Tal vez / Mario Heredia

para que nada nos separe,
que nada nos una
Pablo Neruda

 

Tal vez el tiempo y tú sean lo único real en este mundo. Y yo solamente un sueño muy violento y muy lejano. Como la nube oscura y pesada que se quedó aquella tarde sobre mis hombros antes de volarte la cabeza. Un sutil murmullo, un hilo de viento tan fino como un cabello que en línea recta cae fue el anuncio. Estabas de frente, no como siempre de espaldas tratando de subir la pesada red al barco.

Tal vez tú, el amor y tú, tal vez solamente yo que te recreo a cada momento en este lugar, hasta que logre que todo se detenga y pueda encontrar entre todas las estatuas de la tierra la tuya, abierta, mostrando el pecho, tu corazón musculoso y frágil, enorme de tan rojo y tan bondadoso.

Tal vez un día nosotros estuvimos juntos en aquel mar violento, aunque ni siquiera haya sido en el recuerdo, o quizá sólo fue eso, el recuerdo que se inventa para poder así crecerte hasta convertir el pájaro en idea, el helecho en viento y tu boca.

Tal vez así fue, y recorrimos una sola vez el trayecto limpio y fresco de isla a isla, apestosos a sudor y a parafina, jorobados ante el viento, arrugados, con la barba de tres días y una sonrisa que no se nos caía ni un segundo de la boca.
Voy a ir. No lo hagas y colgué el teléfono. Y mi mano no se apartó del auricular hasta mucho tiempo después, cuando brillaron los faros contra la ventana. Lo sabía, no podía suceder de otra manera, esperé en silencio a que dejara de escucharse el motor y entonces tus pasos que la tierra y pasto crecido se querían tragar sin conseguirlo.

Tal vez si en ese instante que ahora quiero recordar hubiese corrido a la puerta, cargando la escopeta como si fuera un niño recién nacido, apenas respirando, apenas tibio por el contacto con mis brazos, te hubiera salvado. Si hubieras visto el cañón frente a tus ojos te hubieras dado la vuelta y perdido en la oscuridad y en el silencio.

Tal vez, si hubiera sucedido así, como quisiera recordarlo, no hubiera tenido que recorrer el mismo trayecto una y otra vez para lograr encontrarte en algún grano de sal y en el silbido del viento fino que se colaba por mi chamarra.

Tal vez, y eso ni aún hoy lo creo, los seres humanos en realidad no tenemos ninguna escapatoria, todo está dado y el caso es solamente tomar el camino más sinuoso y lejano para llegar a lo mismo y así no caer en la monotonía. Después de todo padre, amante o víctima son sólo palabras.

Por eso la escopeta, por eso tu cuello ancho y tus enormes manos que golpearon una y otra vez la puerta hasta sentir que la derribarías. Una y otra vez, y yo en silencio. Una y otra vez al igual que mi corazón que latía sin ninguna sintonía, como descompuesto y yo recordando el mar, recordando el roce de nuestros antebrazos y nuestros muslos anchos y húmedos bajo la mezclilla ensopada de agua de sal.

Tal vez sí, o tal vez no hice lo correcto al no querer abrir la puerta y así no tener que disparar el gatillo con mi dedo colorado y tieso de tanto estar ahí, tenso, listo. Abre. Sí, era tu voz, la misma voz oscura y seca como el chocar de dos piedras. Mejor encerrarme en la habitación para no escucharte.

Tal vez la esperanza podría ser mi único asidero, el deseo, esa espera en el muelle a que llegara el barco y tu mano saludando, tu sonrisa bajo la gorra de pura lana color naranja y tus piernas bien plantadas sobre la cubierta formando una V invertida.

Tal vez mi padre hubiera sido así, tal vez podrías haberlo sido, tal vez yo hubiera sido un buen hijo, un hijo modelo, tal vez. Pero la orfandad, esa falta de la mitad del corazón, hizo imposible sanarme. Cómo poder quererte entonces sin tantos miedos, cómo querer vivirte y hacerte sobrevivir.

Escuché el vidrio de la ventana quebrarse, la aldaba crujir y tu salto sobre la duela, como de un saco pesado y viejo. Y luego tu voz, tu voz que me llamaba y yo con la escopeta apuntando a la puerta, desde mi cama. Esperé. La puerta no tenía seguro y vi la perilla dar vuelta, lentamente, igual que el timón del barco que tantas veces dejaste en mis manos y tus manos sobre las mías y tu cuerpo sobre mi cuerpo, apestoso, barba que rozaba mi cabeza y bajaba por mi cuello y me hería. Un pescador eras, nada más fuiste eso, un pescador que contrató a un muchacho para enseñarle lo peligroso que puede ser el mar.

Tal vez hoy, frente al televisor. Tal vez hoy, mientras espero que una esposa cualquiera esté lista y la vea bajar la escalera de la mano de mis dos pequeños hijos. Tal vez hoy, que jugaré a estar sentado frente a dos caras secas. Tal vez hoy mientras un hijo cualquiera recita una poesía navideña y una hija cualquiera me entrega un regalo, pueda echar fuera unas cuantas lágrimas.

Tal vez soñar que te sueño no sea tan irreal como el amor mismo. Como el miedo a querer aceptar al hombre que siempre ha existido aquí adentro. Tal vez si yo te nombrara el pecado terminaría y podría correr sobre el recuerdo a tus enormes brazos tatuados con la sal de todos los bules de la tierra.

Pero no esperé a ver esos dos ojos, ni siquiera a apreciar tu tamaño agachado en esa puerta que sería tan imponente como cuando me esperabas en la noche, después de una larga faena, a compartir el estrecho catre y jugar a no caer nunca, nunca. El mar no es traicionero, lo que sucede es que el mar siempre está hambriento, me decías. Y tus palabras eran todo lo que entonces necesitaba, tus palabras unidas al olor de tu boca de dientes amarillos y lengua un poco blanca. Pero no, no esperé ni tu olor ni tu voz. Fue disparar aquel inmenso trueno que llenó la casa de bruma y olor a feria de pueblo.

Tal vez fueron dos velas que yo convertí en muchos incendios. Tal vez fue gasolina y no agua de mar con lo que bañé tu cuerpo. Tal vez todo fue un sueño mal soñado para matar el recuerdo y la culpa, tal vez. Y entonces ver las llamas subir y subir muy alto, hasta volverse parte de ese cielo y cambiarlo de color por un amanecer. Tal vez estoy pensando el porvenir que nunca llega, porque cuando llegó no me di cuenta. Tal vez sienta hoy tu mano en mi cabeza, esa mano fuerte y amorosa que me dirá Levántate, hijo, ya es hora.

La última noche te sentí sobre mi cuerpo, tan pesado. Me aplastas, dije, pero tú no me quisiste hacer caso y, como la nube, te plantaste sobre mí. Un padre omnipotente que me hizo su hijo, su amante y ya no pude soportar el peso. Y qué ganas tuve siempre de tener un padre, y cómo soñé con el momento de tenerte, pero no así: sudor, gemido, baba espesa. No, así no quería tener un padre y fue entonces que me revelé y huí a la cabaña, la única casa desde que nos conocimos.

Tal vez yo no te entendí, ni entendí lo que era una obsesión, un deseo, el amor quizá, tal vez. O tal vez es ése, el destino ya tirado sobre la mesa desde que uno nace, quien me hizo alejarme tanto, esconderme y esperar, esperar… Ven, levántate, ya es hora de empezar la pesca.

Tal vez, si me hubieras hablado, si me hubieras explicado, tal vez. Porque si es un sueño es tan real y tan largo que me agota. Tal vez yo no entendí y ahora, tal vez, sí soportaría tu peso, tu baba, tu aliento, tal vez. Porque te extraño. Tal vez no hay un padre modelo, ni tampoco un hijo.

 

 

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