Cancún, Quintana Roo, 1989. Uno de sus libros más recientes es Alguien hunde mi cabeza (Mantis Editores, 2021).
I
Un sartal de platanares costea los caminos. Pienso en tus viajes y me pregunto si estaré viendo las mismas carreteras que tú anduviste hace años, arriando flotillas de automóviles con tu alma de comerciante perfecto. Mientras te escribo desde el viaje, padre, en el sistema audiovisual de la unidad OCC, Juan Gabriel canta a dueto con alguien que no conozco y risas de niños iluminan el mundo como el sol que afuera sigue cayendo sobre los platanares, los mismos, quizá, de los cuales tú me hablaste hace muchos años.
II
El salmo y sus praderas tocan mis ojos en algún lugar sin nombre. En este sur el verde se desgañita. Pero esto no es la Biblia, aquí hay cerros y curvas. El camino ondula sus pestañas de metal, y zigzaguean las ramas que impregnan la luz de un aroma a clorofila. El autobús escala el cerro hacia una cumbre donde un guayacán florece con la luz más pura. Al final de todo, hay algo del salmo 23 en esto, una cierta paz de altozano que se muele y se rumia en lo oscuro de las rocas.
III
Con la fragilidad en las curvas de la noche, presumo que afuera los pinos tejen advertencias en el viento. Y me pregunto si acaso el conductor las lee con la exactitud del auriga en medio del combate. Seguimos subiendo la montaña por la orilla del barranco, hacia una luna que nos hace sorber este camino de batracios y saliva seca. Mi estómago gira en espirales, y me cuestiono, por qué nunca me enseñaste a luchar contra lo incierto.
IV
El amanecer engulle los últimos gajos de la noche y el autobús ronronea entre los pinares. Delante de mí unos niños pelan naranjas e impregnan el aire con su pulpa. Muerden todo el jugo del día que comienza. Mi estómago gruñe y yo me pregunto cuántas veces, padre, tus manos me dieron el cítrico para comenzar de nuevo.
V
El conductor anuncia, detrás de aquellos árboles, la ciudad de San Cristóbal de las Casas. Escribo desde los cuerpos que se mueven incómodos, desde la risa y el aroma de naranjo que prevalece en este aire como si estuviéramos en el patio de la casa y yo te buscara, una vez más, detrás de todo lo que no sembraste.