Recuerdo una tarde juvenil… / Melena

Melena
así me llamó la tarde de un día domingo a la hora del camino a la plaza
a una hora taciturna como si viniese de la provincia a cantarle
al aire a los árboles pletóricos de hojas perennes aguardando mi llegada
Y mi melena suelta frondosa con vida propia meneándose al trajín de la
calzada aquí va ella, me dice una voz interior diciéndose libre como los
pájaros nuevos a volar
sin miedo a esta tarde de un verano en que el cuerpo de una muchacha vibra
a cada paso
y siente la vida ondulante en las caderas
al compás de la aventura de ese verano tibio y estival
ahí va una linda melena meciéndose al compás de una sorpresa que le
regalara el tiempo cálido y hermoso de una ciudad tranquila de un día
domingo a la vera del camino a la plaza en el Santiago taciturno a la
entrada del romanticismo un día de octubre
a las seis de la tarde.

Enredo de pelos

Amanecía con la perplejidad de la apariencia de mi fronda
Una causalidad nocturna había revolcado mi cabeza
Amanecí rotunda,
Me vi en el espejo del vidrio empavonado del baño devolviendo la
imagen de una marejada
que tomé con ímpetu el peine

Amanecí en ese enredo

Fronda de pelos

No las ruindades del dramón.
No más lejos donde cantan y danzan en la madrugada,
donde la vid destila en los labios.
Allí, hay luz de sueño.
No donde muge, sino, «Esplendor en la hierba».
Por ello. Me tumbaré en la tarde a esperar la noche.
Esperaré que pase
y que pise mi morada y se recueste.
Sorteando lejos mis pasos febles.
Y esa sustancia gris jaspeando mi melena.
Mi entorpecida e intumescencia huesoidal.
Moradas en ellas.
Pues bien:
Fronda de pelos.
Por eso de latente.
Por eso de parva.

Brote de crin en la seda

Debajo de los hombros ondulante y azabache
como si se mandara sola.
Brilla y azulea la onda grácil,
acariciando la piel del cuello.
Luego llega la noche y ese ondulón rizo,
perplejo de salón y de ninfas.
Desvela el vello incipiente de la frente con saliva.
Dándole un repunte, para que brote crin en la seda.
Pues ambas se requieren para hacer tacones en las fondas.

Gruesa de ajos tinte

Vibrante y negrona hasta la cintura.
Una cuelga antes llegar a la nalgada estelar.
Más un respingo en el hueso sacro, es una enredadera de olivos.
Es la crencha a telar que azota el culo.
Y cuelgas de pelona y gruesa de ajos tinte.
Puede ir de lado cerca de la tetada o prendedor de pelos enredados.
O trenza de sauce acariciando piedras.
O de escoba vieja a volar las nubes en el meridiano.
O en la nuca en un moño llano con la cola al viento.
Y para ser más exacta: Colar la trenza en un cubo azul.
Donde pinté la calle.
Loca de trenza y frenesí de azul.

Manca…

Yermo hueso óbolo

Mi brazo roto se salió de mi cuerpo
flotando al aire como blondo suelto.
Acto seguido, quise cocerme los pedazos hechos astillas
recalentada por la lumbre del farol de la plaza.
Quise mi hueso repechado,
quería mi carne.
Quería que fuese el hijo.
Que se aferrara a su madre.
Hacía esfuerzos para retenerlo
agarrado a su falda. Ese hueso.
Mi hueso húmero oraba a hueso.
A omóplato chillaba.
A clavícula desde la ensenada.
Este yermo hueso óbolo quedó inerte.
Solo, en medio de la plaza.
Un promontorio desencajado.
Trémulo húmero, geblo.
Gema y virtuoso.
Insistiendo en la leche materna,
feo y triste huesón.
El tendón hecho trizas.
Cual ráfaga a golpe de nardo viejo.
Aprendí de ese tarascón contra el cemento.
La lumbre y el hastío.

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