Preparatoria Regional de Tequila / 2011B
Es un día nublado, se escucha la lluvia repicar. Es un día triste, pero especial…
Con la piel tan blanca y pálida como marfil, los labios carmesí perfectamente cerrados, el cabello bermellón ondulado colgando hasta la cintura, porta un vestido negro de sencilla hechura, ajustado hasta la cadera, amplio hasta las rodillas, de mangas pequeñas; calza unas zapatillas rojas de bailarina. Una imagen fúnebre. A pesar de todo, luce hermosa en forma singular. Se encuentra en medio de su salón de clases, donde todas las butacas están amontonadas hasta el fondo; ochenta centímetros la separan del suelo, una lía a manera de horca apretuja su cuello y ella cuelga sin vida.
La puerta se abre con brusquedad y más de siete pares de ojos observan la espantosa escena. Se escuchan gritos femeninos y expresiones de pánico. Alguien, un chico alto, de piel tersa, clara, y con mirada desencajada, corre al instante, acomoda una butaca para poder subirse a ella y levantar a la chica en sus brazos. Otro joven, estupefacto, queda inmovilizado ante tan terrible hecho, el pavor invade su mirada, pero reacciona por el grito desesperado del otro adolescente que le pide algo para poder cortar la soga. Buscan con la vista de un lado a otro, sin encontrar nada. Al fin, uno de ellos recuerda el cúter de la joven y con desesperación hurga en la mochila de ella, acerca otra butaca, sus manos tiemblan, los sentidos le fallan, la cabeza le da vueltas, pero intenta darse prisa. Cuando logran cortar el lazo, el chico que la tiene en brazos la oprime contra su pecho, para después aproximarla al suelo. No piensan claramente; hacen todo lo posible por devolverle el aliento, pero ya es inútil, sus ojos ya se habían cerrados a perpetuidad.
En un ataúd azul brillante, con un forro oscuro, yace su cuerpo. Un cementerio con árboles de hojas secas arrancadas por el aire; bajo un cielo gris y nublado; el pasto húmedo, lúgubre por tantas lápidas; en el viento se respira una extraña energía, un ambiente melancólico invade el lugar. Todos observan lo último que verán de esta jovencita. Familia y amigos están reunidos y miran cómo el féretro se va hundiendo lánguidamente varios metros bajo tierra. Queda sepultada y convertida en un recuerdo. Todos se van dispersando, siguen caminos distintos; algunos se sienten muy afectados por esta muerte.
Aquel que en sus brazos pudo tenerla por última vez ese mismo día, al terminar el sepelio camina cabizbajo y sin rumbo, inmerso en sus pensamientos. Ya no tiene nada, ella lo era todo y ese todo ya no existe. Poco a poco siente el vacío venir, un dolor agonizante invade su pecho, la soledad lo acecha, no puede respirar, se siente abrumado: las caricias, las palabras, tantos recuerdos. Lentamente, siente todo desvanecerse y todo se concentra en la fatídica última imagen de su amor. Pero no quiere olvidarla, le duele tanto pensar que se ha ido, y no entiende por qué; se niega a seguir sin la razón de su vida. Comienza a llorar, ha caminado demasiado, hasta el pie de una colina en las orillas de la triste ciudad. Quiere gritar, no encuentra manera de dejar de sentir el intenso dolor. Cierra los ojos y la mira igual que en aquel día cuando la tuvo sólo para él, aquel momento en que nada más importaba: hermosa e inocente, sus ojos claros lograban que olvidara todo, su sonrisa llenaba el vacío, y sus caricias lo hacían perderse en un mundo irreal donde sentía que respiraba mejor. Con este pensamiento en la mente suspira hondo, sus lágrimas brotan sin control, introduce la mano en su bolsillo, saca un arma y la pone en su cabeza; la imagina vívidamente y la siente tan cerca; respira profundo y jala del gatillo.
En otro lugar… el chico que cortó la soga no puede con tanto, no quiere hablar con nadie, se siente tan vacío después de lo sucedido… Grita, lloraba, golpea todo a su alrededor pero nada lo ayuda a librarse de su desesperación. Buscando una manera de aliviar su aflicción decide refugiarse en licor, estupefacientes, cocaína y más, todo lo que tiene a su alcance. Nada lo ayuda. No quiere pensar más, tantas imágenes lo abruman, la extraña demasiado, se siente morir, su ausencia lo está matando; piensa en todo lo que sucedió, se arrepiente de lo que no le demostró, de lo que siempre calló, el amor que ella le manifestó no siempre pareció ser correspondido; tenía tantas cosas que lamentar. Los besos, los abrazos, su risa, la paz que ella podía darle… y no pudo retenerla, al contrario, le había hecho tanto daño. Ahora quería oír su voz, ver su rostro, sentir su calor. Nada le funciona, ni la droga logra hacerlo olvidar. Perdido en los vicios, habla dormido, sueña despierto y en cada delirio menciona su nombre, espera que algún día responda a su llamado. Una tarde, guiado por su instinto, se dirige al cementerio; al llegar a la tumba comienza a cavar, en su ofuscación cree escucharla, y sigue cavando. Al llegar al ataúd, lo abre, ¡la mira!, se siente tan dichoso, ¡ahí está al fin!; le parece tan hermosa, tan viva, la ve abrir los ojos y la besa en los labios, se siente correspondido, es de nuevo feliz, no se da cuenta de que ahí hay sólo un cuerpo sin vida que ya no tiene nada de ella. Una lágrima de alegría corre por su mejilla; acerca su boca al oído de aquel cuerpo y comienza a decirle todo aquello que nunca le dijo, cree verla sonreír y sonríe también, se abraza a ella llorando, siente sus caricias y su calor, pero… es una ilusión más… Al día siguiente, la noticia en primera plana del diario: “Un chico es encontrado muerto abrazado al cadáver de una jovencita sobre una tumba. Provoca gran conmoción”.
El día del funeral de la joven estuvo alguien más ahí, apartado de todos, y a distancia observó desvanecerse a aquella que su corazón robó, y ahí, sin aviso alguno, la vio hundirse para nunca jamás. Sintió un hueco en el pecho y se retiró antes de que terminara, se fue de ese lugar, viajó lejos sin un rumbo fijo, se escapó de su casa, dejo todo atrás. ¿! Por qué, por qué justo cuando encontré a alguien que me hacía tan feliz se marcha así de mi vida? ¿Qué carajos tiene la vida contra mí!?, se preguntaba. Ya se había llevado a su padre y ahora a la niña que amó por tan poco tiempo, que logró despertar sentimientos en él que nadie más le había inspirado, que le devolvió el sentido a su vida y sus ganas de vivir. ¿Qué derecho tenía la horrible vida de darle un golpe así, de llevarse a esa personita que amaba? Pero ella había tomado la decisión y… ¿por qué?¡ ¿por qué?!, se preguntaba, sintiéndose frustrado, mas no encontraba respuesta ni razones para continuar, no quería, ya no, no sin ella; no había podido ayudarla y eso le hacía sentir peor. Viajaba como vagabundo, sin hogar, sin dinero; no le importaba nada, ni su vida. Todo el tiempo pensaba en ella, soñaba con encontrarla algún día, quería que eso fuera tan sólo una pesadilla y al despertar pudiera correr a buscarla y tenerla en sus brazos, respirando su suave aroma, y no soltarla jamás. Era insoportable pensar en eso y saber que era completamente imposible que aquello sucediera, pero a la vez le era todavía más difícil borrar los pocos recuerdos que aún conservaba como lo que más valía, pensar en ella hacía mucho más profundo el hueco que su muerte le había causado.
Una mañana despertó con menos fuerzas, llevaba días sin comer y no tenía ánimos para seguir intentando sobrevivir, después de todo, ¿para qué? Y con ese pensamiento tomó su decisión y partió en ese mismo instante a unas montañas alejadas, donde cuando era pequeño le encantaba pasar el tiempo. Al llegar se dedicó a perderse en el panorama hermosamente solitario que le brindaba aquel lugar, ahí paso los últimos dos días, sentado, sin hacer otra cosa que mirar la lejanía de la temporal felicidad que había tenido; se deleitaba con cada recuerdo que de ella conservaba, las ocurrencias que ella siempre tenía, las bromas y todo lo que lo hacía reír y sentir tan bien, las preocupaciones que podía olvidar con sólo estar en su compañía, lo que amaba oírla tararear sus canciones favoritas, sus gestos al enojarse, la manera en que arrugaba la nariz, esa forma indolente de caminar; toda ella, para él, era perfecta. Cuando al fin llegó el momento, sacó de su mochila el cuchillo que traía desde el inicio de su viaje, como si hubiera sabido que las cosas terminarían así tarde o temprano. Su último pensamiento fue Me voy contigo, mi amor, y con una sonrisa en su rostro se clavó la daga en el cuello.
En el lugar donde había vivido la muchacha aún quedaba alguien, que no hizo otra cosa que llorar desde que lo supo. El día que fue encontrada, él estaba ahí, y en cuanto escuchó el alboroto se acercó para averiguar qué pasaba, entonces la vio y un nudo en el pecho le impidió respirar por un momento, sintió que su alma se despedazaba: ¡No! ¡no puede ser verdad!, ¡claro que no!, ¡no!, ¡no pudo haberlo hecho! ¡¿Por qué lo hizo?! Sus ojos se arrasaron con lágrimas de coraje contenidas. Observó todo desde cierta distancia, vio cómo inútilmente intentaban revivirla y cuando los paramédicos la subieron a la ambulancia. Optó por no asistir al funeral, llegó al final, cuando todos se habían retirado ya, se tiró sobre la tumba llorando en silencio amargamente hasta que oscureció. Durante meses permaneció sin decir una sola palabra. Revivía en su mente aquel día en que le había confesado su amor: Para ser sincero, me gustas… demasiado, diría yo. Ella solamente bajó la vista, sonrojada. Te quiero –insistió buscando su mirada–. Y yo a ti –le respondió ella–; eres mi amigo. Se encogió de hombros y volteó sus ojos hacia otro lado. Y ¿sólo así?, ¿tan sólo como tu amigo? Ya no respondió, se quedó con la mirada perdida y no volvieron a hablar al respecto. Estaba enamorado, la había amado desde años atrás y, aunque en ese momento no lo aceptó, ella siguió siendo su amiga incondicionalmente. Él conservaba la esperanza de que algún día correspondiera a su amor, pero su ilusión murió ese día. Ella lo había ayudado a salir de las drogas y prometerle que no volvería a hacerlo, pero ahora que estaba muerta, ¿qué más daba si rompía su promesa y retomaba el vicio? Así lo hizo, desde ese día volvió a perder el control de sí mismo. No terminó nada bien y sus padres optaron por internarlo en una clínica de recuperación, pero él no hacía nada para mejorar. Triste y deprimido se tiraba a lo que el destino decidiera que debía pasarle, si seguía vivo no importaba y si moría, menos…