*** / Sharon Marilyn Navarro Sandoval

Preparatoria 12

Ahí estaba yo, junto con todos mis compañeros del taller de escritura, leyendo un documento de Julio Cortázar, cuando de pronto se abrió bruscamente la puerta del salón, dejando pasar una rara neblina rojiza. El ambiente estaba más oscuro de lo normal, los libros y estantes se derretían cual vela encendida y en el suelo empezaba a formarse un pozo que parecía muy profundo.
     Aunque ese escenario parecía algo inusual, todos estaban sentados atentos a la lectura, como si fingieran no percatarse de lo que ocurría.
     Debo aceptar que me dio una gran curiosidad saber qué era lo que ocurría en ese momento, así que me levanté de la silla donde estaba sentada y comencé a caminar hacia el enorme pozo, me asomé para ver si acaso ocurría algo raro dentro, me agaché un poco (lo que fue un grave error), de ponto resbale, y mientras caía miraba hacia el rededor, extrañada de lo que mis ojos captaban. Era como si estuviese cayendo en el espacio exterior, o más bien dicho, sobre un cielo que poco a poco se tornaba de colores, asemejándose a una aurora boreal.
     Cuando pensé que seguiría cayendo en el pozo, solo bastó un simple pestañeo para estar de nuevo en el salón de lectura. Todo seguía igual, pero esta vez el pozo había desaparecido.
     Un tanto aterrada por la experiencia vivida, decidí dirigirme a la silla donde desde un principio había tomado asiento, y me dispuse a continuar con la lectura que todos leían.
     Las cosas no regresaban a la normalidad y, cuando pensé que lo peor ya había pasado, la neblina rodeó por completo el salón: estaba sobre las sillas, las mesas, las paredes, las ventanas, los estantes y los libros ya completamente desechos, formando charcos bajo la neblina.
     De pronto esta neblina invadió por completo a cada una de las personas que se encontraban en el lugar, haciéndolas desaparecer lentamente.
     Era ya demasiado, estaba verdaderamente aterrorizada, así que me dispuse a salir de clase, me dirigí a la puerta y, al abrirla, me percaté de que no estaba en el mismo lugar, ya no estaban ni los salones, ni los pasillo de la prepa, ya no estaba la prepa misma, y parecía hallarme en un doceavo piso, asomada por un balcón de cuarto de hotel o por la ventana de un edificio; miraba hacia abajo, la calle estaba a tal vez kilómetros de distancia, no pasaban autos ni personas, parecía estar todo deshabitado. Miraba hacia arriba y lo único que podía ver era un profundo cielo oscuro. A la derecha, al igual que a la izquierda, no había nada más que pared, sólo el balcón o ventana desde donde  yo estaba mirando el panorama.
     Pensé que seguía dormida, así que, como es mi costumbre, pellizqué mi brazo, sin que pasara algo.
     Al recordar todo lo que había hecho desde la mañana, era claro que no había sido un sueño, eso seria imposible.
     Me percaté de que mi piel se veía algo extraña, como si fuera una proyección de video.
     Pero tras un breve pestañeo nuevamente todo regresó a la normalidad, estaba ya todo perfectamente bien. Me tranquilicé al darme cuenta de esto.      Habían pasado ya dos horas y se había terminado la clase.
     Decidí preguntar a los demás compañeros si habían experimentado dicho escenario perturbador. Ninguno dijo otra cosa más que:
     –¡No! ¡Qué extraño!
     Así que mi mente me había jugado una mala pasada.
     Al salir del taller les pregunté a Martha y Érika si ellas me creían, a lo que respondieron:
     –¡Sí, claro!  –en forma sarcástica.

 

 

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