Si el retrato es tema de celebración, si el retratado ha querido salvarse del tiempo y encargó al retratista esa obscena misión que todavía suele mostrarse en la sala o el comedor, juzgando a todos después de la muerte, si el retratado nunca envejecía, George Condo y sus Existential Portraits, creados desde 2005 a estas fechas, exploran el interior y el exterior de personajes interiores y exteriores mediante su autodefinido «Realismo artificial»: la «representación realista de lo que ya de por sí es artificial» del estadounidense que sabe «combinar todos los periodos en una polifonía de azul, payaso, líneas, volúmenes, monocromos, etcétera, como una sinfonía en la que se articulan todos los niveles de su propio yo y, al mismo tiempo, reinventarse en la pintura», como ¿explicaba? Félix Guattari, uno de sus grandes amigos después de Warhol y Burroughs.
Si el retrato es un intento descriptivo visual y verbal, entonces la desfiguración de lo salvable de ese alguien es labor de George Condo, desde los año setenta hasta hoy. Influido determinantemente por el Pop Art y algo de esa oscura formalidad clásica y siempre avejentada (incluso en su tiempo) de los escenarios flamencos y barrocos españoles, la chueca sonrisa de su trabajo proviene conceptualmente de la mueca, el puchero y el disgusto, para volverse ya no irreverente: más bien, hoy, sólo interesante. «Cuanto más reducido es el ámbito del respeto, mayor es el espacio que se abre a la caricatura», escribió Félix de Azúa. La pintura de Condo es contemporánea porque sólo sobrevive en una comunidad donde el respeto también es una mueca, donde la sumisión ante la autoridad ya no es cool. ¿Es tanta la insolencia que ya extinguimos a la caricatura? ¿Será que lo no caricaturizado ya se observa anacrónico?
Baudelaire dividió la caricatura en dos formas: lo «cómico absoluto», lo grotesco para moralizar, y lo «cómico significativo» como negación o crítica, como retrato abstracto de una realidad que nos dictan, y que negamos mediante ella. Los retratos de George Condo, si es que provienen de la caricatura y no de la deformación (habrá que observar algo de cubismo y algo del espíritu de De Chirico), no niegan, tampoco moralizan, pero sí retratan el espíritu de celebración con el que parece haber nacido este género. Condo da la impresión, incluso, de negarse el sentido del humor, aunque Dios o Jesús parezcan chistosos desde sus pinceles. Condo obliga a la sonrisa clavando un cuchillo a la amante del carnicero en la cabeza, exagerando la furia del cura o creando nubes con su nombre. «Odio los dibujos animados. Pero se pinta lo que a uno no le gusta para intentar arreglarlo»: así es mueca en palabras del pintor que, parafraseando a Guattari, se pinta a sí mismo en los demás. Así es, a veces, la felicidad: como un retrato de George Condo.
Dolores Garnica
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