En la mitología europea, la salamandra puede extinguir el fuego con su cuerpo al sortear las más altas temperaturas a raíz de su sangre fría. De ahí que este anfibio aparezca en la heráldica representado con una corona llameante o cubierto con una capa contra incendios. Es común, relata Helena Paz Garro, en esta segunda edición de sus Memorias (la primera data de 1993), encontrarlas dormidas en los medidores eléctricos de París, donde el torrente de energía que circula por los cables les cosquillea la piel viscosa. La salamandra es asimismo, para la hija de la pareja más conocida de la literatura mexicana, Elena Garro y Octavio Paz, un símbolo. Es que para la también poeta su vida fue aplacar hogueras. Apaciguar el temperamento de su padre y restañar los sentimientos de su madre fueron tareas difíciles, especialmente cuando desde niña debía tomar partido por una u otro, pero, además, debía ser la caja de resonancia de los conocimientos y genialidad de ambos, algo que para cualquier niña puede ser excitante, aunque agotador: el maravilloso mundo que ella presenciaba le exigía estar a la altura del mismo, incluso sacrificando su desarrollo emocional en pos del de sus padres, como queda evidenciado en su ingenuidad amorosa de las páginas finales.
Asimismo, en estas Memorias se habla de una necesidad de emancipación femenina que empata con el ímpetu de nuestro momento. Y tal vez ésta sea la razón por la cual la editorial, Penguin Random House, decidió recuperar las remembranzas de esta mujer que fue educada para la libertad.
Al respecto, esto le dice la tía Eva, la misma que le enseñara a Helena la salamandra en el medidor de luz, cuando le habla sobre el matrimonio y el yugo doméstico: «No te cases. Ten amantes. Mira para lo que sirve el matrimonio: he tendido catorce mil quinientas camas desde que me casé…».
Tan importante como el detalle de la salamandra resulta el viaje al Oriente, que madre e hija emprenden desde París para alcanzar a Octavio en la embajada en Japón. Una bitácora muy vívida en la que, por ejemplo, la estancia en Ceylán permite inmiscuirse de tal manera en la narración que hasta es posible oler el aroma del té del lugar.
El viaje remata con un encuentro de la jovencísima Helena con Yukio Mishima, ya en Japón. «Al fondo de su pequeña tienda, […] había una mesa para el té y tres señores japoneses muy finos charlando. Uno de ellos era muy joven. […] Todas las tardes me esperaban, y como me había vuelto aún más experta en todo lo japonés, platicaba con ellos con soltura. El único joven que había en la tertulia, con el que charlaba más y quien me había tomado mucho cariño, era Yukio Mishima, que algunos años más tarde se haría tan famoso. […] En esa época, Mishima era muy delgado y extremadamente guapo, con una voz ronca y melodiosa».
Si bien estas memorias alumbran el panorama de toda una época que corre desde el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando Helena tenía ocho años, hasta sus diecisiete, entrados los años cincuenta, por donde asoman personalidades como Picasso, Christian Dior, Camus, Sartre, entre muchos otros, es decir, todo un canon histórico, un problema para interesarse más allá de esto por estas Memorias radica en la compulsiva infatuación de Helena, quien reitera incansablemente su inteligencia y belleza (lo último no se cuestiona, sobre todo si se aprecian las fotografías de ella y de sus padres que acompañan la edición), pero el retintín del tipo: «A mí, revolucionaria admiradora de Robespierre», «Declaró que yo era “una gran inteligencia precoz”», «Mi padre, muy satisfecho, me felicitó por mi inteligencia», agota cuando se prolonga por tantas páginas.
Otro aspecto que debe cuestionarse es cuando el libro salta del tono histórico al intimista, porque de hechos sustentables pasa a la opinión. Así, se apodera de él un espíritu de tabloide de espectáculos cuyos encabezados podrían versar: «Conozca la verdad sobre el distanciamiento entre Paz y Fuentes», «Encuentre aquí los detalles del amorío Garro-Bioy Casares», «Véase la razón por la que Paz casi destruye a Garro». Y es en este tono que Helena aprovecha para prodigar algunas verdades sobre sus padres: «Era un inseguro» (Paz), «Le faltaba carácter» (Garro). «Era un posesivo». «Era hermosa y no lo supo aprovechar».
Por último, en una de las fotografías que se incluyen en la edición, aparece Helena sosteniendo en la mano tres palomas: también los incendios se alimentan de aire.
Memorias, de Helena Paz Garro. Debolsillo, México, 2019.