Tarifa, Andalucía, 1946. Su libro más reciente es Ritos de paso (Eolas Ediciones, 2024).
I
Dóciles y pequeños, como la memoria
de un cuerpo antaño en llamas, convertido
en la imagen serena de una sombra
jubilosa, sus ojos me sonríen,
irónicos, y observan con descaro
cómo un fuera de campo se despliega
más allá de la pantalla del ordenador.
Es miércoles de julio,
muchos años después.
Miro su rostro en la fotografía
de una revista, por azar. El fuego
que hizo prender el roce de su piel
tal vez aún arda, en medio de residuos
de silencios y olvidos que ni las arrugas
del desconcierto quieren ignorar.
¿Son cenizas o brasas? ¿Podrá el tiempo
reavivar con fuerzas una hoguera
hace mucho apagada sin su desnudez?
II
El cuerpo (que no olvida), cuando el goce lo ignora,
sabe que los escombros no hablan mucho entre sí.
No busca en los residuos concertar los contrarios,
sino dejar constancia del poder del deseo;
la música, que es siempre creadora del mundo,
al salvaje tumulto que mueve el apetito
prefiere anteponerle el orden de los números,
eso que alguien llamó «la métrica del tiempo».
Y hoy, principios de agosto de 2024,
mientras un sol ardiente (algunos dicen
que un sol del más allá, tal vez) incendia
el aire en calma y el azul del cielo,
manchando hasta las sombras de humedad, tan sólo
nos queda el sueño táctil de la lluvia, como
si fuésemos un árbol malherido
al que el calor azota, pero sigue en pie.
III
El dolor no es contagioso
Ana Blandiana
Y, sin embargo, nada nos impide
fantasear con la impureza. No
hay mejor fruto que los que produce
sembrar los años de pasión. Las flores
crecen entre yerbajos del jardín, palabras
que son semilla y pensamiento, el germen
de gozar y estar vivos
a pesar del estigma del anochecer.