Sin tí­tulo / Manuel E. Cuellar

Preparatoria 13, 2014 B

Cuando estoy solo en mi casa, el tiempo parece demorarse demasiado, así que es preferible salir aunque tenga que saludar a la vecina que se la pasa hablando mal de otras personas a sus espaldas, al vecino al que está buscando la policía cada semana o a la anciana que todo el tiempo se encuentra afuera de su casa con una falsa sonrisa saludando a todos los que pasan y que todas la noches se le escucha sollozar hasta mi habitación y la casa abandonada a la que le solía temer cuando era un niño.
     Comienzan a caer gotas para apresurar mi regreso a casa. Todo está normal cuando llegan mis padres y mi hermano pequeño. De un momento a otro la lluvia arrecia su furia, el viento acelera su paso y los árboles se mueven como locos. Huyo a mi habitación, que da directo a la calle. La lámpara del poste se enciende y eso mejora el gran espectáculo que me muestra la lluvia. ¡Me encantan los relámpagos¡ Cuando comenzaron, estaba entusiasmado como un niño en navidad.
     Las tres horas y media en realidad valen la pena. Cuando llega el primer bostezo, sé que es hora de ir a la cama; al fin y al cabo, el espectáculo fue de lo mejor y la lluvia ya cesa.
     Las noches se vuelven eternas cuando tienes en qué o en quién hacerlo. No es mi caso, mi mente está en blanco. De repente, se escucha el trueno más fuerte de la noche y enseguida el llanto de mi hermano pidiendo permiso a mis padres para dormir con ellos. Veinte minutos después otro llanto que no me sorprende ni me extraña.
     Mi vecina comienza su concierto sollozante de dos horas que ya me he aprendido de memoria. A las 2:30 a.m., mi insomnio continua. Lo único que evita que me vuelva loco es la molesta gotera, pero ya no funciona, ya he perdido la cuenta. Mi mente sólo me trae la historia del tipo que en la noche se levanta y asesina a toda su familia.
     No lo soporto, así que decidí salir a dar una vuelta para distraer mi mente. Fue una mala idea, la casa abandonada me mira y no deja de hacerlo hasta dejarme paralizado con mis recuerdos de la niñez. Me quedo allí durante treinta minutos. La casa me llama a entrar en ella y, sin poder oponerme, lo hice.
     Adentro, todo es igual a mis pesadillas. La exactitud me aterroriza: las paredes enlamadas, vidrios quebrados y los muebles podridos. Lo único que no se encuentra aquí es el monstro que me persiguió durante varios años. Eso fue lo que más me dio miedo, el monstruo no está. Grito como nunca lo he hecho, como un completo loco; mis sentidos fallan y ya no puedo razonar. Me siento y abrazo mis piernas, acurrucándome y meciendo mi cuerpo. De pronto el monstruo entra por la puerta.
     Mis ojos eran ya lo único en lo que confío, así que estiro mi brazo y tomo un vidrio del piso. Sus rugidos son insoportables y sus movimientos muy raros. Se aproxima hacia mí, me toma del brazo y me levanta. Sin pensarlo, lo apuñalo con el vidrio y caigo al piso. Mi inexistente sentido común me grita que él volverá, así que me aseguro de que no lo haga y lo apuñalo cuantas veces puedo.
     Me he cambiado de casa, ahora mi habitación es blanca y tranquila. Mi madre y mi hermano me visitan a veces. Mi hermano me contó una vez que mamá llora todas las noches y que papá está ausente.

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