(Mexicali, 1972). Su libro más reciente es la antología poética bilingüe español-italiano Luce sotto le pietre (Edizioni Fili d´Aquilone, Roma, 2020).
Lo primero que uno percibe al leer Poeta de provincia. Antología poética (1981-2021), de José Javier Villarreal (Tijuana, 1959), es la prematura madurez de una voz. Desde un inicio, José Javier encontró un fraseo y un tono que, lejos de estar compelidos a cambiar en aras de una supuesta evolución, se han convertido en la columna vertebral de un sistema compositivo presidido por el verso de largo aliento, por no decir el versículo, cuando no por un verso libre de sintaxis conversacional, más cercana a la distensión narrativa que a la subjetividad lírica, lo cual nos conduce a resaltar otras dos constantes de la poesía de José Javier Villarreal: la propensión a transformar el poema en un relato y la emoción poética en una antesala de la mitificación. Algo de ambas cosas se halla invariablemente en las piezas de Poeta de provincia, por breves o extensas que sean, una soltura en la relación de los hechos que desemboca en una exaltación de la realidad, como apunta Pedro Salinas respecto de las Soledades gongorinas. La conciliación de lo lírico y lo diegético en la poesía de José Javier tiene lugar en su vocación épica, un sello de identidad manifiesto tanto en lo prosódico como en lo temático, dilatados periodos gramaticales aunados a un tratamiento legendario de los acontecimientos, por sabidos o íntimos, proverbiales o modestos que resulten.
Esta síntesis de la evocación histórica y la saga personal, la cultura literaria y la memoria genealógica, tendrá igual un fenómeno análogo en la feliz alianza de lo regional y lo ecuménico que tan bien ponderó don Alfonso Reyes, una de las figuras tutelares del autor de Poeta de provincia. Cito a Reyes:
La única manera de ser provechosamente nacional, consiste en ser generosa y apasionadamente universal.
Si bien la obra poética de José Javier Villarreal ha conquistado una posición notable en el panorama de la lírica mexicana contemporánea, alcanzando también proyección internacional en España y Sudamérica, a la par es cierto que su imaginario posee su axis mundi en Baja California, y, en particular, el corredor La Rumorosa-Tijuana, recalando desde luego en Tecate, donde el poeta vivió su niñez y adolescencia con padres y hermanos y a donde José Javier regresa cada vez que surge la oportunidad. Tecate es la Ítaca de José Javier Villarreal, de acuerdo, pero, en tanto que poeta, José Javier no sólo es Ulises, el viajero, que añora avistar de nuevo los altos pinos de la aldea natal, sino Homero, el aedo, que ha asumido en un rincón del planeta el centro de gravedad de su fabulación poética, un kilómetro cero al que se restituye de manera incesante o cíclica. Y ese rincón del planeta son dos plazas hermanadas: Tecate, punto de partida y gruta del oráculo, e Higueras, destino y sitio no menos entrañable en el que José Javier Villarreal ha confeccionado y fechado más de un libro desde años atrás.
Dicho lo anterior, no debe extrañarnos la recurrencia septentrional de los títulos Mar del Norte y Campo Alaska, ni por supuesto de los rótulos y las referencias de los poemas que integran ambas colecciones del corpus villarrealino separadas por casi un cuarto de siglo. Hay, pues, algo innegable: un sustrato identitario, la raíz de una filiación que ha sobrevivido a la edad y a la distancia como una roca magnética a la que el poeta se remite con regularidad, atraído por esa suerte de vorágine espiritual de la conciencia del origen. Al marcharse a Monterrey, José Javier ha ejecutado un trayecto de ida y vuelta. Mas la suya no ha sido necesariamente una reincorporación elocuente a la patria chica, Baja California, sino un retorno silencioso a través de la poesía y por el que llega a Tecate no con pasos estentóreos sino advenedizos, como López Velarde cruzando, comedido, el umbral de la casa familiar de Jerez. Un aire de hijo pródigo corona el rastro vital de José Javier Villarreal. Sin embargo, habría que distinguir que en su eterno retorno a las fuentes, como el ciervo del salmo, no subyace la pérdida, sino la ininterrumpida tentativa de recuperación de un paraíso, enriquecida por cada incursión a las estribaciones del Cuchumá, cerro sagrado de la etnia kumiai y refugio espiritual de Aldous Huxley, en Tecate. Ante las disyuntivas de la fatalidad, Tecate deviene el carbunclo, la piedra luminosa que tensa la aguja de la brújula. Poeta de provincia reitera con honestidad y tierna y lúdica ironía la adscripción a un territorio de la periferia nacional.
Poeta de provincia se articula de una selección heterogénea en cantidad, apelando a las colecciones de poesía que la alimentan: Estatua sumergida (1981), Mar del Norte (1988), Portuaria (1997), Bíblica (1998), La Santa (2007), Campo Alaska (2012), Una señal del cielo (2017), Un cielo muy azul con pocas nubes (2019) y Los secretos engarces (2021). Nueve libros como los nueve círculos del Infierno de la Commedia. Conforme uno desciende por el cono de la lectura, de principio a fin, la muestra de cada segmento parece aumentar hasta desembocar en el caudaloso río subterráneo de los más recientes poemas de José Javier. La progresión interna de Poeta de provincia acoge entonces un embudo invertido. De un solo poema de Estatua sumergida, la opera prima del autor, transitamos gradualmente a los trece de Los secretos engarces. El criterio no es del todo creciente: del penúltimo libro de José Javier Villarreal, Un cielo muy azul con pocas nubes, se recogen cinco poemas; no obstante, el índice nos permite corroborar la notable productividad —disculpen el término— que el poeta ha desplegado en la última década: cuatro de los nueve libros considerados para la antología han aparecido de 2012 en adelante. Por lo demás, en este descenso que en el fondo supone un ascenso a la clara profusión de una poesía en estado de gracia, uno se topa con la ya muy asimilada lección de los maestros: Ovidio, Dante, Petrarca, Shakespeare, Góngora, Camões, Fernández de Andrada, Quevedo, Goethe, Darío, Eliot, López Velarde, Lezama, Beckett, Enrique Lihn, Antonio Cisneros, Coetzee, Louise Glück, Emmanuel Carrère, entre otros. Parafraseando el nombre de la célebre novela de Radiguet, los poemas de José Javier encubren un inmejorable magisterio de ese modelo de compenetración absoluta que podemos llamar la literatura en el cuerpo.
Una antología poética sugiere la edad de una poesía, el recorrido de un proyecto de escritura que, de pronto, a juicio de su autor, merece una escala en el camino y el lanzamiento de una mirada retrospectiva sobre lo andado. Los cuarenta años de poesía condensados en Poeta de provincia dan cuenta, pues, de la consistente trayectoria de una voz poética que, aparte de aportar la impresión de haber nacido ya madura, no ha extraviado su legítima singularidad en la medida que ha permanecido fiel a su metabolismo, vaya, a su manantial de intereses y querencias. Es el momento, sí, en que la autenticidad se entrecruza con la búsqueda y las dos se vuelven una misma fuerza. Una postura heroica y no menos estoica, tomando en cuenta el embate de las modas y la tentación de una visibilidad efímera con base en la impostación lírica. No: la poesía de José Javier Villarreal ha conservado su música primordial tras ocho lustros de oficio poético sostenido. La hiedra de su característico verso largo, de su cláusula espaciosa, continúa brotando volumen a volumen como una insobornable vegetación que absorbe y libera los murmullos de la mascarada humana, pero que comparte al unísono, para gloria del lector, los clamores de un yo poético que nos presta su espejo para reconocernos.
Bienvenido siempre a Tijuana, donde redacto estas líneas, querido y admirado José Javier, y gracias por invitarnos a redescubrir en Poeta de provincia el más digno y fidedigno espejo de la condición norteña, la naturaleza fronteriza, experiencias que venturosamente nos unen a unos y a otros en la inacabable diáspora de la poesía.