Renacer / Karla Elizabeth Esquivias López

Preparatoria 3 / 2013A

Si hubiera sabido en aquel entonces que al morir terminaría en un cuarto oscuro rodeado de gente indeseable, quizás habría luchado con más fuerza.

–Ya te lo dije, no puedes hacer otra cosa más que esperar –le explico ya por quinta vez a nuestro nuevo e indeseado, para mí, compañero.

– ¿Esperar? ¡¿Qué demonios tengo que esperar?! –grita el recién llegado agitando los brazos.

–Además de escandaloso, sordo. –Suspiro molesto, girándome a la derecha para ver a Marcus. – ¿En serio tengo que ser yo el que reciba a éste?

Asiente ligeramente, mirándome con seriedad inmutable, igual que siempre. Ni hablar, no tengo otra opción, ser el que lleva más tiempo aguantando este infierno es digno de respeto.

–Mira, nuevo… –comienzo a decir, resignado.

–Mi nombre es Ernesto.

–Da igual. Para empezar, ya debes saber que estás muerto. Como todos nosotros.

–…Sí. -Le cuesta cierto trabajo admitirlo. Después de todo, no es fácil aceptar que ya no se está vivo. Incluso me recuerda a mí la primera vez que aparecí en esta habitación hace ya mucho tiempo.

–Bien, como puedes ver, aquí no hay nada más que una puerta y una ventana. –Le señalo cada objeto a pesar de que entre la negrura es lo único que resalta.

Rápidamente corre a asomarse por la ventana. Lo sigo y miro a las personas que pasan por la calle, despreocupadas, sin saber que cuando llegue su hora no van a ir a ningún cielo ni inferno, como también yo lo creía. Pero no, más bien llegarán aquí a esperar por cientos de años a que su nombre aparezca en la puerta.

Cuando me doy cuenta, el chico ya ha abierto la ventana. Estoy seguro de que debería entrar alguna corriente de aire, pero no la siento.

– ¿Piensas saltar? –le pregunto con cierta burla–. Sabes que son al menos veinte metros de caída, ¿cierto?

–No importa, ya no soporto este lugar.

Se arma de valor y se arroja al vacío. Me habría reído si no hubiera visto lo mismo ya más de un millón de veces. ¿Que no soporta este lugar? ¡Por favor!, si sólo lleva dos días. Qué llorón.

En no más de cinco segundos, Ernesto reaparece de pie en medio de la sala. Pobre iluso.

– ¿Pero qué…? –dice desconcertado al verse de nuevo en el mismo lugar.

–Ya te lo dije, sólo puedes esperar. –Me cruzo de brazos recargándome en la pared–. Saltar por la ventana simplemente no sirve, antes de tocar siquiera el suelo ya estarás de vuelta.

– ¿Cómo es posible?

–No lo sabemos. Igual que tú, sólo morimos y aparecimos aquí. La única forma de salir es que tu nombre aparezca en la puerta.

– ¿Y eso cuándo va a pasar?

–Quién sabe. Algunos tardan más que otros.

Escucho que traga saliva. Al menos ya no está gritando como cuando llegó.

– ¿Y qué hay del otro lado de la puerta? ¿Vuelves a vivir o…?

–Lo descubrirás cuando te llamen. Los que se van ya no vuelven… sea lo que sea que nos espere afuera, es mejor que esto.

– ¿Cuánto tiempo llevas tú esperando? –me pregunta Ernesto una vez que concibe las palabras.

–Cuatrocientos sesenta y siete años –contesto asqueado. Me gustaría olvidar ese número, pero por algún motivo sólo eso y mi nombre siguen intactos en mi memoria. Ya ni recuerdo mi vieja vida.

– ¿Cómo moriste?

–Ése no es tu asunto.

Doy la vuelta y camino unos pasos para alejarme de él. Odio a las personas habladoras. El silencio vuelve a reinar en la sala, no hay nada de qué hablar, a lo largo de los años se nos acabaron las palabras. Miro a mí alrededor. Algunas personas observan fijamente la única salida, otras prefieren los paisajes de la ventana, y hay quien no mira nada, sólo se sienta en el suelo a esperar que este desolado tormento, en el que no sentimos hambre ni sed, cansancio ni sueño, ni sangramos o nos dolemos, y tampoco percibimos la brisa o el tacto, pronto termine.

Cierro los ojos. Cuando los abro ya han pasado otros cinco años en este calabozo. El tiempo es nuestro enemigo y cada segundo pesa sobre nuestras almas.

– ¡Alejandro! ¡Alejandro! –escucho que gritan los demás. Qué molestos–. ¡Alejandro! –oigo de nuevo. Me levanto con desgano y voy hasta el origen de las voces que no me dejan tranquilo.

– ¡¿Qué quieren?! –pero mi voz se va apagando hasta que se convierte en un murmullo. En la puerta se puede leer con perfecta y angelical letra:

Alejandro López Morales

Es lo más bello que he visto. ¡Ése es mi nombre! Me acerco más, y por primera vez veo a ese pedazo de madera hacerse a un lado para dar paso a una luz incandescente que me cautiva desde el primer momento. Camino sin miedo y cruzo el umbral, por fin mi espera ha terminado.

–Cariño, ¿estás bien? Te noto algo pensativo –escucho decir a mi novia mientras el camarero nos sirve otra copa de vino.

–No es nada, es sólo que siento como si una parte de mí hubiera… vuelto a la vida –comento extrañado, dando un sorbo a mi bebida–. ¿Alguna vez has sentido algo así?

–No sé de que hablas, ¿sentir qué, exactamente?

–Olvídalo, sólo es una tontería –le tomo la mano y disfruto del tacto–. Por cierto, después de cenar tenemos que ir a comprar una nueva bombilla, ya sabes que odio las habitaciones oscuras.

 

 

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