Universidad de Guadalajara.
Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades.
Licenciatura en Letras Hispánicas.
Poéticas del siglo XX.
Maestra: Silvia Eugenia Castillero
ANDREA LIZBETH GUZMÁN LIMA
Reinvento nínfico.
No consigo dormir. Tengo una mujer atravesada entre los párpados. Si pudiera, le diría que se vaya pero tengo una mujer atravesada en la garganta.
Eduardo Galeano
La existencia gira en torno al misterio femenino. Encontramos pruebas en nuestra vida cotidiana, en nuestras costumbres, en la memoria colectiva, en la literatura… ¡En la literatura sobre todo! Alta infidelidad, novela de la escritora mexicana Rosa Beltrán, es una prueba de ello.
Las Ninfas –Nýmphe, que significa tanto <<muchacha preparada para casarse>> como <<venero de agua>> son el espejo por excelencia donde las mujeres deberían saber descubrirse. Estos seres de larga vida (más no eterna) se consideran espíritus divinos que animan la naturaleza.
Portadoras de un conocimiento único, arcano, fluido, primo -que muchas veces desconocen incluso; “las mujeres son así: luchan todo el tiempo, la mayor parte de las veces contra sí mismas” (Beltrán, 2006: 14) – pueden consciente o inconscientemente llevar a quien intente penetrar en él, a la locura misma. Una locura creadora, una posesión sublime o una caída sin retorno, un vacío sin sentido.
Walter Burkert se equivoca al declarar que la adoración de estas deidades está limitada por el hecho de que se identifican inseparablemente con una localidad concreta. Nabodokov nos presentó a su nínfula y la llamó Lolita y no la encadenó a una fuente o a una montaña. Ahora, Rosa Beltrán, refutando también la existencia en la localidad de la Ninfa, nos presenta a tres: Marcela, Silvina y Sabine.
¿Por qué estas tres mujeres son Ninfas de la cotidianidad? Dos cosas: la primera por la naturaleza que encierran en sí mismas y la segunda por el eslabón en común que las une: Julián, un profesor cincuentón de filosofía, que se es arrastrado irremediablemente para ser raptado –poseído por ellas: nymphóleptos
Toda la trama funciona gracias a estas Ninfas que discurren por la mente de Julián siendo, al mismo tiempo, su mente.
Verse en distintos cuerpos. La metamorfosis se convierte en conocimiento “y ese conocimiento metamórfico se condensaría en un lugar que era a la vez una fuente, una serpiente y una Ninfa.” (Calasso, 2004: 17) a estas tres formas de conocimiento, Beltrán les pone nombre y personalidad: Marcela, llena de ideas ilustres femeninas, Silvina dotada de un misterio maternal que aterra a Julián y Sabine casi casi una Bacante: arrolladora, sin escrúpulos. Sin embargo, la sustancia es única. El misterio femenino se encuentra en todas presentaciones, de todos sabores y colores…
Vale la pena analizar tanto a cada una de estas tres Ninfas cotidianas como a Julián pero no dando tanta importancia a qué son sino a cómo son; cómo interactúan, cómo viven entre ellos y sobre todo qué significa vivir entre ellos.
Marcela, la Mujer.
Éste, junto con Julián, es el personaje más trabajado de la novela. Una mujer llena de cuestionamientos y poseedora de algo irresistible para Julián. Marcela va y viene durante toda la novela; es la Ninfa con más presencia. Lo es para nosotros que leemos la obra porque lo es para nuestro amigo Julián. “Marcela sabe hacer que él diga cosas que ni siquiera sabía que supiera.” (Beltrán, 2006: 59) Es real en ella al mismo tiempo que hace que Julián sea real.
Una mujer preocupada por el interior que está en una relación basada en el exterior. Viene y habla y habla. Enfrascada en una investigación sobre la vida de las Mujeres Ilustres que han existido –Ninfas confundidas entre los tiempos, como en las obras de Botticelli, escondidas pero vigilantes.
¿Qué pasa cuando una Ninfa se enamora? En Marcela “el amor la hacía sentirse a salvo, particularmente de estar viva.” (Beltrán, 2006: 13) El mundo mistérico que conllevaba su propia naturaleza era un agobio constante. Incluso estando con Julián porque él anhelaba ese saber que su cuerpo le brindaba, pretendía ahogarse en ella. Pero la Ninfa no cedió.
En el trascurso de la historia, Marcela presenta un cambio. Pero más que un cambio, es un engaño. Telfusa engatusa a Apolo para que se largue de su espacio virgen y Marcela tergiversa su forma de ser para alejar a Julián. Se convierte en otra que no es. “¿Cómo es que una mujer pensante se volvió eso?” piensa Julián “Una explosión de carne y licra negra que afirma que él tenía razón, vivía reprimida…” (Beltrán, 2006: 123) Marcela da en el clavo al convertirse en lo contrario a lo que desea Julián. Lo asedia, lo ciñe a una influencia erótica que acaba por desbordar en la manía. La buena disposición puede ser desquiciante.
Silvina, la dulce.
De esas personas que pasan inadvertidas por la vida de alguien hasta el momento oportuno. Una fiesta, una escenita de celos y la salvadora: Silvina, la funcionaria cultural de grandes planes para el futuro.
Otro mundo femenino ocupa a Julián; una posesión que consiste en enseñar y ser enseñado. Silvina no exige nada excepto amor. Cada relación es única piensa Julián cuando descubre en ella mil y una cosas diferentes a las que tenía con Marcela. No obstante, muchas veces diferentes no siempre significa mejores.
Biodori “Aquella que ofrece el don de la vida” Algo sucede: Silvina queda embarazada. Las Ninfas están relacionadas al ámbito de la fertilidad, sin embargo no se tiene bien en claro a qué se refiere la mitología con fertilidad. Hay tantas y tantas implicaciones que a Julián se le olvida la elemental: la Ninfa puede llegar a ser fecundada.
Su mundo parece hundirse ante la perspectiva inminente de un misterio enorme: dar vida. Silvina simboliza todo lo que el hombre desconoce. En una conversación escuché que las comunidades primitivas eran matriarcales porque el hombre no relacionaba el coito con la procreación. ¡Qué bellísimo misterio es el embarazo! Un misterio al cual Julián no quiere pertenecer; no va más allá de la posesión erótica.
Sabine, la solitaria.
Julián está hasta el cuello de naufragar en medio de dos misterios –en un principio deliciosos y ahora, tormentosos- pero no saber nada sobre ellos. Nadar a la deriva entre los dos sellos femeninos no significa poseerlos. En eso está cuando aparece, camuflajeándose entre la nada, Sabine: “…una espiga pálida y larga de veinticuatro años, pelo rojo y una mirada de controlada indiferencia” (Beltrán, 2006: 95) Llega inesperadamente a la vida de Julián aunque ella ni siquiera note demasiado la presencia del profesor.
Porque “la Ninfa o lo divino o la fortuna son potencias que actúan repentinamente, capturan y transforman a su presa.” (Calasso, 2004: 27) Así lo embota Sabine, sin notarlo. Julián se deja llevar por la corriente que es la anestesióloga Sabine. Se hunde en un cuerpo que más que dejarse poseer le ordena que él sea el poseso. ¿A dónde lo llevará ser nympholepto de Sabine? A la locura misma, a la adicción tanto de ella como de narcóticos. Pero ¿le sirvió de algo meterse con la hija de sus amigos? Sabine es uno de esos entes que vienen al mundo para estar solos, no importa donde se encuentren.
Y hablando de soledades, la locura que viene de las Ninfas, un páramo solitario, lejos… un lugar del alma, nos puede llevar por dos caminos; un justo delirar, una atadura gloriosa, como le ocurrió a Sócrates, que genera arte y conocimiento. Y por otro lado nos encontramos con una oscuridad profunda; un delirio sin retorno. Sin importar que seas dios u hombre, si caes en ella, no saldrás. No hay nada, no puede haber nada. Calasso nos regala el ejemplo de Hilas, el amante de Heracles, vencido por la imagen acuática de una Ninfa –muchas Ninfas, que sé yo. La mujer se ve multiplicada en los ojos del amante – y arrastrado a las profundidades de donde ya nunca salió.
El rapto de Julián consistió en dejarse hundir por y en Sabine. Lo toma y no lo suelta; lo tiene preso en ella. “Se había convertido más bien en un hombre que no siente nada, que tiene que entregarse y esperar a que todo pase.” (Beltrán, 2006: 110)
Sabine es definitivamente el peor lugar donde pudo haber caído Julián y sin embargo, ir a la deriva, durante un tiempo fue un “alivio” para el dios. Por primera vez en su vida fue robado y se dejó despojar.
Julián
Con ustedes, el profesor poco menos que ninfomaníaco de filosofía, eje movible que fluctúa entre las Ninfas de la historia. Fatuo, egocéntrico. Un dios. Bien podría codearse con Zeus o Apolo. Un hombre que navega entre lo apetitosamente femenino, buscando. Otro filósofo, Platón, afirma que la posesión suprema es la erótica: la manía erotiké. Julián no hace otra cosa.
Hacer el amor es hacer la vida. Ya sea en su apartamento con Marcela, o en Nueva York con Silvina o bajo las narices de Pavél y Helga con Sabine. La relación sexual en Julián es el origen y el fin de todo.
Pero hay que tener cuidado con el misterio femenino que es torbellino, que es delirio sin retorno. El cuerpo de las Ninfas es el lugar de El Conocimiento. Terrible, funesto y también salvador. El Conocimiento al cual se llega a través de la posesión.
¿Dónde termina el hombre y comienza un dios? Julián es un casi perfecto Apolo. Busca, sin saberlo, su propia “fuente de hermosas aguas”. Sumergirse significa apertura, purificación, inmersión. Pero también sumergirse significa terror e inmensidad. Nos encontramos frente a la base del misterio femenino: la dicotomía. En Roberto Calasso, sólo encontramos literatura mistérica femenina pero en la novela, Rosa Beltrán traslada el mundo nínfico a un lugar atemporal. Cotidiano.
El conocimiento que lleva de la mano a la existencia, existe desdoblándose: la posesión es el medio por excelencia para llegar a él. Y solo las Ninfas pueden otorgar dicha posesión. ¡Ellas mismas son la posesión!
Entonces ¿Por qué Julián transita de una a otra y luego a otra? “Teseo no abandona a Ariadna por un motivo, ni por otra mujer; si no porque Ariadna escapa de su memoria. Teseo ya no se acuerda, ya piensa en otra cosa” (Calasso, 2000: 23) Cuando estaba hasta el borde de Marcela, casi naturalmente, Julián se topa con Silvina y ella lo rescata de la inmensidad que Marcela representa. Cree haberse salvado pero se equivoca; entra en otra sustancia líquida, en otra parte de misterio femenino. Cuando está asfixiándose de estar “sumergido” encuentra a Sabine y comienza a anegarse en este nuevo mundo que significa la joven.
En todas sus transiciones, Julián, equiparándose con Zeus para con Io, desea la diferencia que basta para desarticular el orden. Calasso dice, pareciendo conocer a Julián: para un dios, la repetición es señal majestuosa, el sello de la necesidad. Un remanso.
Julián necesita del misterio femenino. Lo arrastra a la locura terminal pero desea seguir en él. Un mismo misterio en multitud de personas diferentes.
“Cuando Apolo llega a Telfusa y cuando llega a Delfos pronuncia palabras idénticas” (Calasso, 2004: 13) Como si un mismo evento se hubiera presentado dos, tres veces en la historia de Beltrán.
Julián sigue el mismo patrón; enamora. Seduce. Corrompe –se deja corromper. Desecha. Anhela volver. Incluso en cosas banales es siempre el mismo; el dios no gusta de reinventarse: “¡¡Le hiciste el amor igual que a mí!!, aulló Marcela, ¡¡Igualito!! […] Oye, Silvina. Tú me conoces a mí y yo a ti. Y conoces a este. Señaló a Julián. Pues no tuvo ni la imaginación ni la decencia de hacerlo distinto…” (Beltrán, 2006: 54)
Despreció las relaciones por no poder aprehender el saber quedándose vacío. ¿Dónde está el Apolo que roba a Pitia y después a Telfusa?
Las tres son depositarias y guardianas de un conocimiento oracular que Apolo/Julián desea sustraer. Que no le pertenece y jamás lo hará. A diferencia del dios, Julián no sabe qué es lo que lo acerca a las Ninfas, sólo se sabe poseso de ellas: “para entonces la relación con Marcela, Silvina y Sabine era superficial. Y a pesar de todo, la superficialidad lo había estresado. El ver a cada una de las tres, lo mismo que el no verlas.” (Beltrán, 2006: 145)
Porque como bien apunta Calasso: las Ninfas pueden ser tanto salvadoras como devastadoras –o lo uno y lo otro juntos. Con el paso del tiempo, Julián se topa con la “cazadora de cabezas” (como la define Warburg) esta variante en la Ninfa siniestra y aterrorizante que hace que Salomé reencarne en Marcela, Silvina y Sabine. Juntas llevan a la locura final a Julián. Planean vengarse; destruirlo: “… y sin embargo -pudo darse cuenta- caía. Caía y mientras lo hacía iba viendo la realidad delante de él, de cabeza, localizaba aquel día y aquel sitio donde empezó a caer.” (Beltrán, 2006: 143)
Estuvieron a punto de lograrlo, pero el dios resiste. La locura, que estuvo a punto de ahogarlo, se disemina y entonces ¿qué queda? ¿Cuál era el sello de sus mujeres? ¿Cuál es el secreto de las tres condensada en una? A diferencia de los dioses reales, Julián no llega al misterio. Al revés, sale debiendo como en todo robo. Solo que aquí no se llevó lo que intentó hurtar.
Julián es deudor de las Ninfas. Si Apolo le debe de agradecer a las Ninfas el uso del arco, Julián debe retribuirles un nuevo amor por sí mismo. Las Ninfas lo desprecian pero él se siente reinventado. La manía es bella porque nace de la divinidad, de ellas…
<<Aquél que ha herido curará>> “Sócrates quiere mostrarnos cómo, de esta enfermedad que es la manía, la única cura y liberación viene del delirio mismo. (Calasso, 2004: 40) “Vio a aquella joven estudiante recién inscrita, con la ilusión de oírlo discurrir grabada en los ojos. […] Él le contaba su historia y ella venía a rescatarlo.” (Beltrán, 2006:166)
No le bastó una locura, anhela otra. Apolo seguirá intentando robar esa intuición precedente, ese saber místico, líquido: femenino. “He aquí un consentido de los dioses, piensa. O de las diosas. Diosas ciegas. Alguien destinado a no responder por sus actos” (Beltrán, 2006: 31).
Al final, cuando se ve la imagen final de Julián, sería válido preguntar: ¿en verdad las poseyó? Fue en ellas, dentro de ellas, sobre ellas pero no dejó de ser él. Nunca hubo un cambio de naturaleza que es la característica más fehaciente de que algo o alguien está inmerso en este misterio de vida. ¿Cómo te sumerges sin sumergirte?
Tal vez Cirene, Telfusa, Pitón, Dafne y todas las demás debieron haber leído el final de Alta Infidelidad para darse una que otra idea sobre cómo vengarse de un hombre que es dios o que cree ser un dios que pretende desfalcar las arcas de un saber íntimo, propio. Apolo logró el conocimiento e intentó borrar todos los vestigios de la verdadera fuente pero con lo que no contaba es que esa fuente no solo era fuente sino que fue serpiente, fue Ninfa. Rosa Beltrán la encontró en tres mujeres que no se dejaron arrancar ese secreto. Pero, ¿realmente se vengaron? O ¿simplemente dejaron que Julián se hundiera en la locura que de toda Ninfa surge?
La figura tripartita de Alta infidelidad, nos presenta una nueva –reinvención, acaso-identidad deliciosa pero peligrosa. Julián sucumbió pero eso no le arrancó el gusto de seguirle la pista a la fuente de hermosas aguas.
Cada cierto tiempo, el Olimpo y sus dioses bajan a la tierra seducidos por las Ninfas. Antes eran figuras de los bosques y de los manantiales, ahora son profesionistas, amas de casa, estudiantes.
Yo propongo llamar Ninfa a cada mujer. El misterio femenino e innato que las liga a la existencia es nínfico; es saber, es locura sublime y es, sobre todo, vital.
Mantén el ojo abierto si quieres llegar a vislumbrar alguna. Mantén la conciencia atenta si quieres robarle pero mantente lejos si no quieres caer en la locura que viene de las Ninfas.
Referencias:
Beltrán, Rosa. (2006). Alta Infidelidad. México: Alfaguara
Calasso, Roberto. (2004). La locura que viene de las Ninfas y otros ensayos. México: Sexto Piso
Calasso, Roberto. (2000). Las bodas de Cadmo y Harmonía. México: Anagrama
Personalmente me emocionó descubrir la relación entre esta palabra (deseo sexual incontrolable, una especie de locura (¿) y la de nymphóletos. Estos grados de posesión, de enajenación nos hablan del influyo tan grande que conlleva el misterio femenino; cómo las Ninfas se las ingenian para sustraer de la realidad a aquellos que caen en sus aguas.
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