¡Sí, capitán, estamos listos!

Xitlalitl Rodríguez Mendoza

Guadalajara, Jalisco, 1982. Su libro más reciente es Poesía morosa. Prositas de amor contra el SAT (Ícaro, 2022).

Donde Manuel Maples Arce dice «Margaritas de oro / deshojadas al viento», Ángel Ortuño dice: «Margaritas. // Esta es palabra de dios. / Esta no. / Esta sí./ Esta no». Donde Gerardo Deniz dice:

PRINCIPIOS 

Lo que escribo tiene el derecho
—para los fines de la rima
y todo esto que sólo a mí interesa
de decir que era verde el vestido
gris en realidad,
o decir que era martes
cuando que fue viernes —si me acuerdo—,
o explicar que el barco enarbolaba calavera y tibias
porque lo estaban fumigando.

Ángel Ortuño dice:

MAELSTROM

Voy a patear los puntos de las íes.
Voy a jugar al golf con Míster Keemby.
¿No han leído a Cardoza y Aragón, so haraganes? A limpiar la cubierta
con los dientes. Lázaros.
Adanes.

¿Y la espada de fuego?
Indica la sección de fumadores.

Donde Aleksandra Walszewska pinta un gatito, Ángel escribe: «Cada vez que pienso que un poema con animales no es cruel, lo lleno de gatitos y desisto». Donde White Zombie dice «More Human than Human», Ángel escribe:

Una película francesa 
[sobre un neumático
que tiene vida y mata
personas
con sus poderes telepáticos. Diría
psicoquinéticos

si me importaran las palabras.

Dispositivos poéticos que, como apunta Carlos Vicente Castro en El Palacio de las Uñas, eran detonados por publicidad en formato impreso o lumínico, así brillaran en el suelo, en las paredes o en la voz de quienes pasaban a su lado; trozos de chat, películas serie b y un incontable etcétera que más que ayudarnos a delinear un modus operandi del genio de Ángel Ortuño (Guadalajara, Jalisco, 1961-2021), nos llevan a fascinarnos más con la capacidad del autor para estar (es decir, para nutrirse de los pequeños abismos cotidianos) en su ciudad.

El Palacio de las Uñas, publicado por Impronta y Metrópolis, con grabados de Rosalío García y portada de Carlos Maldonado, es un artefacto de miras explosivas. El plomo de la aleación tipográfica y su peso pueden verse en las hendiduras de la página que forman al hermoso Baphomet, las botitas o la camiseta que muestra la palabra «ca-na-lla» con separación silábica y cuyo referente más inmediato es la camiseta con la que Ortuño aparece en uno de sus retratos más célebres.

Este libro es un moshpit editorial frente al que podemos despojarnos de cualquier pretensión teórica alrededor de las poéticas y las antologías y sólo dejarnos arrastrar por el trabajo desencadenado por el cariño que, quienes compusieron esta hermosa mirilla duchampiana, le tienen a Ángel Ortuño y a su obra.

Parte del gran acierto de esta antología es explicado por su editor Carlos Vicente Castro en el posfacio del libro cuando afirma: «El Palacio de las Uñas no tiene más propósito que el de reunir un conjunto de poemas heterogéneos de las distintas etapas en que Ortuño pergeñó esos versitos que, me atrevo a decir, operan en el lector que guste o no de ellos una infatigable conmoción de los sentidos».

Así, esta muestra, que recoge poemas de quince libros más un bonus track de inéditos, nos pone frente a las obsesiones, búsquedas, estéticas y contradicciones que conformaron la vasta obra de Ángel Ortuño, atravesada siempre por sus lecturas extrañas no sólo de literatura, sino venidas también de su escucha atenta de la música y del cine más perturbadores.

Lo fácil sería decir «Ángel Ortuño es nuestro Charles Baudelaire», pero si lo pensamos bien, la poética de Ángel, reacia a constituirse en una misma, en una sola, serpentea con sus mil cabezas a través de las calles de esta ciudad, sí, redirigidas ahora por la mirada inquisitiva del autor y reconstruidas por diversas capas de significados hasta universalizar Guadalajara. Y no por ser Guadalajara sino, justamente, porque de alguna forma Ángel Ortuño inmortaliza el resplandor que refulge de ese nudo que nos hermana en cualquier asentamiento humano y que llamamos, a veces, inmundicia; otras, ternura.

Los títulos, solamente por poner un ejemplo, en la obra de Ortuño, no son el acostumbrado sombrero del poema comatoso que acompaña las páginas más egregias de la poesía mexicana. En la poesía de Ángel no sabemos quién es brincolín y quién, el clavadista, y así nos distrae para, al final, darnos cuenta de que sostén y sostenido giran hacia una fosa que sonríe a sus anchas para mostrar sus negras encías. Entonces, repito: no es tan sencillo.

En una maravillosa edición de Ámbar de Un lance de dados, de Mallarmé, con la traducción de Francisco Estrada y Samuel Bernal, Ángel Ortuño habla sobre el extrañamiento que invadió a Alfonso Reyes ante la obra de Mallarmé, que llegó por vía de Rubén Darío.

«El procedimiento analógico, afirma Ángel, que el oído de Reyes detectaba en los versos de Mallarmé entre las consonancias, no sólo como eco de sonidos sino de ideas, lejos de ser extraño “a lo gramatical y a lo racional”, en realidad recuperaba para estas dimensiones, anquilosadas por cómodas retóricas, su potencial disruptivo». Ángel Ortuño estaba hablando de Stéphane Mallarmé, pero ahora es Mallarmé quien nos habla de Ángel. Estamos frente a ese Edgar Allan Poe, traducido por Baudelaire y traducido también por el Mallarmé que admiraba a Baudelaire hasta llegar a ese Mallarmé traducido por Darío, todo lo cual constituyó la cadena de combustión que dio como resultado las vanguardias en Latinoamérica. Es ese deshuesadero de palabras, ese cementerio de significados primarios de donde emergen las voces de Ortuño. Va quedando más claro: al igual que la obra de Mallarmé, la de Ángel Ortuño es tan transparente como el chapopote. E igual de atrayente, hipnótica y con chispitas de colores que —por medio del sentido del humor más cáustico y vivificador de cierta tradición poética— asoman bajo el latigueo del sol.

La poética de Ángel Ortuño es una poética de la vida cotidiana, con lo que eso tiene de vida y de muerte. Así, igual aparece la enfermedad que un meme de Bob Esponja acolchando un poquito el golpe. Por esto estoy segura de que cuando Ángel dice: «Rómpase en caso de incendio», sus hordas de lectores en todo el país y fuera de él respondemos: «¡Sí, capitán, estamos listos!».

El Palacio de las Uñas, de Ángel Ortuño, con grabados de Rosalío García, compilación y comentario de Carlos Vicente Castro y portada de Carlos Maldonado. Impronta / Metrópolis, 2023. 

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