Por definición, los límites humanos sólo pueden ser empujados, ampliados; pero que sean sobrepasados, rotos, es sólo una sensación, una figura metafórica. Cada vez que uno tiene la sensación de que algo rompe alguno de nuestros límites, en realidad lo que está haciendo es ampliar éstos, llevándolos más allá. Algo que no es para nada poca cosa.
Ésta es la primera idea que me ha dejado la lectura de El cine malo es mejor, quinta novela de Javier Ponce Gambirazio, novelista, poeta, cuentista, documentalista, youtuber y psicólogo clínico. Sobre este libro, que ha causado revuelo y encontradas sensaciones y posturas ideológicas en el Perú, el mismo autor ha dicho: «Y es así, los personajes de este libro —un enano, un negro, un homosexual, un extranjero, una obesa— acuden con sus vidas estropeadas a un severo e inflexible terapeuta con quien encuentran una brutal salida a sus inmanejables traumas: vengarse de aquellos quienes le hicieron más daño». Un ojo por ojo y diente por diente sin misericordia ni concesiones.
De esa manera, la novela cobra una densidad sádica casi inenarrable. Los respectivos «castigos» a los que se somete a los mayores agresores de estas almas, inicialmente débiles, pero luego retorcidas y envilecidas por el dolor, son prácticamente irreproducibles. Ponce Gambirazio parece poseer una vocación acendrada en la descripción de escenas sadomasoquistas, meticulosamente observadas, minuciosamente desplegadas, de manera que el lector puede darse a la simple estupefacción.
A medida que la novela avanza —con esa destreza en el manejo de los diálogos que sólo puede remitirme al Mario Vargas Llosa de Conversación en la Catedral—, las sesiones pasan de ser terapéuticas a constituirse como una jolie mélange, que finalmente desencadena en algo que sólo puede denominarse como un potlatch de violencia y horror que parece írsele de las manos al narrador.
Mas otra vez regresamos a la idea principal: ¿es posible ir más allá de nuestros propios límites? Parece que no. Forzamos hasta lo que nos parece un terreno irreconocible, enrarecido, bizarre. Nuestras posibilidades morales se funden; pero acaso este cuerpo, estos prejuicios, estas inclinaciones coartan la liberación total del ser humano. Liberación de qué y para qué. No lo sabemos y nunca lo hemos sabido.
Ponce Gambirazio, obvio, no da respuestas. Pero hace preguntas íntimas y ofensivas. Nos aherroja su honestidad hacia el rostro, para empezar. Con esta novela, mucho más seria de lo que parece, nos arrima a la pared, nos conmina en el baño, nos acosa en la esquina oscura alrededor de la disco. Empecemos a mirar ello. Empecemos a recordar ello. Ello no estaba tan lejos de nosotros mismos, vaya. Nosotros somos el enano, el negro, la obesa, el documentalista…
(Y, acaso, ya no es hora de separarnos, sino de amarnos).
El cine malo es mejor, de Javier Ponce Gambirazio. Testigo 13, Lima, 2018.