Recordamos la revista Oráculo, a 25 años de su primer número

Xitlalitl Rodríguez Mendoza

Guadalajara, Jalisco, 1982. Su publicación más reciente es la traducción De cuerpo entero… de David Le Breton (La Cifra, 2024).

Si bien cada momento de nuestra vida presenta muescas hechas por libros, discos y películas, las revistas literarias independientes marcan épocas completas, aunque la gran mayoría estén destinadas a una trágica vida que se ve truncada a los pocos números por falta de presupuesto o tragada por el voraz océano de la distribución. Este tipo de publicaciones periódicas cumple, además, con las normas ISO9000 de la amistad: una revista se hace, se lee y se comparte entre amigas, entre amigos. 

Este fue el caso con Oráculo. Revista de poesía que empezó a circular en la Ciudad de México en el 2000 y que, a lo largo de nueve años, vio pasar entre sus páginas a poetas, traductores, ensayistas y artistas de todos los estados, así como de muchísimos países.

Rodrigo Flores, director de la revista, poeta y corredor de fondo, nos hace un recuento de la historia de esta publicación, por donde pasaron poetas como el chileno Raúl Zurita, la boliviana Hilda Mundy, el peruano José Watanabe, el belga Henri Michaux, el catalán Joan Navarro, y los mexicanos Enriqueta Ochoa, Tedi López Mills, Ángel Ortuño, Minerva Reynosa, Sergio Loo, Sergio Ernesto Ríos, Julián Herbert, Luis Vicente de Aguinaga, Karen Plata y Luis Felipe Fabre, entre muchos otros. 

Al parecer, todo empezó alrededor de 1998 con sus compañeros Eduardo Lais y Daniela Ramos, quienes, al igual que Rodrigo Flores, eran veinteañeros que asistían al taller de la poeta torreonense radicada en el entonces Distrito Federal Enriqueta Ochoa. «Estábamos tres chavitos en el taller de Enriqueta Ochoa, que era en la calle de Amores, aquí en la [colonia] del Valle. Enriqueta era una persona hermosa. El taller era en su casa. Y Enriqueta ya era una persona mayor, no salía mucho. Y era muy mística. Pero también muy tradicional en la formación de los poetas. Nos decía que teníamos que aprender a versificar primero, antes del verso libre. Decía: “No, primero tienen que hacer un soneto, una décima, una lira”. Y luego también tenía una onda mística y nos leía la mano. ¡Una locura, Enriqueta!».

Como todos los jóvenes temerarios (son los únicos que pueden animarse a hacer una revista de poesía y arte), ellos no sabían mucho del trabajo editorial pero el mismo Eduardo Lais tuvo la idea de vender suscripciones por adelantado para financiar los primeros números. «Él estaba muy conectado con Max Rojas. Entonces también Max nos apoyó desde el principio. Y en ese primer número, de hecho, hay unos poemas de Max que eran inéditos en ese entonces. Y así surgió». 

Luego de movimientos en el consejo editorial, fueron Daniela, Rodrigo y Paulina Barraza en el diseño quienes continuaron el proyecto ya con el apoyo de la beca Edmundo Valadés para publicaciones independientes que ahora, por desgracia, ha dejado de existir. Eso propició cambios en la revista: «Como que al principio nosotros salíamos en todos los números. Y poco a poco fueron apareciendo contenidos distintos. Pero lo que sí fue una constante fue la parte de la traducción. Y en ese primer número me acuerdo de Eros Alesi. Que para nosotros era: “¡Wow! ¡Qué cosa increíble!”. Porque además en el año 2000, o sea, eso era… No me acuerdo cómo había conseguido Eduardo las traducciones de Guillermo Fernández. No sé cómo, pero ahí aparecieron. O a lo mejor fue Enriqueta, incluso, no sé bien. Y después de eso, pues, empezaron por la parte del consejo de colaboradores, poetas belgas. O amigos de nosotros, poetas de Estados Unidos. Hasta poetas de África. Y así como que dijimos: “Eso hay que mantenerlo siempre”. Y nosotros también, pues el enfoque que cambió fue porque empezó a tener como una postura más latinoamericanista».

Esta etapa estuvo marcada por el viaje de Rodrigo a Chile. «Raúl Zurita vino aquí en agosto del 2004. Y entonces fuimos varios a una cantina y me dijo: “Oye, tengo unos amigos muy jóvenes, como de tu edad, que van a hacer un encuentro en Chile. ¿No quieres venir?”. Y yo: “Ah sí, me encantaría”. Y entonces fui en octubre. Y pues hubo cosas muy increíbles que escuché ahí y que conocí gracias a Zurita. Y publicamos una revista dedicada casi a puros poetas de allá. Y eso fue como un primer momento».

De ahí que, en una siguiente etapa, naciera Hojas de Laurel. Suplemento de ensayo, entrevista y crítica que dirigía Jorge Solís Arenazas. Y también llegó Sergio Loo, a quien Rodrigo se refiere como alguien muy importante para Oráculo «porque era una persona muy comprometida, muy entusiasta, con mucho conocimiento de la poesía. Con muchas ideas para renovar la revista».

Para Rodrigo, las referencias que tenían de la revista ideal, que se nota sobre todo al ver la importancia que ponían en la traducción, fueron El Corno Emplumado y El Cocodrilo Poeta, que hacía Raquel Huerta «y se llamaba así en homenaje a su papá. Era una revista que también publicaba traducciones. Y estaban obviamente Poesía y Poética y El Poeta y su Trabajo, que también publicaba traducciones, sobre todo de poesía estadounidense. Y eso quisimos justamente. En esa época las editoriales no solían publicar poesía de forma bilingüe, sino que estaban las traducciones españolas. Y entonces uno no sabía qué diablos había. Y sí, por eso aparecieron traducciones del francés, del italiano, del inglés, del suajili, de lenguas originarias. Me acuerdo de un número de poesía tzotzil, de poesía tzeltal. Sí, hubo de muchas lenguas».

Después pasó lo que tiene la pasar en toda revista independiente: la disgregación a cabalidad. La producción se hizo más pesada y demandante. Apareció un último número doble de Oráculo, que más bien es un libro y en 2009 dejó de circular. Luego Rodrigo y Paulina, esposos, se fueron a Barcelona, donde Rodrigo pudo encontrar «el catálogo completo de Visor, de Tusquets. Autores que aquí, en tu vida… o que cuesta mucho trabajo conseguir. Ahora ya es muy distinto. Me acuerdo que estaban las obras completas de Gombrowicz. O sea, aquí eso nunca; como que llega por goteo a ver si te enteras. También dentro de esa librería había una sección muy buena de poesía. Y también tenían por otra parte un mercado informal de publicaciones más como de fanzines. Era más contracultural, menos normado por las leyes del mercado».

«Y tiene esta cosa el mundo catalán que, digamos, necesitas tú saber catalán si tú quieres entrar. Entonces había muchos de estos eventos que eran en catalán. Porque además la reivindicación de lo catalán estaba a tope. Recuerdo mucho la obra, por ejemplo, de Juan Eduardo Cirlot. Muy experimental. Y está escrita en español. Él era catalán y era de Barcelona. Y estaba la obra de Joan Brosa. Que era también fantástica. Lo que más me gustó, creo, de Barcelona era su sistema de bibliotecas. En cada barrio tenían una biblioteca muy bien surtida. Pequeña, pero muy bien surtida. Y donde uno podía llevarse materiales, discos, libros, revistas. Se los llevaba a su casa una semana y luego los devolvía. Y era fantástico. Estaban todas bien surtidas. Y tú estabas en una parte de la ciudad, en otro barrio. Y podías devolverlo en otra biblioteca de la ciudad».

Dice Rodrigo que en años recientes tanto Paulina como él han vuelto a sentir los signos de esa posesión demoníaca llamada «Hagamos una revista de poesía». ¡Ojalá que suceda! 

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