Madera de deriva
para Derek Walcott
1.
Parte de la balaustrada está ausente
pese a sus sólidas amarras con remaches de metal.
Comida por las termitas, consumida por el mar,
puedo ver su esqueleto de madera flotando en la distancia
entre el oleaje, el barniz cariado de sal
zarandeándose en su lucha por mantenerse a flote
contra el flagelo incesante de las olas.
Hay música en su desaparición —
una boyante sinfonía,
trazos de notas que la vida resucitan,
una historia nueva — la historia restaurada
por los dedos tenaces de un artista magistral.
La silla de ruedas, las piernas débiles
son impedimentos sin sustancia —
su mente echa chispas con un filo eléctrico,
ingenio como un látigo cuanto más mordaz.
Hay generosidad para familia, amigos —
aquellos que se han ido, y permanecen —
y treinta poemas nuevos,
una magia intrincada de amor ecfrástico.
2.
En el jardín del frente de cara al mismo mar
con la Isla Paloma a la izquierda del horizonte,
hay un puñado de rocas ovaladas erosionadas por el viento—
sus formas remedan el nido de una garceta extraviada
o el arco curvo de una bailarina —
un monumento en piedra para un querido amigo.
3.
Ya no se ve la madera a la deriva —
parte de su casa donada al mar —
con gratitud el mar canta
una estridente canción,
plegados cumulonimbos hacen eco
en sincronía — un paisaje sonoro
que absorbe su mandamiento:
Al final de esta frase, comenzará la lluvia.
Castries, Sta. Lucía
Amarillo, La Tortuga
para Bernard y Didier
1.
El amarillo descascarado empapado de sol
da un barniz mate a las ventanas de celosías
preservando sacramentos de amor.
Papel tapiz, baldosas, chales, sombreros amarillos —
una quijada de íbice en el muro de la habitación
iluminada de luz ámbar que arroja una vieja lámpara —
la letra de tu padre en tiza en las cubas de bodega —
revelando secretos de familia e historia.
2.
Documentos marchitos, desechados,
papiros entre hierba dorada y madura,
despiertan con el arrastrar accidental de mis pies.
Un reptar de tortugas que deambulan
por este intrincado huerto orgánico,
su caparazón moteado de rubio,
buscando humedad y fruta fresca
para la prolongada hibernación del invierno.
3.
Mariposas amarillas entran y salen con un revoloteo
de polemonios, pensamientos con color de yema
apiñados en torno a la vid —
un jarro de vino, barro de desteñido ocre
en el borde de la pila del jardín
esperando que lo llenen de nuevo —
mientras dentro de este fresco hogar de postigos cerrados,
el aire oloroso a pastís levanta la media luz.
Zen/Kokoro
Ornamento de luz sin mancha
Khedrup Norsang Gyatso
Kaler jatrar dhwani shunite ki pao
Tari roth nityoi udhao
¿Escuchas los sonidos del viaje de ayer? —
Su carro galopando para siempre
Rabindranath Tagore
Una silla sin patas
forma el centro
de un espacio cuadrado de concreto —
un hogar, todavía inacabado —
austero, mínimo —
piezas bajas de madera
que a los humanos permiten
recalibrar posturas.
Pequeñas ventanas ocultan
luz,
y sin embargo el sol, la luz de la luna
entran generosos a raudales,
creando dramáticas
sombras angulares —
proyecciones, como en un escenario —
una mise en scène de Kurosawa.
Espartano es lleno, lleno
subliminal, liminal, sutil,
imperfecto, apenas ahí — wabi-sabi.
Un alto bambú grueso y hueco
se inclina receloso,
monta guardia ante la puerta.
Afuera, cerca de la arboleda de bambús,
un banco blanqueado
hecho de ramitas —
piezas de concreto geométricas, desnudas
descansando en la tierra
ofrecen equilibrio y gravedad.
Kokoro
es tu propio «corazón »
en el «corazón de las cosas » —
Aranika, un sentimiento, un milagro
células cancerosas que se curan —
magia silenciosa de un jardín Zen
donde Kami-no-michi y Shinto
son sinónimos.
La poesía es caligrafía —
líneas negras de grueso variable
que miden la gama de tonos —
metáfora visual
en trazos cursivos —
Tantra de Kalachakra, una exposición.
La luz aquí es sin mancha,
ornamento invisible —
esto es respiración, oxígeno, hebra de sustento —
una inmaculada
simplicidad compleja.
Versiones del inglés de Adriana Díaz Enciso.