La mujer que inicia el oscuro viaje,
la plañidera invocando al héroe,
(no hay héroe) la antorcha, los címbalos
entre los dedos… Se festeja la puesta,
la penetración en la duna
del sol en el equinoccio de primavera,
los retornos, la infelicidad del alcohólico
¿su siembra o su sequía acaso?
Recuerdo ahora aquel hombre
en el cementerio cristiano de Túnez,
su paciente tristeza, y la botella
de güisqui apagada, horizontal
sobre la tierra ocre, en el equinoccio
de marzo. Era un día sin humedad,
terrible, seco, y el cielo quemándose
casi perdido entre los montículos
y las cruces pochas y las estelas
resquebrajadas. Nunca había sentido
tanto la injusticia, no sabía de quién,
por quién, a qué razones… Aquel hombre miraba
como sin ojos, como caído
desde la luz a una oscuridad interminable,
la corteza de óxido y barro
sobre la que yacía
la botella apagada.