Mas queda aún la plaza, ancha y mojada,[1]
y el fuego en torno y sobre todo al centro
donde la enorme carena en cobre de una nave
como una cera ardiente que sublima
hierve en el aire y lentamente
funde soberbia derritiendo el suelo.
Hay un hombre que se adentra en la plaza por el sur
y la atraviesa oblicuamente,
tal vez guiado por un invisible talmud.
Hay, además, ataúdes de madera preciosa
y faquires nómadas en atentas auscultaciones
del más allá, y simios y águilas enfermas
sobre el pelo del agua, bajo esta plaza.
Última, vasta, hay una niebla blanca
y en la niebla el sonido de minutos
cencerros que van desvaneciéndose, y poco a poco
todo es de nuevo oscuro, silencioso y chato.
En dirección de la noche del martes se viajaba[2]
por la autopista el tráfico regularmente escandido
como las trayectorias de planetas y astros
los ojos bien abiertos para divisar los andrajos en llamas
mojados en aceite y gasolina agrícola
a lo largo de los miliares de la pista sideral
(viene ya el guardia y con su bastón
te los apaga encima, gran cabrón)
el coronel con sus lúcidas botas y la batuta
dirigía una orquestita de chacales perros
y la batuta en su mano izquierda
y esas botas en la de la derecha
se movían por turno a las llamadas
del celular guardado en su bolsillo;
y más arriba ya se abría su paso
la bandada variopinta de los pájaros
mecánicos de acero: y entonces
el asfalto se cubría de flores de plástico y fibra
y el panel del auto palpitaba
y yo ya estaba desde un rato y medio
adormecido con la dulce amiga
en un sudario de ortiga.
Versiones del italiano del autor,
con la colaboración de marco antonio campos
C’è ancora questa piazza larga e bagnata / e il fuoco tutto intorno e soprattutto al centro / dove l’enorme carena in rame di una nave / come una cera ardente che sublima / frigge nell’aria e lentamente / cola superba: a terra. / C’è un uomo che entra nella piazza da sud / e l’attraversa tutta per obliquo, / come guidato da un invisibile talmud. / Ci sono, inoltre, bare di legno pregiato / e fachiri nomadi in attente auscultazioni / dell’aldilà, e scimmie e aquile malate / sul pelo dell’acqua, sotto questa piazza. / Ultima, ancora, c’è la nebbia bianca / e nella nebbia il suono di minuti / sonagli che vanno sparendo e piano piano / tutto è di nuovo buio, silenzioso e piatto.
In direzione del martedì notte si viaggiava / sull’autostrada il traffico regolarmente scandito / come le traiettorie dei pianeti e gli astri // gli occhi bene aperti per scorgere i fuochi di stracci / bagnati di olio e di benzina agricola / lungo i miliari della pista siderale // (viene la guardia con il suo bastone / e te li spegne in testa, mascalzone) // il colonnello dirigeva in stivali lucidi e bacchetta / un’orchestrina di sciacalli e cani / e la bacchetta nella mano destra / e gli stivali in quella di sinistra / erano mossi a turno dai richiami / del cellulare sotto la sua giacca; // mentre più in alto si faceva largo / il variopinto stormo degli uccelli / meccanici e sguaiati: e allora // l’asfalto si copriva di fiori in plastica e fibra / e il mio cruscotto palpitava / e io giacevo già da un pezzo e mezzo / addormentato con la dolce amica / in un sudario di ortica.
[1] Al final de la Segunda Guerra Mundial, mi ciudad, Vicenza, fue bombardeada por aviones norteamericanos, y una bomba cayó sobre el techo de la Basílica Palladiana, su monumento más importante y célebre. La bomba, entre otras cosas, provocó la fusión del techo de cobre del edificio, y los testigos cuentan que el fuego escurría por los desagües como una lluvia.
[2] Se relata episódicamente un enfrentamiento que tuvo lugar cerca de mi ciudad, entre productores de leche y policía.