Quizá ésta sea la última vez que estemos juntos
que nos miremos
que podamos respirar el mismo aire
que nos podamos decir adiós
mirándonos a los ojos: Adiós.
No me voy, ya me fui
tan lejos que nadie sabe dónde termina una noche
y comienza la próxima.
La noche de los siglos allá arriba.
Las estrellas son las flores de un cementerio
llamado Parque General de los Sueños Rotos
donde no hay mausoleos
sino mediaguas celestes y muchas fotos
de alguien que no halló mejor lugar para esconderse
que detrás de un flash.
Guarden sus cámaras, es en vano.
Mejor pongan atención a lo que les diré ahora:
Primero. Nunca fui feliz, porque una no es ninguna.
Segundo. Todo lo que no me dieron y me correspondía
dénselo a mi madre y a mi hermana. Les pertenece.
Tercero. Viví la poesía chilena
como si la poesía no estuviese agonizando
ni Chile estuviese muerto.
Cuarto. Las millas de vuelo, las horas en carreteras,
los kilómetros en el mapa
se los doy a los niños para que sueñen
como pude soñar yo.
Quinto. Mis libros deben estar al alcance de los muchachos
que odian al mundo y aman el universo
porque el universo los ama pero el mundo los odia.
Sexto. Gracias a las montañas, pues allí quiero descansar
hasta que vuelvan a ser el fondo del océano.
Séptimo. A mis amigos y amigas
les dejo mi vida anónima.
Las furibundas noches que convertimos en poemas.
Las alegres horas. La cerveza y el dolor.
Las peleas que terminaron en la cama.
El reír. El llorar. La sangre.
No hay más nada.
Sólo la última fiesta
y algunos libros destinados a desaparecer.
Quizá ésta sea la última vez que estemos juntos.
Ustedes morirán
y yo no.