Por qué no le da cáncer al corazón / Bill Mohr

Uno de los misterios del cuerpo es por qué al corazón no le da cáncer. Cualquier órgano del cuerpo —los pulmones, el estómago, el hígado, la piel— desarrolla cáncer, pero el corazón se exprime una y otra vez sin el
menor rastro de malignidad. Es como si el corazón fuera un horno y el calor de su pulso consumiera todo lo carcinógeno al entrar. Por otro lado, el único placer que el corazón recibe es imaginario. La piel, el estómago, los pulmones —todos estos órganos son capaces de disfrutar la vida sensual: el calor del sol, un festín de pavo y vegetales, una buena bocanada de humo, y, por lo tanto, son más vulnerables. El corazón sólo tiene por compañera a la sangre. La sangre, como el corazón, no recibe placer directo y no brinda alivio al corazón, y éste niega que el cuerpo que habita significa más que un tibio lugar de trabajo. El corazón, como la fuerza vital misma, es absolutamente impersonal. Al corazón no le importa qué le pase al cuerpo. Está ahí para trabajar tan duro como sea posible, todo el tiempo posible, y en reciprocidad porque el cuerpo acepta su lealtad indiferente al consumirse célula a célula.
    
    

     Versión de César Silva Márquez, José Rico y Anthony Seidman

    

Why the heart does not develop cancer

One of the mysteries of the body is why the heart does not develop cancer. Every other organ in the body—stomach, skin, brain, lungs, liver—can develop cancer, but the heart squeezes itself again and again without the least trace of malignancy. It is as though the heart is a furnace and anything cancerous which enters is immediately consumed by the heat of its pulse. One the other hand, the only pleasure the heart receives is imaginary. The skin, the stomach, the lungs—all these organs are capable of enjoying sensual life: the warmth of the sun, a feast of vegetable and turkey, a good smoke, and therefore they are more vulnerable. The heart only has our blood to be its companion. Blood, like the heart, receives no direct pleasure and it brings no relief to the heart, which denies that the body it inhabits means anything more than a warm place to work. The heart, like the life-force itself, is absolutely impersonal. The heart does not care what happens to the body. It is there to work as hard as possible for as long as possible and in return for the body’s acceptance of its indifferent loyalty by consuming itself cell by cell.

 

 

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