento indefenso ante la cámara en una fiesta, en un bautizo o una simple reunión. Todo parece indicar que grabar video en un evento ha desplazado a estar en el evento, a vivir el momento efímero con todo el goce que lo efímero contiene, como si la imagen grabada y destinada a ser reproducida en otro lugar y otro tiempo fuese más importante que haber estado allí y entonces. Quiero que mi derecho a olvidar sea mío, no de la persona que me filma y me hace ser otro cuando me dice «Di algo para la cámara». Quiero que mi memoria sea selectiva, caprichosa, incomprensible, influenciable, azarosa, sensorial, olfativa y gustativa. Quiero poder olvidar, como en las canciones de mariachi, aquello de lo que ya no me quiero acordar.

Exceso de corrección política

La cosa es así: este personaje ignora que el masculino, empleado en su acepción más encomiable, incluye a los dos géneros, sin detrimento o soslayo del femenino. Cuando digo «el hombre conquistó la Luna», uso un artículo y un sustantivo masculino para expresar una colectividad: «el hombre», como también podría decir «la humanidad» o «la raza humana». Que esta noción de colectividad esté dada por cierta morfología —en español en particular y las lenguas romances en general—, es debido a que tenemos al latín como lengua madre; no al machismo de los pueblos que hablan castellano, catalán, portugués, francés o italiano. Y el personaje, hace apenas unos días, en un alarde de ingenio verbal y por decreto imperial, renombró a la Rotonda de los Hombres Ilustres como la «Rotonda de las Personas Ilustres», queriendo así congraciarse con las damas subrepresentadas en tal recinto. Pero al nuevo nombre aún le falta corrección política y equidad de género. Mi sugerencia es que a partir de ahora se llame «Rotonda y Rotondo de las Personas y los Personos Ilustras e Ilustros». Así nos aseguramos de que nadie se nos ofenda.

Irak por televisión

Para el mundo de afuera, Bagdad es una imagen silente en negro y verde, casi siempre de noche, en las horas o minutos de calma aparente que anteceden el bombardeo. Pero en realidad esa imagen muda no es Bagdad: Bagdad es hombres, mujeres y niños acuartelados, algunos comerciantes cobijados bajo la luz del día tratando de recomponer su vida y su cotidianidad secuestrada, abriendo su tienda en la mañana, su peluquería o su taller mecánico; son las 5 de la mañana con el rezo a Alá. Bagdad es una imagen en verde y negro en la televisión en las horas de calma, un recuadro rojo y naranja a la hora del bombardeo, columnas de humo y la ficha técnica de los misiles que se están empleando en ese momento, olores humanos, pulsiones vitales, esperanzas quebradas que la imagen de televisión no capturará, ocupada en dar el recuento de víctimas en el panel de mensajes, justo abajo del recuadro de la pantalla en verde y negro.

Conciliación de la chequera

Los cargos y los abonos. La expedición de tus esperpentos, de tus rectangulares vástagos con tirita electrónica. El registro de cada operación, más depósitos menos retiros y ahí tienes, lerdo aprendiz, el saldo nuevo. Y si te dejas distraer por las faenas que ocupan tu rutina miserable, novato infeliz, no me quedará más remedio que despertar al monstruo, al que no dudaré en usar para tu escarmiento: el temible y espantoso sobregiro.

Freedom fries

Nunca antes nos habíamos percatado del nivel de ostracismo que permea en la sociedad estadounidense —si bien ya éramos conscientes de lo extraño que resulta para un gringo cualquier cultura que le es ajena, su particular ingenuidad ante usos y costumbres distintos de los suyos, su aversión ante cualquier paradigma que se aleje del trío galáctico de hamburguesa, papas y refresco. Si la próxima vez que comamos un filete, en lugar de papas a la francesa olvidamos pedir «papas de la libertad», ¿nuestra libertad de llamarles como nosotros queramos será coartada? ¿Cabe en la mente de alguien tal aberración por unos tubérculos inertes? ¿Quién decidió por nosotros que las papas tienen nacionalidad, conflicto de intereses o posición frente a la guerra?

Final del juego

Llego al aeropuerto para abordar el avión que habrá de depositarme en mi ciudad de origen. No pasan ni 15 minutos antes de que un empleado me regale una flor verbal: «Estimados pasajeros, si pueden pasar a la sala 2, de favor». Qué maravilla, ¿no? En primer lugar, porque es imposible discernir si el si de «si pueden pasar» es una afirmación o una hipótesis. En el primer caso, el de con acento, podríamos inferir que el empleado es muy enfático pues nos convence a todos: «sí, pueden pasar». Pero lo que en realidad dice siembra una semilla de duda, pues pronuncia «si pueden pasar», lo que más bien sugiere que utiliza un si sin acento, su segunda acepción: la conjunción empleada en frases disyuntivas, hipotéticas, causales y distributivas —según María Moliner, el uso fundamental de si es la formación de la prótasis en la oración condicional: «si tuviera tiempo…», «si tú me amaras…». El empleado dice «si pueden pasar…», dándole su justo lugar al albedrío de los pasajeros, al vislumbre de nuestra conjetura, a los fatídicos puntos suspensivos. En segundo lugar porque el empleado del aeropuerto dijo: «Estimados pasajeros, si pueden pasar a la sala 2, de favor». Estas dos últimas palabras constituyen un retruécano francamente memorable, pues no dijo «por favor», lo cual hubiera probado su amabilidad y buenos modales; tampoco dijo «como un favor», lo que ya hubiera sido un exceso de galantería y destreza oral. Dijo «de favor», y todos entramos ahí, a la sala 2, contentos de estar tan próximos a abordar. Esto me hace reflexionar en que, hasta en un aeropuerto furris, en los albores del siglo xxi, aún es posible encontrar versiones contemporáneas de Lucano o Petronio vestidos de azul, dignos de proferir sentencias que anidan en la frontera del conocimiento, cuya sabiduría hace llevadero, y hasta placentero, el fin de las vacaciones.

 

 

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