Tal vez ese ojo no sea bello,
   pero yo lo veo bello porque puedo entrar en él 
   y verme bello, triste y aceptado,
                                                        frágil y pequeño,
   volando por encima de las cosas del mundo. 
                                                                           
   Tal vez ese ojo no me mire como yo lo veo. Yo era
   ese ojo. Yo seré ese ojo. Hay otro ojo al lado y
   no es igual. Yo no soy ninguno de ellos. La diferencia
   que hay entre esos ojos tal vez sea la misma que hay entre
   nosotros,
                   cuando tus ojos me miran y yo entro en tu ojo
   y veo cosas que no ves, que no hay, el dolor,
   el cansancio.
Ese ojo es un salto, una promesa, un hito, como
   cerca de las cataratas había un hito, una piedra que marcaba el
   lugar de una promesa, antes de que existiera el mundo 
   y se rompiera.
Antes de que existiera el mundo y se rompiera
   había un jardín, era una foto de un jardín
   con una mesa y cuatro sillas, y una
   se había caído para atrás. Un terremoto
   tira una silla para atrás y eso no está en
   tus ojos. En tus ojos hay otros jardines,
   no hay tiempo todavía. En tu nariz hay
   tiempo, el tiempo sube por tu frente
   y no se ve.
Tal vez tu padre pueda meter las
   manos hasta las muñecas en un río
   de sangre, lavarse las manos en sangre.
   Tal vez me cures el miedo, o me inocules
   el miedo, pero eso ahora está detrás
   y tiene la presencia intermitente del
   deseo.
              Todo es aquí deseo, pero
   ¿deseo de qué? De tiempo, de 
   sangre, de tener veinte años para
   no saber,
                   no la energía sino la
   deriva de los veinte años;
                                             deseo
   de descansar y de que algo no 
   termine nunca.
Tal vez el calor baste para apagar
   esa pregunta, o el sabor,
   o una forma nueva de dormir y mirarse.
   O tal vez no se trate de apagar
   sino de alumbrar otro sol,
                                             cuando subes
   y bajas sugiriendo otros soles,
   otra sangre.
                       Nada de esto está
   en ti, ahora, ni yo sé nada de
   tu miedo o tu deriva. Sé que había una silla
   tirada para atrás, en el jardín,
   y que tú me miras.
Tal vez en la proximidad destaque
   la diferencia. Tus ojos están cerca de tu
   boca,
             que se abre o se rompe para que sigan
   fluyendo los ríos y abre o rompe la lógica
   del miedo. Cuando tu boca se rompe, te creo.
   Cuando tu boca se abre, te toco.
Miro fotos que muestran cosas
   que no están en las fotos.
                                             Hay
   alguien esperando y alguien que
   camina. Miro la foto y veo
   la tristeza de una silla.
   Tal vez quieras ayudarme a levantarla
   o sentarte en el suelo, a su lado.
   Yo quiero darle una patada,
   quemarla, sacarla de la foto.
Tal vez podamos bajar al río,
   meternos hasta las rodillas en el
   río, calzados, para no cortarnos.
   Una hora metidos en el río hasta
   las rodillas y cambiaría nuestro concepto
   de esperanza. Mi concepto de esperanza
   tal vez se parezca al tuyo como
   un río se parece a su valle
   o a su catarata, o como este río
   se puede parecer a tu boca
                                               cuando
   no la miro o cuando estamos
   metidos hasta las rodillas en el río
   una hora. Es raro, lo de los parecidos,
   cuando hay un río en medio
   o veinte años. Desde mi orilla,
   el concepto de esperanza está gastado,
   pero la esperanza no; desde la tuya,
   todavía no ha acabado de formarse.
   En eso se parecen, como no mirarte
   se parece a rozar
                                tu boca,
   o un río se parece a verlo desde lejos.
Tal vez a esa silla no la haya
   tirado un terremoto, sino el peso
   de la esperanza.
Tal vez prefieras subir una
   montaña lentamente para ver
   qué hay al otro lado. No hay
   nada al otro lado. O tal vez
   estemos tú y yo bajando una
   montaña. ¿Qué te gustaría
   ver ahí? ¿Una segunda oportunidad?
   ¿Un fracaso merecido? ¿Un
   sentimiento mutuo? ¿Una emoción
   fugaz? ¿Una montaña? Y tal vez,
   si me rozas, pueda descubrir lo que
   me gustaría ver a mí. ¿Una reacción
   visceral? ¿Un dilema ético? ¿Una
   persona mirando una montaña?
Pero tal vez donde tú ves una montaña,
   yo vea un río; donde tú ves un dolor
   leve, yo vea una promesa; donde
   tú ves agua, yo vea sangre. O tal
   vez yo vea un símbolo donde tú
   ves un rastro; yo vea una mirada
   limpia donde tú ves una cosa;
   y donde tú ves un jardín, yo
   vea una silla caída.
Hoy he visto, en un sueño, lo que
   había al otro lado de la montaña,
   pero ya no lo recuerdo.
                                          Sé que era
   un poco previsible pero no decepcionante,
   algo encajaba, como a veces las cosas
   encajan en los sueños y en la vigilia
   todo es discordancia. Esa forma
   en que encajan las cosas en los
   sueños tal vez sea lo que busco
   en la vigilia,
                        cuando miro tus
   ojos o tu boca, cuando subo una
   montaña y pienso en lo que verás
   tú, cuando entro en tu ojo
   para verme mirándote, despierto
   y activo, ilusionado, nuevo.