Pruebas

Araceli Mancilla Zayas

(Estado de México, 1964). El último río (La Maquinucha, 2019) es su libro más reciente.

Me llamo Irene y tengo doce años. Conozco mi edad porque se la he preguntado muchas veces a mi mamá. Por lo mismo, porque me veo más chica. Bueno, eso dicen siempre las personas después de platicar conmigo. Se sorprenden bastante de que «hable tan bien». Sí, entiendo las preguntas que me hace. Le contesto convencida porque mi mamá me lo pidió. Me ha dicho que si no le respondo se la llevarán. También me explicó que debo contarle la verdad. Entiendo que decir la verdad es no decir mentiras. Para mí, mentir es inventar cosas con ganas de engañar.

Está bien, prometo no decirlas.

Lo que sucedió ese día fue que la señora tropezó conmigo en el pasillo y me tiró. Reconocí su voz porque la había escuchado antes. No es vecina, sólo visitaba algunas veces a los que vivían enfrente de nosotras. No sé a quién, si al señor o a su hija. En ese momento ella sólo hablaba con él. Creo que la hija estudia en la secundaria. Ese día fue a la escuela. Escuché cuando salía de su departamento, temprano.

Estaba en ese lugar porque mi madre me deja pasar el tiempo en el pasillo de la escalera. Es amplio, largo y tenemos macetas con plantas y flores. Yo las riego. Ajá, estaba yo sentada en el banquito. Lo que hago normalmente es cepillar a nuestra perra, escuchar música o platico con mi abuela, por el celular. También leo. Estando allí es como me entero de las personas que pasan o si tocan a la puerta de los vecinos. A veces me quedo toda la tarde, pero también puedo bajar a caminar en los andadores, con Trenza, para que no ladre de aburrimiento.

Sí, escucho bien, incluso algunas cosas que mi mamá no, y entonces le digo a ella: Pasó esto o lo otro. Acerca de ese día, le conté… casi todo. Nací en el pueblo de donde es su familia, cerca de la ciudad. Soy ciega porque una bacteria me atacó al nacer. No, nunca he podido ver. No sé cómo son la luz ni las sombras o la oscuridad. Sólo siento en los párpados el calor, lo tibio, lo frío. Al ponerme nerviosa, me da comezón. Sí, distingo los objetos por su forma, por su tamaño y al tocarlos con atención logro saber si están limpios o sucios. He practicado con mis manos. También con mis oídos y con los olores y sabores de lo que hay a mi alrededor.

Mis padres supieron que estaba ciega a los dos meses de nacida. Desde que me acuerdo, imagino que la luz se parece al calor y el frío a la oscuridad. Sé distinguir la hora del día; las mañanas heladas y las noches de bochorno. Puedo escuchar la agitación de los perros en la madrugada, antes de que comiencen a ladrar. También me fijo en el canto de los pájaros, al despertar y en las tardes, cuando vuelan en grupo. Reconozco lo que sucede en la calle, los carros que pasan, la gente que camina. Trenza come su alimento a las diez de la mañana, por eso, acerca de lo que pasó, calculo que fue un poco después del mediodía.

Perdone, no estoy riendo, así soy. Si me hablan o escucho algo que me interesa, abro la boca. Entonces todo mundo me pregunta de qué me río.

Sobre lo que quiere saber, la señora hablaba. El señor venía detrás. De eso me di cuenta porque puedo distinguir cuando una voz es más cercana que otra. Incluso noto a quienes no hablan pero andan por ahí. A veces, mi madre y yo hemos comentado: Mira qué callada estuvo fulanita, o qué movido se la pasó fulanito. Me doy cuenta de que hay personas o animales por los movimientos y sonidos en el ambiente. Trato de ubicar en dónde se encuentran y me gusta imaginar lo que hacen. Me distrae.

Ese día mi perrita estaba dentro de la casa, encerrada en la azotehuela. Yo regaba la albahaca y los geranios, agachada. En eso los escuché. Desde que estaban adentro del departamento, oí sus voces. Al abrir la puerta, la mujer salió. Decía algo sobre unas fotografías. El señor le contestaba. Ella también habló algo sobre la hija de él. Sólo eso entendí.

Yo estaba al otro lado del pasillo. Creo que en ese momento no se dieron cuenta, se quedaron platicando. Sí, como le dije, leo. Puedo leer en escritura Braille, me la enseñaron desde que tenía cinco años en una escuela de educación especial. Somos unas cuantas niñas y niños. He leído algunos de los libros que hay en la biblioteca para ciegos. Allá me llevaba mi madre por lo menos una vez a la semana. Íbamos por las tardes, después de comer, los días en que ella no tenía que regresar al trabajo. Si me dan un texto en Braille puedo leerlo y también puedo escribir.

La señora y el señor estaban platicando sobre las fotografías. Escuché ruido de papeles, como si los sacaran de una bolsa. La señora empezó a caminar. Yo me levanté para meterme en mi casa y entonces ella tropezó conmigo. Me caí y mi cara golpeó con el piso. Se me partió el labio. Sangró. Ella intentó levantarme, «Lo siento… lo siento», dijo.

Me quedé esa mañana en la casa porque tuve un problema en la escuela con un compañero. Nos suspendieron por discutir en clase.

Sobre la caída, el señor se acercó cuando la señora intentó levantarme. En eso se escuchó un sonido fuerte cerca de nosotros, como si hubiera estallado un cohete. De pronto me sentí metida entre sus cuerpos, en medio de los dos. Se escucharon muchas voces. No sé qué decían, gritaban. Me di cuenta de que estaba el banquito de madera junto a mí; como está amarrado al barandal, me agarré de él. Después, ellos se fueron. Todo pasó rápido. Me levanté y estuve parada un rato, tratando de tranquilizarme. Escuché que abajo alguien salía corriendo.

Cuando los latidos de mi corazón dejaron de retumbar me metí al departamento. Cerré la puerta. Entonces noté que había algo en el bolsillo de mi bata. Lo dejé sobre la mesa y llamé a mi mamá. No, mi mamá no me regaña. Ni siquiera cuando me castigaron en la escuela lo hizo. Al contrario, me dijo: «Está bien que te defiendas y defiendas a otros, pero, recuerda, hazlo siempre con cuidado». Y me abrazó. En la asociación donde trabaja se preocupan por el agua. Ven que no se les quite a los pueblos y a las personas sus ríos y manantiales. Mi madre me ha dicho que por defenderlos murió mi papá. Lo mataron porque era valiente, así que me gusta serlo y no tener miedo, pero ese día sentí mucho.

Sigo. Al hablar con mi madre, me dijo que no abriera la puerta, que no tardaría. Cuando llegó, le conté lo que había pasado y llamó a la policía. A mi mamá le conté… casi todo.

Discúlpame, mamá. Hay dos cosas que no te dije. Una es que, después de llamarte, recordé lo que había en mi mano y fui a palparlo de nuevo. Sentí muchísimo asco. Trenza comenzó a ladrar y se lo eché.

La otra es que entre esa carne había un anillo. No, no lo regalé ni lo vendí. Me lo quedé. Tenía encima algo tallado. Lo llevaba conmigo el fin de semana que fuimos al pueblo a ver a la abuela. En la noche ustedes platicaron, bajito, cerca del fogón de la cocina. Le dijiste que harían investigaciones. Que vendrían a buscarnos. Entonces salí al patio y lo tiré al pozo.

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