Sombra perfecta / Janeth Alejandra Ortega Varo

Preparatoria 12

Ella siempre me acompaña y
en silencio me rodea con sus brazos.
No protesta ni se queja,
sólo a mi lado está en todo momento,
es cómplice de mi extensa vida.

La  he observando profundamente:
tan sola y tan frágil,
pero siempre bella al compás
de la luz eterna del mediodía.

Me ve de algún lugar
y me siento en verdad importante,
después yo la observo y
descubro su sensacional delicadeza
que me infunde confianza y
que me convierte al instante
en  su más preciado modelo a seguir.

Tan cerca y  tan distante.
Sinceramente,
ninguna más que la otra.
Si me preguntan por la más importante
yo elijo la distancia,
al reflexionar que de ella no sé nada.
Si me ve o si me escucha,
son sólo cuestiones que siempre me abordan,
pero que al no encontrar respuesta
me cobijan en la estrecha  incertidumbre de su impresionante grandeza.
En mi solitario mundo, me pierdo admirándola,
 pero igual que la aurora boreal, tiende siempre
a acabar. Siempre de la misma encantadora
manera que me enciende  el pecho y
que me ayuda a respirar.
No importa cuánto vuelva a nacer o cuánto
 vuelva a sucumbir, solo sé que extrañamente
su ciclo de vida no me llega a aturdir.

Compartimos tanto que llegamos a mezclarnos,
uniendo perfectamente una a una las piezas de
nuestro pequeño pero armónico
rompecabezas, que a su anhelado término deja
en el camino a ese  ser maravilloso de dos tibias
 almas pero de un mismo corazón.

Cuál es la falsa, y cuál es la real
no me importa, porque sé que
al volverme invidente todo puede pasar.
Me puedo perder en las inmensas tinieblas que
nublan todo en un instante o puede
impregnarme en su dulce aliento que
me acuna en los días de sueño interminables.

Ahora cada día me entrego a la vida de dicha,
que sólo se encuentra justo a su lado, ese
calor que día a día me llena el alma y esa
fresca esencia interminable que me envuelve
hermosamente con su cálida y única presencia destellante de larga vida.

 

 

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