POLIFEMO BIFOCAL / Ernesto Lumbreras

Bejamin Péret, Remedios Varo y una mano cortada entre periódicos (ideas para un collage)

Con la ocupación nazi de París, el cónclave del movimiento surrealista debe emigrar a otra ciudad francesa. El temperamento alemán no comulga con el humor negro, ni con el azar lúdico, ni con los cadáveres exquisitos de la troupe salvaje e irreverente comandada por André Breton. Llevando la escritura automática, las visiones oníricas, la poética del peligro y, desde luego, los cacharros del Conde de Lautréamont —el paraguas, la máquina de coser y la mesa de disección—, los surrealistas encuentran en Marsella su epicentro provisional. Corre el año de 1941 y las noticias del frente europeo no prometen nada para sus happenings y sus ready-mades, a no ser que los campos de concentración califiquen como instalación y los ss adquieran la categoría de movimiento escénico casuístico, variante insumisa del teatro de la crueldad.
     Ante esa perspectiva nada prometedora, escritores y artistas desfilan por el consulado norteamericano solicitando un visado para cruzar el Atlántico; por motivos diversos, no todos los de la nómina surrealista —aun contando con la protección y el mecenazgo de Peggy Guggenheim— podrán embarcarse rumbo a Nueva York, futura capital del movimiento.
Entre los rechazados de la visa estadounidense se encuentra Benjamin Péret y su mujer, la pintora española Remedios Varo. Los servicios migratorios conocen los antecedentes, nada recomendables, del poeta francés en Brasil, donde intervino en asuntos internos de la política de aquel país. Gracias a la política de apertura de migrantes y refugiados, iniciada en el sexenio de Lázaro Cárdenas con motivo de la Guerra Civil Española, México ofrece recibir a la pareja de artistas europeos. Sin perder contacto con los surrealistas instalados en varios puntos del planeta, Péret sobrelleva su estancia mexicana entre abúlico y malhumorado.
     Según cuenta Fabienne Bradu en su Benjamin Péret y México (1998), los artistas rentan una destartalada vivienda en la calle Gabino Barreda, cercana al Monumento de la Revolución y colindante con un lote baldío donde iba a parar la basura de un hospital del barrio. Un día propiciatorio para las aventuras del azar y de la pesadilla, el poeta reconoció en el solar contiguo, sobresaliendo entre un amasijo de periódicos ensangrentados, una mano cortada. El hallazgo lo compartió con su mujer, y los dos quedaron atrapados por esa imagen bella y perturbadora a un mismo tiempo. ¿Pensarían en el relato de Nerval? ¿O, recordando alguna función de cine expresionista alemán, la aparición macabra los remitió a la película Las manos de Orlac (1924),de Robert Wiene? ¿O, también, ya en la vorágine de las asociaciones en la mente de Péret y de Varo, apareció el recuerdo de la mano cortada de Blasie Cendrars durante un combate en la Primera Guerra Mundial?
     Poco después, cada uno por su cuenta, llevaría a la escritura esa aparición de la extremidad cercenada. En el relato de Remedios Varo, caótico y vertiginoso, surge entre «Las malvas y las deyecciones, una mano olvidada y esas cosas misteriosas que flotan, que se enredan en el tobillo por la noche…». Por su parte, Benjamin Péret se apropia de la imagen y la incorpora a su cuento «El deshielo»; aquí la mano carece del elemento repulsivo y terrorífico y se asoma por la ventana de una casa de madera en forma de sueco: «delgada con uñas de cristal, sosteniendo un almendro en flor que de tanto en tanto desprendía torbellinos de humo jaspeado».
     El matrimonio surrealista hizo agua durante su estancia de seis años en México; la pintora se mudó a Venezuela por una temporada en compañía de su nueva pareja, un piloto aviador francés. En el último año en nuestro país, Péret realizó innumerables viajes: Yucatán, Nayarit, Morelos, Guerrero… En los meses previos a su partida a Francia, vendió ídolos prehispánicos a una galería parisina, práctica común de nacionales y extranjeros, no obstante su prohibición desde la época de don Porfirio. Finalmente, gracias a los buenos oficios de sus amigos surrealistas, se organizó una subasta de arte en la galería Rive Gauche para cubrir los gastos de su deseada repatriación.
     El legado de México en la obra de Benjamin Péret, es decir, las apropiaciones y las reinvenciones de la cultura y del paisaje mexicano, incluidas en tal inventario, los mitos y los símbolos, tocaron varias fibras de su lírica y de su prosa. La soberbia ciudad blanca de Chichén Itzá y la leyenda de Quetzalcóatl no sólo lo impresionaron, sino que, también, activaron en su pensamiento y en su sensibilidad un complemento en su visión eurocéntrica del mundo y del arte. Asimismo, aquella mano cortada tuvo, si no el mismo peso de las ruinas mayas o la del divino sacerdote, un encuentro insólito donde coincidían la belleza y lo terrible, el azar y el enigma.

 

 

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