Te propongo quedarte callado / Oscar Manuel Díaz

Taller Luvinaria (CUCEA)

Lo último que pude escucharle decir fue que me detuviera. Durante meses no me había molestado escuchar su voz, durante muchas noches esa voz me servía de entretenimiento, de hecho, antes de ayer me agradaba escucharlo.
    Martín no era culpable de nada, es otro locutor más que se tiene que ganar la comida en este mundo lleno de perros, todos compitiendo por un mísero trozo de carne. Pobre Martín, tanto trabajo que le costó poder estar frente a un micrófono en una estación de radio. Cuando recién empezó su programa tuvo la delicadeza de contarnos que sus padres no lo apoyaron, que jamás creyeron en él y que por su propio esfuerzo llegó hasta donde estaba.
     Martincito no es un mal muchacho, muchas veces compartí con él opiniones de política, ambos sabemos que los pinches políticos son unas sanguijuelas mamándoles la sangre a los ciudadanos, claro, todos ellos interesados sólo por la sangre verde, ésa que lleva genes de sor Juanita, es la sangre que no se reemplaza bebiendo litros y litros de agua, no sé quién tuvo la absurda idea de que la sangre era el liquido vital de los seres humanos, según mi opinión hay otra clase de liquido que da origen a la vida y no es color rojo.
     Pobre Martín, tenía planeado ser candidato a diputado, pero ambos sabemos que yo no permitiría eso, Martincito, no puedo tolerar que tu lengua se llene de mierda y que te ahogues con ella, no por un puño de papel moneda. Tu trabajo sólo es hablar, hablarnos a nosotros los que esperamos que el mundo cambie, que los humanos dejemos de chingarnos unos a otros. No puedo permitir que te vuelvas un simio, Martín. Tú no.
     ¿Recuerdas la primera vez que charlamos? Estoy seguro que no recuerdas ni mi voz. Yo soy el señor López, el mismo que te dijo que admiraba tu trabajo, que todas las noches apagaba el televisor y encendía la radio para escuchar tu programa, después de todo, la televisión está de parte de los políticos; así son los perros, se adueñan de todo.
     Yo creía en ti, Martín, pero tenías que joderlo. ¿Quién te metió la idea de ser diputado? Seguro fueron los cochinos partidos, siempre queriendo tener más títeres, siempre queriendo seducirnos a nosotros los buenos hombres.
     Bueno, mi querido locutor, ya no tienes de qué preocuparte, ambos sabemos que tu trabajo sólo era hablar, hablarnos a nosotros los buenos hombres, pero querías decirnos mentiras tu también, querías ser parte de ellos, de los que tanto criticábamos, son chingaderas, Martín. Por eso tuve que afilar mis tijeras de jardinero esta mañana, por eso tuve que esperar a que terminaras tu ultimo programa y golpearte hasta que quedaras inconsciente, para que no vayas a decirnos mentiras, para que no pierdas tu esencia y buen corazón. Yo te quiero, Martín, me agradas, no te enojes conmigo, tu lengua ya no quería hablar, hablarnos a nosotros los hombres de bien.

 

 

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