POLIFEMO BIFOCAL / Santo Santiago novogalaico / Ernesto Lumbreras

Para Mónica y Alejandro,
amigos de la Hacienda El Carmen

 

En el capítulo lviii del segundo libro de Don Quijote de la Mancha,los protagonistas de la novela se encuentran en el camino a un grupo de labradores merendando en la hierba. El Caballero de la Triste Figura y Sancho Panza, detenidas su cabalgaduras, reparan en unos bultos cubiertos por sábanas que custodian los labriegos. Los objetos ocultos bajo esos trapos son varios relieves en madera con imágenes de santos que trasladan para adornar el altar de su aldea. A petición del jinete que monta a Rocinante, los campesinos descubren las tablas sacras donde surgen San Jorge, San Martín, San Pablo y Santo Santiago. Ante «la imagen del Patrón de España a caballo, la espada ensangrentada, atropellando moros y cabezas», Don Quijote exclama:

—Éste sí que es caballero, y de las escuadras de Cristo; éste se llama don Diego Matamoros, uno de los más valientes santos y caballeros que tuvo el mundo y tiene agora el cielo.

Miguel de Cervantes, según sus biógrafos más autorizados, nació el 29 de septiembre de 1547, día de la fiesta de San Miguel, otro caballero y matador de dragones. Seis años atrás, un día antes de esa misma fecha, al otro lado del Atlántico, en «la tercera» Guadalajara asentada en el ahora pueblo Tlacotán, Santo Santiago y San Miguel descendieron del cielo al campo de batalla para socorrer a poco más de un centenar de españoles, atrincherados y a punto de sucumbir, ante el asedio de un ejército de cincuenta mil indígenas cashcanes y tecos. Con el paso de los siglos y de las invenciones políticas, el humilde pescador, hijo de Zebedeo y Salomé, a quien Jesús puso el sobrenombre de Boanerges —que en arameo quiere decir «Hijo del Trueno», dado el espíritu impulsivo y temerario del futuro apóstol—. tuvo una serie de transformaciones radicales en el imaginario y la iconografía de la cristiandad. Después de su decapitación en Jerusalén, alrededor de los años 41 o 44, por orden de Herodes Agripa, nieto del infanticida Herodes Antipas, la adoración de Santo Santiago se bifurcó en dos senderos distintos y contradictorios, el del guerrero y el del peregrino.
     La leyenda dice que, obedeciendo la encomienda evangélica de llevar «la buena nueva» a todo los rincones del mundo, Santiago el Mayor viajó, acompañado de unos pocos discípulos, hasta la finisterre europea en las costas del Atlántico. Allá cristianizó a celtas y godos, con magros resultados; sin embargo, de regreso a Judea, la Virgen María, descendida de las celestiales alturas en un pilar de luz, a las orillas del río Ebro, le reveló su siguiente misión, que se cumpliría después de martirizado en su tierra natal. Ese encuentro mariano daría lugar a uno de los iconos centrales de la religiosidad española: la Virgen del Pilar de Zaragoza. Después de «la pasión» final, los discípulos rescataron el cuerpo de su maestro y lo trasladaron en una barca de piedra, por todo el Mediterráneo y más allá del estrecho de Gibraltar, bordeando las playas de Portugal hasta arribar a las tierra de Galicia, donde había divulgado, décadas atrás, la palabra de Cristo. Tras combatir y vencer a un dragón, los alumnos dieron sepultura a sus restos en Iria Flavia, provincia de la Coruña, donde ocho siglos después los encontraría el obispo Teodomiro.
     Bajo tal epopeya y milagro, Santo Santiago se habrá de aparecer en un sueño al emperador Carlomagno, conminándolo a liberar los territorios cristianos en la Península Ibérica ocupados por los musulmanes. Esa visita onírica dará lugar al famoso Camino de Santo Santiago, concurrido desde las cuatro esquinas de Francia a partir del año 820 de nuestra era y cuyo destino final sería la tumba del apóstol. Se cuenta que un ermitaño de nombre Pelayo vio un camino de estrellas que concluía en un pequeño montículo: el sepulcro del santo. Allí se levantaría una catedral y se fundaría un pueblo cuyo nombre, en recuerdo de ese «campo de estrellas», no podría ser otro que el de Santiago de Compostela. En 1969, con producción francesa, Luis Buñuel estrena La Vía Láctea,con la propuesta de llevar a cabo el viaje de Santiago en compañía de dos singulares peregrinos galos; irreverente y mordaz, el cineasta español realiza varios cruces de épocas pasadas con el presente de la cinta, desarticulando imposturas morales y dogmas religiosos a través de la ironía y del absurdo. No obstante el perfil iconoclasta y agnóstico de la película, Buñuel pondera el simbolismo del viaje como una vía de conocimiento espiritual, impronta que conlleva a una serie de renuncias y elecciones entre el bien y el mal, lo justo y lo injusto.
     La primera aparición del Santo Santiago, militar celeste, será en la batalla de Clavijo, en La Rioja, en el año 844, contra los ejércitos de Abderramán. Con esa victoria, los pueblos cristianos de España dejaron de pagar el oprobioso tributo de las cien doncellas entregadas anualmente a los árabes. Actualmente, en el pueblo de Sorzano se conmemora este triunfo con una peregrinación, por las calles y la campiña riojana, encabezada por el santo ecuestre seguido por un centenar de vírgenes, vestidas de blanco y coronadas de flores. En tanto, aquí en la zona metropolitana de Guadalajara, en Mezquitán, San Andrés Huentitán, Zalatitán, Santa Cruz de las Huertas, El Batán, Jocotán, San Juan Ocotán, Nextipac y Santa Ana Tepatitlán, desde tiempo de la Colonia, se celebran las bienaventuradas apariciones de Santo Santiago en las batallas de Tetlán (1530), la del asedio y el sitio de Guadalajara (1541) y la del cerro del Mixtón (1541), sucedidas durante la conquista de la Nueva Galicia.
     En estos festejos populares, el ritual estelar se manifiesta en las representaciones de los tastoanes, variante muy particular en el Occidente de México de la danza de moros y cristianos. Baile de combate y de gritería atroz donde estalla la catarsis colectiva. Mascarada de espectacular sincretismo. Eje del imaginario y de la identidad comunal. Para algunos, en cambio, fiesta cruel y bárbara donde la sangre y los moretones pintan de cuerpo entero el fanatismo más siniestro. A finales del siglo xix, dos intelectuales jaliscienses discutieron el tema, Victoriano Salado Álvarez en contra y Alberto Santoscoy a favor. A raíz de la muerte del hombre que encarnaba al santo, en plena escenificación, ante los vítores y la efusión del pueblo que festejaba la hazaña de los diablo-tastoanes, el primero solicita a las autoridades la prohibición de tan vergonzoso espectáculo. El segundo, más sereno y ecuánime, contrasta la iconografía sangrienta del credo católico —amén de algunos de sus ritos públicos, igual de macabros y violentos—, con los festivales santiaguinos de los pueblos de Jalisco y también de Zacatecas.
     ¿Cuál era la diferencia, preguntaba Santoscoy a Salado Álvarez, entre estos dos teatros vernáculos? Afortunadamente la propuesta de prohibición cayó en saco roto y cada año, el 25 de julio, las delegaciones municipales de Tonalá y Zapopan celebran con pirotecnia, música y grandes comilonas los prodigios de su santo guerrero, Patrón de España por voluntad de los Reyes Católicos tras la toma de Granada en 1492 y figura tutelar de numerosas ciudades y pueblos de la América hispánica, de Santiago de los Caballeros, República Dominicana, a Santiago del Estero, Argentina, pasando por Santiago de Querétaro, Santiago de Chile, Santiago de Quito, Ecuador, y otros enclaves más. Para los franceses esta figura del catolicismo español pasará como San Jacques, para los ingleses será San James y para los portugueses San Tiago; originalmente llamado Jacob en Los Evangelios, también se le designa San Diego, como lo nombra Cervantes en la cita al comienzo del artículo.
     La imagen del santo peregrino ha sido tema de importantes pintores europeos; en esa pinacoteca inmortal destacan los lienzos de El Greco, Rembrandt van Rijn, Esteban Murillo, Juan de Flandes, Francisco Polanco y José de Ribera. Sorprende que Diego Velázquez, ordenado Caballero de Santiago al igual que Francisco de Quevedo, no haya pintado a su patrono; en su famoso cuadro conocido como Las meninas,el artista se retrata de manera soberbia, vistiendo con orgullo un cotón negro donde está estampada la cruz roja de Santo Santiago, insignia de tan importante orden. Si en la Reconquista contra los musulmanes el grito de guerra fue «¡Santiago y cierra, España!», el mismo que se trajo en la Conquista americana, a partir del diccionario de 1936 la Real Academia Española registra la frase coloquial «Dar un Santiago» como la voz de ataque dada especialmente por jóvenes para asaltar o timar un pequeño negocio.
     El Santiago venerado en la otrora Nueva Galicia, además de revivir el encuentro feroz de dos culturas y la estrategia religiosa de los franciscanos para integrar a los pueblos indígenas, trae al presente convulso una festividad de mucho arraigo y cohesión en comunidades que no se dejan arrasar por el tsunami de la uniformidad y del costo/beneficio, no obstante que muchos tastoanes han trocado su máscara de mezquite y crines de caballos por una máscara de Halloween.

 

 

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