Seronda [Selección]

Ana Pérez Cañamares

Santa Cruz de Tenerife, Canarias, 1968. Su libro más reciente es La mujer imposible (La Moderna, 2022).

Cómo suena la lluvia
al soltarse de la nube
cuán largo es el minuto en la piedra
cómo transcurre el domingo
bajo el manto del musgo

qué síntoma de la muerte
sacude al estornino
quién dice yo dentro de la manzana
qué pensarán los pulpos
de la melancolía

de cuántas formas se vestirá el ser
antes de mudar en desnuda nada.
*

Según la centenaria doctrina del descubrimiento, las naciones europeas adquirieron los títulos de las tierras que «descubrieron» y los habitantes indígenas perdieron su derecho natural a esas tierras cuando llegaron los europeos y las reclamaron como propias. Bajo este velo legal que cubre el robo, las guerras estadounidenses de conquista y colonialismo de asentamiento devastaron las naciones y comunidades indígenas, les arrebataron los territorios a los habitantes originarios y transformaron la tierra en propiedad privada, en «bienes raíces». Por arcaica que parezca, esta doctrina sigue siendo la base de leyes federales aún vigentes que controlan las vidas y los destinos indígenas e incluso sus historias mediante la distorsión.

Roxanne Dunbar-Ortiz

Sin duda, son una nación sin corazón. Pareciera que el mayor objetivo de sus vidas es adquirir posesiones: ser ricos. Desean poseer el mundo entero. Durante treinta años intentaron tentarnos para que les vendiéramos nuestra tierra. Al final, el estallido les dio todo y hemos sido expulsados de nuestro hermoso país.

Superviviente de la tribu Dakota

Tenían un gran corazón, o eso decían ellos

Zitkala-Ša

Nos rodeaba el maíz como muertos en pie
que anteponen compañía a descanso
sus mazorcas eran blancas calaveras
que roíamos como perros sin dientes
en el lago profundo de la noche
las estrellas dejaban caer sus párpados
y se encendían nuestras risas, farolillos
bajo el aullido siseante del sauce

(no erijas mausoleos ni falsos testimonios)

el mundo también se cansa, decía
el mundo también duerme acuclillado
no ha parado de crecer y jugar
al juego de muerte y resurrección
y la montaña ahora pliega alas
planifica la voracidad de sus abismos
todo espera a que el día chasque dedos
para que se retire el cazador nocturno

(no organices los sueños en bancales)

el tiempo era caballo o era rueda
se deslizaban danzas y tertulias
por el tobogán de las caracolas
a lomos de fogatas cruzábamos inviernos
pedíamos permiso para trenzar la hierba
no hablábamos detrás de las palabras
no escribíamos porque en el bosque
los nombres no eran velo sino pacto

(no entierres lo real bajo capas de añoranza)

si tomamos dos devolvimos seis
sabíamos nuestro sitio: éramos animales
y llamábamos al águila dios
porque nos sobrevuela y ve nuestro tamaño
desde arriba, humanos, ciempiés, zorros
cabras, búhos, bisontes, antílopes
musarañas, cigüeña blanca o negra
somos todos pequeños universos

(no mientas, no idealices, no te engañes)

hubo un gato montés en cada sombra
fotos reveladas en el fondo de los ríos
en la maleza espías sin ánimo delator
bajo el manzano adanes y evas sin pecado
el horizonte se deshacía en olas
como abuela arropaban las noches
la intemperie: destino y vocación

(no adornes, no levantes fantasías)

piedras como rostros bajo el cielo hondo
rostros como cordilleras bajo nubes verdes
cuerpos como bosques voluptuosos
la muerte era un misterio familiar
a veces con metálico regusto
a premonición, a dosis homeopática
aunque no imaginamos su futura codicia

(sobra la fantasía, la vida habla)

era así, lo juro por la apostura del pino
lo juro por las hojas tatuadas en las sendas
lo juro por el galope del agua y de la luz

yo no estuve allí, pero lo recuerdo:
aquella madrugada polvorienta
cada arbusto se convirtió en antorcha
se encabritaron lomas y majadas

no hubo tiempo siquiera para adioses
adiós ríos, adiós montes, adiós regatos pequeños
adiós pieles rozando las monturas
adiós plumas, adiós huesos, adiós

lo salvaje será sólo espectáculo
tendrá amo y señor lo que fue indomable.
*

Antropoceno: época más reciente del período cuaternario, abarca desde mediados del siglo XX hasta nuestros días y se caracteriza por la modificación global y sincrónica de los sistemas naturales por la acción humana.

Al monte subes a buscar
las huellas de tus padres
apenas un encaje de barro
una escritura sin conciencia
apenas un legado de luz
una celosía de aire

para el mundo eres máquina
tus zancadas espantan los rebaños
—en los pies, fatalidad de gigante
a la espalda, señales de hecatombe—

por eso buscas en los bosques
las pisadas invisibles
por si estuvieras a tiempo de aprender
cómo caminar con pies pequeños
ser para el suelo pájaro de visita
para el aire memoria
de lo que no existió.
*

De los cascos del burro surgirá
una nueva escritura sobre el teclado
amarillo y crujiente de los pastos
las ranas cantarán arias de Verdi
desde los palcos húmedos del río
por fin el alce será el dios que es
y en los retablos no tendrá rival

habrá perros que rueguen a los lobos
que en su coro de aullidos los acepten
grillos que afinen su violín de hueso
ballenas que improvisen coreografías
y focas que con el pincel sedoso
y firme del bigote pinten Renoirs

de las pezuñas de los inocentes
nacerá un arte útil y preciso
ningún motor que mancille el silencio
ni multitud que alquile la belleza
todos los adornos para la urraca
muerte o desnudez para mujer y hombre

el sol sólo saldrá para los pocos
que su inclemencia admitan sin juzgar
para los que sepan jugar con nada
para aquellos que admiren lo que comen

el cine de las sombras volverá
a las cuevas y a las manos el barro
—como en edades de asombro y de quimeras
al fondo estarán tumba y dormitorio—.

Del poemario inédito Seronda

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