Soledad / Edgar Daniel Rodarte Landeros

Hace años que me encerré en mi cuarto y no he vuelto a salir desde entonces. Tiempo atrás sellé la puerta, le puse broche y aquí he permanecido el resto de mis días. No tengo nada más que mi habitación, y el baño en la puerta contigua. No necesito más. Vivo como todo ser humano, entre cuatro paredes; mejor que un pobre y peor que un empresario. La diferencia está en que yo no soy humano, los humanos necesitan sol y el calor que genera me quema cada una de las llagas que tengo en mi cuerpo. Odio la luz y detesto el día, todo por ese maldito sol que me desquicia, me desespera. Siento que pudre mi piel y que esas ampollas en cualquier momento van a explotar.
     Hace mucho que no veo a un ser humano, he olvidado por completo cómo son. Me veo al espejo y supuestamente son como yo debería ser, pero eso no es cierto.  Yo ni siquiera sé qué soy. La oscuridad me impide verlo con claridad.
      La oscuridad me transmite frío y eso sí me gusta. Me hace sentir humano.
     Por eso amo la noche y adoro la oscuridad. Cuando anochece, todo se torna gris opaco y me reconforta. Estoy acostumbrado a ver salir la luna y sentir los vientos fríos que entran por la ventana. Me inspiran a seguir leyendo o pintando, porque de día no se me da hacer eso. Me cuesta mucho leer con el sol porque me quema, pero abro la cortina de mi ventana y al claror de la luna, con sus rayos, me guío entre las palabras y las oraciones. Antes de sellar la puerta me prometí que terminaría de leer a Lovecraft, y como no pude en aquel entonces, lo hago ahora que vivo en soledad. Me ha encantado.
También a veces pinto. Tomo lo que tengo más a la mano, una hoja de papel o hielo seco, botes pequeños de pintura, y me pongo a pintar. Una brocha, un pincel, incluso mis dedos, todo me sirve para pintar. No distingo qué color tomo, yo simplemente pinto. Tampoco sé lo que pinto, y nunca lo he visto, pero sé que lo hago, y eso me tranquiliza. Vuelvo a la vida en un santiamén. Me gustaría pintar a un humano, pero ellos no salen cuando oscurece. Nunca he visto uno andar por la calle a altas horas de la noche. Seguramente el frío o la lluvia los refugiará en sus casas.
     Me gusta la lluvia. Es un bello fenómeno. No la añoro cuando se va, pero tampoco la deseo cuando no está. Simplemente, me gusta. Es mi fuente de hidratación. Me hace olvidar la podredumbre. Cuando llueve, abro la ventana y espero a que entren algunas gotas a golpearme la cara. Es un golpe suave, nada violento. Armonioso. Sé que a la larga todo olerá a humedad, el cuarto y la alfombra absorberán las gotas y comenzará a oler feo, pero qué más da.
     Aquel día que sellé la puerta, llovía. Lo recuerdo perfectamente. Ella se quería ir y yo no la dejé. Le pedí que se quedara y por poco no lo hace. Le recordé todo lo que habíamos hecho juntos: besos en la mejilla, caricias en los tatuajes de su espalda baja, criticar al vecino de a lado, pusimos la regadera y lo hicimos tan mal que la tubería explotó, compartíamos la misma almohada en esta misma habitación; todo era una travesía perfecta. Mi relación con la gente de fuera me importaba un comino si mi relación con ella iba bien. Luego ella me recordó el gusto perdido que tenía por el alcohol. La induje a tomar y nos volvimos adictos. Nos gustaba beber, mucho y de todo. Vivíamos y eso era lo que importaba. ¡Mira! No recordaba esta botella en mi cuarto. Lo recorro tantas veces y nunca la había visto aquí, tirada en el suelo. Era mi licor preferido.
     Ahora ella ya no está aquí. Estoy seguro de que ya se habrá ido al otro lado, a pesar de que su cuerpo siga aquí junto al mío. Yo sigo en este mundo porque yo fui quien cometió el crimen: primero le disparé en el estómago y luego yo me di un tiro en el pecho. Su sangre se ha secado y acabé con sus falsos deseos de seguirse cortando las venas. Y yo espero a que la policía venga a reclamar nuestros cuerpos, a hacer presencia en la escena del crimen y dictaminen que yo fui quien asesinó a la chica y se suicidó después. Mientras alguien no se queje por el olor putrefacto de la habitación o quieran demoler la casa, yo voy a estar atormentado en este cuerpo, en este mundo. Pasado eso, yo me podré ir en paz, a buscarla a ella.
     Mientras tanto, disfruto mi estadía aquí. Después de todo, siempre me gustó la soledad, así como se llamaba ella. Aunque difícilmente sabría decir si prefiero la soledad de estar solo o la soledad de estar con ella. Se ha ido y sé que pronto estaremos juntos. En cuanto escuche el ruido de que van a tirar la puerta, yo correré a mi posición y me quedaré ahí, tendido como hace tiempo.

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