Scherzo de la lluvia

César Arístides

Ciudad de México, 1967. Uno de sus libros más recientes es Helada la cabra de alcohol enterrado (Universidad Autónoma de Nuevo León, 2023).

iluminación

se derrumbó la noche con mi voluntad
su caída pesarosa acarició los vidrios
afuera los autos rezaban los perros hastiados
los abandonados y los árboles drogados oraban
con el viento y la pesadumbre escribían una súplica
sobre los tejados y las marquesinas
pero no podía leerse el deseo
nadie tenía ánimo para deletrear la ofrenda
la fatiga primorosa de las nubes
el aleteo de muchachas mojadas hasta la melancolía
y las últimas bengalas de ilusión
pasaba frente a mi ventana una orquídea
el súbito fervor de una campana
la hiel de un amor deshabitado
en renta helado y vacío al sol de ostracismo
pesaba la vida para ser una despedida perpetua
y frente a mí sólo un árbol vacilante
meditabundo con la pena iluminada

retorno

vuelvo a casa de mis padres para acariciar la herida
los árboles se estremecen en un sueño
el cementerio es un jardín pensativo
mientras el mediodía juega a despertar recuerdos
y los nardos aletean sobre la remembranza
la hierba conversa con el asombro
del sendero murmuran flores de anhelo
la sensación de sosiego y anhelo acerca sus pocillos
suplica a la luz colmar su tentación menesterosa
volver a casa es encender los adioses
es el deseo de ver esa sonrisa para pedirle perdón
decirle que mis días son un lienzo gris
donde el frío es una lumbre persistente
que doblega sin piedad mis presentimientos
pero ahora es inútil susurrar en el páramo
la filosa disculpa que hiela y amordaza
los árboles y yerbajos no saben de contriciones
de amados difuntos que despiertan sólo para llorar
regreso a casa a la belleza requemada del paraje
a no saber qué hacer con esta mortaja que llaman vida

madrugada

al fin la lluvia dejó su entusiasmo para otro día
el olor a hierba cansancio y fractura
refresca indolente mi habitación
la noche es un ladrido lejano
el rumor de un recuerdo que besan las telarañas
estoy solo en esta madrugada dibujada por los charcos
ante la ventana con la duda de arrojarme al vacío
o escuchar la música morada de albinioni
el piano terso y trémulo de césar frank
mi rostro es una cáscara de piedad vieja
coronado por la seda del amanecer
un gato me mira desde la rama de un funeral
la botella del cielo se estrella en un muro
y las flores abren los ojos a la luna pensativa
para de inmediato volver al desvelo del jardín
ahogadas en la fogata de su propia caída
flores moradas redactan caricias a las baldosas
rezonga un camión y un hombre de periódico arrugado
siente de pronto la cruel necesidad
de llamar a una mujer y decirle te amo
pero mira el cadáver del reloj y lo sabe
para todo es ya demasiado tarde
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