Que de pronto quisiéramos que hablara
Xavier Villaurrutia
Un beso en la alcoba virgen aparta el frío silencio. Los cuerpos reproducen las voces del tiempo, que acaso ya sólo existen como un recuerdo en la garganta. Poco a poco los dos se mueren mientras la ceguera inexperta llena de sombras los ojos. Fiesta de cuerpos danzando y de sábanas. Sinfonía de marionetas y risas aladas.
La música se esparce y el pudor se desarma. Sudan soledades y se estremecen entre los surcos de las almas.
Bajo los cuerpos la tierra se cimbra, dejando salir a los titanes y sátiros de sus sueños. En la trepidación los canales se abren y el color sale por ellos, y ambos, hombre y mujer, manan miedo. El infierno se extiende en las llanuras redimiendo el pecado, y deja entre los cuerpos unidos el reinado de lo incierto.
Ruido de trompetas y maracas, de las voces de la mente y de guitarras. Mil duendes gritando entre la cama
y un aliento rítmico que ya se apaga.
Ruido de la luna cuando sale, ruido del dolor que del fondo nace,
Ruido de la sangre y del sudor sobre la piel
Ruido de otro yo, ruido de otra tú
Ruido de los ojos entreabiertos y los dientes en el umbral
Ruido de las nubes que agonizan y del trueno que brama ya
El cielo escampa ahora. Después, el silencio.