¿Quién es más desafortunado? / Ulises J. Gómez

Preparatoria 4

–¿Qué onda, wey?
–¿Qué onda?
–Oye, ¿y la clase de literatura?, ¿no has visto a dónde se fueron?, acabo de observar por la ventana y ya está vacío el salón.
–¡No manches! Tienen rato que salieron.
–¡Puta madre! Me la aplicó.
–¿Quién, eh?
–Es que me sucedió algo bien ilógico que a quien le platique, me da la impresión de que le va a parecer un pretexto, y uno muy ridículo.
–Pues a ver, platica.
–Fíjate, fue aquí, a una cuadra, antes de llegar a la prepa. Pero deja platicarte desde el inicio.

»Estaba quitándome el pupilente derecho, entonces lo jalé y junto a éste se me vino el ojo, pero no había sangre ni fluidos. Lo observé y estaba completo, hasta con el nervio unido a él. Entonces me toqué la cuenca del ojo y sentí el vacío; se lo mostré a mi madre y sólo hizo un comentario: “Mira, hasta salió con todo y nervio”, y yo me dije a mí mismo: “Pues ni pedo, al rato voy a la Cruz Verde.” Pensaba qué me pondría para cubrir el agujero, pero dejé de darle importancia y me recosté.
»Mi hermano estaba en la cama de al lado y le dije: “Mira, wey.” “¡No manches!, se ve bien culero.”
»Lo ignoré y cerré los ojos.
»Los abrí y lo primero que hice fue acercar mi mano derecha a mi ojo derecho. “¡Chingada madre, sólo fue una pinche pesadilla!” Mi despertador sonaba y la tele ya estaba prendida porque la había cronometrado al despertador. Apagué ambos y pasé al baño. Hubieras visto el trabajo que me costó ponerme los pupilentes a causa de la pesadilla y por esto perdí un buen de tiempo. Me bañé, me cambié de prisa y salí corriendo de mi casa con rumbo a la preparatoria. Observaba los carros pasar, los árboles, la gente, la basura en el suelo y, claro, el reloj de mi celular. Así estuve hasta que sólo me faltaba una cuadra para llegar. Miré el celular, siete con diez. Faltaban cinco minutos para que ya no me dejaran entrar. Pensé en darme prisa y correr, cuando justo en frente de mí una viejecita me distrajo y me dijo: “Hola, jovencito, ¿puedes hacerme un favor? “ “Sí, claro”, le dije. “Fíjate, ¿puedes ayudarme a abrir una puerta para subir a la azotea?, es que yo no puedo porque tengo los brazos rotos.”
»Observé los brazos de aquella señora y no tenían nada, ni yesos, ni nada, pero supuse que por su edad tendría alguna otra complicación.
»“Sí, claro”, sólo asentí. “Bien, vamos, mi casa está aquí cerca.”
    »Caminamos unas cuantas casas y llegamos a la suya. Una pequeña casa de color blanco, llena de plantas, bardeada por un cancel del mismo color que la casa y con detalles de herrería. Pasamos el cancel y antes de llegar a la puerta de la casa tenías que pasar por un espesa miniselva ; por cierto, muy chaparro el acceso principal. Entramos a la casa y la viejita me advirtió que cerraría la puerta. Eso me preocupó, ya que nadie sabía que me encontraba allí. Una viejita me iba a asaltar o tal vez iba a abusar sexualmente de mí, o tal vez había alguien más en la casa y era una trampa. Me saqué esas ideas de la cabeza, me relajé, pero seguía atento por cualquier cosa que sucediera.
»“Oye, mi´jo, antes de ir al patio, permíteme, voy a hablarle a una sobrina para que ya no venga, y es que le había avisado de mi problema y me dijo que vendría en cualquier instante.” “Sí, está bien, señora”. Silencio mío.
»La viejita tomó su teléfono y marcó, pero al parecer nadie le contestó. Colgó y dijo que la siguiera. En el camino hacia el patio íbamos por un corto pasillo que daba a varios cuartos. Yo sólo volteaba a cada habitación esperando que no hubiera nadie más. Negativo. Me calmo de mis ideas locas. Llegamos por fin al patio y me señaló a la derecha unas escaleras de metal un poco mojadas, creo que llovió anoche, y al final, una puerta de metal colocada en el techo con forma de un pequeño cuadrado.
»“Mira, es una de estas llaves.” “Okay”, y me entrega un gran puñado de llaves.
»Después de un pequeño lapso, en lo que daba con la llave correcta, pude retirar un gran candado y empujar la puerta hacia arriba. (¿Sabes? Estaba pesada, la verdad la señora no habría podido.)
»Estando aún arriba, la señora me preguntó: “Oiga, jovencito, ¿puede hacerme otro favor?” “A ver.” “Fíjate, ya ves que llovió ayer, se me taparon las canaletas de la azotea y se está acumulando el agua, déjame ir por una escoba para que las destapes.”
»“Fíjese que tengo examen ahorita”, dije mintiendo. “Ah, entonces no tienes tiempo, no hay problema, joven.” Al terminar de decir esto, me llegó un gran remordimiento y le dije: “Bueno, lo hago rápido.”
    »Desapareció y luego regresó con una escoba roja. La tomé y subí a la azotea. Lagunas y lagunas de agua estancada. A mis pies estaba la entrada de la canaleta, tapizada de hojas de árboles y basura. Empecé a retirarla y el agua empezó a filtrarse, y pensé que había terminado cuando, al voltear, la viejita ya estaba sobre las escaleras observando y dijo: “Atrás del tinaco hay otra.”
»Pensé: “Méndiga abusiva #$5%&7#.”
»Por fin acabé, pero todavía no terminaba de irse toda el agua cuando le comenté al vejestorio: “¿Sabe? Ya tengo que irme, creo que ya me retrasé.” “Okay, te acompaño a la puerta para abrirte.”
Llegando a la puerta dijo: “Muchas gracias, mi’jo, ¿cuánto te debo?” “No, nada, cómo cree.” “No, en serio.” “No, así está bien. ¿La puerta del cancel está abierta?” “Sí, mi’jo. Que te vaya bien, cuídate.”
»Salí corriendo y me dirigí a la prepa. Revisé la hora: siete cincuenta y nueve. “Demonios”, pensé. Lo único que me alentaba es que hoy me tocaban dos horas de literatura, alcanzaría una hora de clase. Entré corriendo rumbo al salón y te encontré a ti aquí afuera. »
–No jodas, ¿todo eso pasó ahorita? De no creerse.
–Sí, ¿verdad, eh? ¿Me acompañas a buscar al profe para ver qué ocurrió y explicarle, a ver si me cree? ¿Sabes?, es que hoy me decía si pasé su materia, por eso era tan importante que llegara a tiempo.
–Vamos, supongo que estará en la sala de maestros.

»Llegando ahí le digo al maestro que si puedo pasar. Él asiente y me dejo caer en la silla que está a su lado. Su boina me distrae.
–Maestro, hola, ¿qué pasó?, ¿ya terminó la clase?
–Desde hace un buen, cabrón.
–Es que fíjese que me pasó algo bien ridículo y no creo que me crea, ¿le cuento?
–A ver.
–Mire, fue aquí, a una cuadra, antes de llegar.
–No, espérate, cabrón, tú eres muy bueno para hacer cuentos, mejor escríbelo como cuento y tráemelo para el lunes, si no, estás reprobado.
–Profe, ¿cómo que reprobado?, ¿y los tres libros que leí la semana pasada?
–¡Tú hazlo y ya!
–Bueno, pues, ya me voy.
–Adiós pues, y que Dios lo coja confesado. »

–¿Como ves?, eso me encargó. Ni me escuchó, pero hice lo que me dijo.
–Entonces eso quiere decir que sólo somos personajes de un vil cuento.

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