CATEGORÍA: LUVINA JOVEN / CUENTO
Finalista
Sin título / Camacho Solano Carlos Augusto
Preparatoria 3
La última vez que se cepilló los dientes fue esa misma mañana, hace tres horas y cuarenta y cinco minutos, aunque tuvo que hacerlo rápido y mal porque afuera del edificio ya sonaba el claxon de la camioneta de redilas en la que viajaba ahora. La ciudad estaba entre caos y algarabías, habían ocurrido dos golpes de Estado en los últimos ocho meses, y el centro de la ciudad había sido el más afectado, el tráfico en la carretera era estresante y todas las entradas y salidas estaban congestionadas por multitudes de personas y vehículos. Decidieron tomar una ruta diferente entre piedras, tierra, pastizales, sin pavimento y con condiciones que dificultaban el avance de la camioneta por el camino. Miraba entre las redilas en donde estaba sentado junto a varios hombres más, las piedras montañosas que se difuminaban en la lejanía, el cálido sol que pintaba de un tenue naranja el camino y el paisaje, con el aroma a campo que refrescaba junto al ventoso aire por donde volaban libremente las aves, y entre la calma y el júbilo recordó a su pequeña hija a quien, con su tía, mando lejos de los conflictos urbanos cuando la primer rebelión sacudió la metrópolis. Volvería con ella y saldrían del país hasta que las cosas se calmaran, pero primero él y los demás debían lograr salir de la región. ¿Se les pueden llamar cobardes por huir antes de pelear? La verdad es que todos tenían algo por el qué pelear, pero su lucha ya no se encontraba en una tierra a la que no les pertenecía, sino que estaba en otras prioridades. La camioneta comenzó a acelerarse y el conductor lanzó mil blasfemias al aire, el andar del vehículo se tornó torpe al tratar de cruzar entre matorrales, todos en la camioneta se sacudían por la inestabilidad del suelo y el retumbar del acero caliente resonaba en los oídos de los hombres, el rugir del motor de la máquina de metal se detuvo de a golpe cuando un zorro pasó corriendo por delante de ellos y en ese pequeño lapso la oscuridad se hizo presente.
Despertó parado en una melancólica calle gris a una lateral de su departamento, donde lo único que resaltaban eran las franjas amarrillas en las calles y la verde luz en el semáforo a contra esquina, caminó hacia el edificio, subió las escaleras hasta llegar a su apartamento, piso tres habitación número 72, la escena se volvía confusa para él, no solo por el hecho de terminar varado de la nada a media calle de su edificio cuando hace unos minutos estaba huyendo, sino por la mórbida sensación de estar viviendo en carne propia en un recuerdo. La puerta de su habitación estaba abierta, la sala era un desastre con la mesa y sillones volteados, la pecera rota esparcida en fragmentos por el piso, el pez tendido en los cristales y un gran charco de agua por la sala. Vio una pequeña silueta que se escondía entre los muebles de la cocina, pero su atención se desvió cuando desde el cuarto principal una extraña criatura, de cuerpo prominente y cilindrado, con largos brazos, sin cuello ni rostro y en lugar de ellos con una especie de máscara circular de cobre que tenía grabada el rostro con el que suelen representar a la luna. Llevaba a su mujer arrastrándola hasta la salida, trato de detenerlo pero no fue ni capaz de tocarlo, la criatura se detuvo y la sonrisa pintada en su máscara se hizo más marcada, para después salir. Pero la última vez que había visto a su mujer fue justo al inicio del primer golpe de Estado, donde encontró el departamento de la misma manera pero sin rastro alguno de su esposa, solo el de su hija escondida en la cocina, esa había sido la razón principal para mandar lejos a su hija a un lugar más seguro. Volvió a voltear, caminando hacia la cocina donde vio la pequeña silueta esperando ver a su niña, pero sus pasos se hicieron pesados y la atmósfera asfixiante que se quebraba como los cristales en la pecera, su respiración comenzó a ser difícil y agotante, su corazón se aceleró, pero cuando estuvo por desvanecerse, cerró los ojos, aún en pie, y fue ahí donde sintió… nada, aún peor que lo anterior él sabía que estaba ahí pero la oscuridad había dominado todo comenzando a sentirse en una nada que lo estremecía y lo asfixiaba más que la atmósfera sofocante de hace unos momentos, fueron tantas sus suplicas por detener esa sensación de vacío que se elevó hasta tocar el firmamento y sentir con las comisuras de su mano mortal la bóveda celeste, haciéndose uno mismo con el espacio junto a la luz de las estrellas muertas que lo rodeaban y todo el esplendor del universo. Dios lo había tendido en su misericordiosa mano y lo había elevado al más santo rincón de la existencia. La paz se hizo parte de él, donde descansó y descansó hasta abrir los ojos para volver a encontrarse entre el pastizal y los matorrales, estaba tendido en el césped, volteó a su izquierda y vio al zorro que corrió por delante de la camioneta antes de su extraño sueño, pero la naturaleza había sembrado su semilla en el interior del zorro quien ahora estaba con la piel acartonada y partes de sus huesos al exterior. Se sentó para después poder ponerse de pie y empezar a observar su alrededor, sin pista alguna de sus compañeros de viaje, solo él, un zorro muerto y la camioneta oxidada, rodeada de moho.
Comenzó a caminar con rumbo fijo para encontrar a su hija, reconocía gran parte del lugar y sabía que le faltaba un gran tramo por recorrer, en su caminar miró como se acercaba cada vez más a la civilización. Encontró unas vías férreas que lo dirigieron hasta un tren varado, en su interior no había mucho por mirar, polvo y algunas maletas vacías, empezó a examinarla tratando de imaginar cómo fue que terminó abandonado a medio camino, qué habría pasado con todas esas personas, un cuervo se paró en una de las ventadas del cuarto y sacudió firme y ágilmente sus alas, algunas de las hojas secas en el asiento comenzaron a sacudirse a la par ¿de qué presagio advertía el cuervo? Risas y alboroto resonó en cada vagón y todo el tren comenzó a tomar color, vida. Pudo ver a las personas en él, mirando tras las ventanillas, platicando, amando. Volteó hacia donde estaba el cuervo pero este ya había volado muy lejos, continuó revisando de vagón en vagón, todo le resultaba tan extraño y fantástico hasta que al intentar pasar al último vagón de pasajeros una barrera invisible le obstruyó el paso. Las risas cambiaron por gritos y las luces poco a poco comenzaron a apagarse, mientras, a lo lejos el hombre de extraña apariencia de su sueño anterior se acercaba de a poco, esta vez sin su máscara y en lugar de ella el cráneo siamés de dos criaturas andróginas, cerró sus ojos y se tendió al piso antes que la criatura lo atrapara. Se apagó la última luz solo para después escucharse la furia de varias armas de fuego y ver cómo hombres suburbanos saqueaban y arremetían en contra de los pasajeros, para el disparo final todo volvió a teñirse de negro, y la última hoja viva cayo trayendo consigo la calma y el canto de las aves en el cielo. Se puso de pie y salió de a una del tren para continuar con su búsqueda.
Llegó luego del extenso recorrido al pueblo donde resguardo a su hija, parecía que una guerra civil sacudió la zona, con las casas más desgastadas y sucias que la vez anterior. Cuando vio la casa donde dejo a su pequeña meses atrás no pudo contener la emoción y fue hasta la ventana para ver si desde dentro lograba ver a su niña, pero solo encontró a una extraña mujer que rondaba entre los 20 y los 25 años de edad. Fue hacia la puerta y tocó tres veces sin recibir señal de la joven, volvió a la ventana para ver con desilusión e imaginar cómo habría sido de ver a su hija en lugar de la joven y poder volver a abrazarla, la chica caminó a la puerta y fue esa la oportunidad que encontró para poder preguntar qué había pasado con su hija. Pero cuando abrió la puerta y salió no volteó en ningún momento hacia él aún con cada intento que realizó. Se resignó a seguirla sin comprender por qué lo ignoraba. Fueron hasta con un montón de campesinos reunidos en la plaza principal de la zona. Fue ahí donde comprendió tantas cosas, trató en vano todo este tiempo y llegó tan tarde, llegó 17 años tarde, todo lo que quería es estar con su hija y al verla convertida en mujer, lloró por todos los momentos que perdió a su lado. Ese verano lo pasó con ella sin poder hablarle o tocarle, también el otoño y con él, el invierno, y así fue durante años, viajando cada veintiuno de julio de la casa al cementerio para dejar en dos lapidas vacías una rosa y una vela.
La vio casarse y tener a dos preciosas niñas a las que nunca pudo abrazar. Cansado fue hasta el santo campo donde se tendió en la grande sombra de un árbol, contemplando los colores del cielo al alba, el pastizal le rosaba la cara, y el árbol que lo acobijaba se estremeció sin un soplo de aire, entre las raíces el cuerpo desnudo de una mujer comenzó a levantarse, la contempló y corrió hasta con ella para darle el beso que debió darle hace mucho tiempo, antes que desapareciera. Se reencontraron y nada pudo separarlos desde ese día, caminaron y caminaron hasta que el tiempo se detuvo y el corazón de la tierra dejó de latir.