Zapopan, Jalisco, 1997. Autora de Citerón: crónica del grito de la liebre (Cultura Jalisco, 2022).
Este es el texto que escribí para presentar Poemas para otakus porque estaba cruda y sumamente desvelada en una ciudad que no es la mía con un lápiz y muchas ideas y vengo llegando y no podía improvisar.
Todo depende del dinero. // Voy por la vida / pensando que la poesía / no está donde al parecer está // ya no quiero más / fiestas con lágrimas / todos desgarrándose la carne, / comparando sus basuras / cargando costales negros / arrastrándolos varios pisos arriba, / dándose besos / de perdón a sí mismos. // Perdón. // Ya no quiero pensar que la poesía / está / donde al parecer está, / todo ese dinero nunca ha sido mío. // Perdón. // Ya no quiero desperdiciar / el derrame de mis luces / las plantas que coloco / sobre mi cuerpo para resguardarme / del otoño atroz que nos persigue. // Todas las voces mirando / desde lejos / los dedos ansiosos de verte / deshacerte / me hago me deshago // Perdón. // Tengo / todo este dinero / metafóricamente sobre la cama / metafóricamente / con el que nos iremos de vacaciones / dentro de casa. // Lo que sea que eso signifique.
En noviembre del 2019 con su A veces soy un semáforo con todas las luces encendidas Paola ya nos anticipaba lo que vemos concretarse en Poemas para otakus: una búsqueda por otro lado, una divergencia de sentir, pensar y percibir la vida tal y como nos ocurre ahora, complementándose lo tangible y lo concreto con lo digital. Los hechos y la imaginación inseparables ya. Incluso, a veces mucho más real lo segundo que lo primero. Ustedes entenderán de qué estoy hablando…
Necesito confesar —no sin cierta vergüenza— que nunca me interesó la cultura otaku, por lo que carezco de las referencias que acompañan a este libro. Que no son pocas, más precisamente, veintiuna. La más antigua Dragon Ball, de 1984, hasta Jujutsu Kaisen, de 2020. Así que apenas escribo la primera línea para este texto y ya tengo dudas: ¿cultura? Me pregunto.
Recibí Poemas para otakus de la mano de una amiga quien me contó que su primera impresión del libro fue que la versificación va a contracorriente con el afán de pulcritud y limpieza de los poemas que se escriben hoy en día. Ambas coincidimos en que, por decir lo menos, eso es refrescante y liberador. Mientras lo decía, mi amiga hizo cara de pregunta y mirando hacia uno de los estantes de la librería donde nos encontrábamos, concluyó: ¿limpieza? En esa pregunta retórica, ahí donde estamos ambas dudando, encuentro el punto de partida para la lectura que estoy queriendo darle a este poemario. A ver si me sale.
Digo que en Poemas para otakus se concreta algo de lo que Paola ya nos daba pistas. Si lo pienso, en realidad, concibo la obra de Paola Llamas Dinero como un proyecto que a lo largo del tiempo se ha sostenido por su congruencia entre vida y obra, poemas, fiestas, emojis y todo eso que caracteriza a una de las escritoras jóvenes más propositivas que tenemos. Ya sea como promotora de la lectura para jóvenes, labor que realiza a través de la revista Luvina de la UdeG o vendiendo tortas ahogadas, twerkeando o dando talleres de escritura, encuentro un factor común, una actitud frente a la vida y, quizá, una palabra: alegría.
Mi reclamo en contra de algunos poemarios es que entro y salgo de ellos sin saber nada sobre el autor, sin sentir nada sobre el autor, más bien dicho. Caso contrario a lo que sucede con Llamas Dinero. Igual y es que he caído en la trampa de creer que porque la he leído, he visto sus posts, porque estoy en sus close friends y he atestiguado su obra y su devenir a través de los años, la conozco. Pero es que sí, ¿no? Hay en Poesía para otakus una segunda potencial lectora: «Poesía para cualquiera que se haya enamorado de alguien que no es real». Soy esa, me digo, así que abro la página con cuidadito, esperando que no me absorba el mundo otaku, pero al mismo tiempo dejándome envolver. Quiero seguir el pacto con la autora así que voy a la frikiplaza, como ramen y bebo una horchata rosita que me recuerda la de las Tortas Ahogadas Mutantes. Por la tarde veo Perfect Days.
Hablando de corazones rotos, incluso hablando de primeros amores imposibles con los versos rodeados de paisajes neón y relojes de plástico azul, noto cómo la voz poética se para a un costado de la memoria acompañando y testimoniando cierto «estar en paz». Pienso en mirar en retrospectiva desde ese punto donde notamos que ya hemos crecido, que no nos duele lo mismo o que nos duele en distintas partes. Pienso en esto al comparar la plaquette con el libro. Pienso en trayectoria.
Me gusta que el libro comience con una instrucción casi dada:
«Lo primero / es que la música / esté buena […] // Cada palabra es la voz / entre planos, / el silencio de las geografías, / cuerpos / en su esplendor».
Después los siguientes versos, en el opening, el poema que se titula: «Deja de huir».
«No imaginas / pero imaginar / lo es todo / ahora entiendo».
Y yo con eso entiendo y veo cómo la autora decidió apostar por su proyecto, dejarse llevar, ir por las alegrías grandes en lugar de refugiarse en los pequeños espacios/burbujas donde luego nos meten/metemos. Una escritura libre que se despoja y desmarca de los requerimientos burocráticos que marcan la poesía contemporánea y joven a lo largo y ancho del país. Primera probadita otaku, ¿nada mal, eh?
El capítulo 1 comienza con:
«Despiertas un día / y estás enamorada de alguien que no existe. / No importa cuándo leas esto».
Este poema es un hecho y también una mezcla entre el lenguaje, neologismos, construcciones hechas con pixeles y eso que ocurre dentro, eso que nos lleva a sentarnos a cada quien en el suelo de su casita abrazándose el cuerpo con ambos brazos, eso que nos lleva a un punto en común, una experiencia humana, ¿qué es la poesía sino eso?
En «Alguien debe pilotear la nave» los versos de apertura ya me llevan a otro lado. Un ejercicio de rememoración y una visita a la infancia:
«En ese entonces hubiera preferido / quedarme sentada en los cajetes de la escuela. / Las bombas caían sobre la ciudad / que es mi propia vida».
Y así sé que Paola no le hizo caso a la psicoanalista, ¡y qué bueno!, de la que hablaba en A veces soy un semáforo con todas las luces encendidas, donde dice:
«Mi psicoanalista / insiste / en que deje de / compararme con la ciudad // una torta ahogada / la zona cerrada del centro, / la línea 3 del tren ligero.»
La diferencia entre el primer poema y el segundo es, pienso, una cuestión de actitud: no cambió la ciudad, cambié yo. Valentía, pues.
Más adelante, está Kurikitatakae con los siguientes versos:
«Me dijiste / pelea […] // Recibir con la cara en alto, / el balonazo accidental en las canchas / escupirles los zapatos a los niños malos / que quieren / reírse de ti. // Volarles el balón».
Y ya desde ahí se sabía que Paola tendría una actitud confrontativa, combativa, desde el cuerpo, desde la cara en alto y el escupitajo.
Luego, en «Quisiera tener siempre el cabello lindo como esas monas del anime», Paola nos permite atestiguar uno de sus deseos:
«Haciendo un recuento en mi mente / no recuerdo la primera vez / que deseé algo con tantas ganas / pero siempre / quise peinarme sola».
No lo entenderías si no fuiste una niña de pelo largo y muchas ilusiones…
Paola, frente a la mirada de esas mujeres adultas que reprenden y reprimen:
«Alguna vez pensé pelucas, pero / las señoras de la cuadra insistían / qué bonito pelo tienes, / mis tías, las mamás de mis amigas; / qué sabrán esas señoras de Sailor Moon».
En «Hay días en los que me siento pésimo (tal vez borre después)» vemos quizá uno de los puntos más oscuros del poemario:
«Hay días como hoy / que cierro / la puerta de ingreso / y quedo atrapada entre el pasillo / y mi departamento / sentada en los escalones / sucios / con las luces / completamente apagadas».
He sido.
Una constante en el poemario es la comparación. Ese mecanismo que las redes sociales dispararon hasta el cielo y que se encuentra en poemas como «Cada día me tomo menos fotos», «Físicamente estoy aquí, pero mentalmente estoy en las calles de Akihabara», «Deja de compararte con alguien que no existe», «Nuevamente frente a una pantalla». Y ese poema de la página 125 que no podrá detenerme porque tiene un título que yo no sé leer. La comparación, entonces, viene con versos como:
«La felicidad puede / compararse con esto, / estoy segura»
o
«No cae la misma luz / sobre mi casa que / sobre sus vidas».
o bien,
«Todo por / husmear la vida / de los otros, / quiero decir, descansar, / revisar cuántas personas / existen mejor que yo, / menos cansadas que yo, / más hermosas que yo. / Por lo menos sin este sudor / entre los lentes y la nariz».
En el capítulo 2 encontramos ¡la divinidad del algoritmo! con «#Blessed» y versos que permiten imaginar a los amores ficticios convirtiéndose en algo tan real como preguntarse «cómo nos la pasaríamos / en una tarde de lunes / con la casa limpia / hablando de cosas absurdas o poner / PAUSA / para admirar la luz / que sale de todas tus ventanas», o bien, declaraciones amorosas como «Me encanta que mi piel se arrugue/ aunque tú estés igual siempre» y «Su carne caliente / el pulso de miles de años. / Su corazón / en un recipiente / como mi corazón / en mi propio / cuerpo. / Se siente muy bien / que alguien te espere / al volver a casa».
Es tan simple y tan complejo. Nos arrugamos, estamos envejeciendo, dejaremos de ser jóvenes y ya con patitas de gallo y, ojalá, comisuras profundas al costado de los labios de tanto reír, reconoceremos que esa persona/personaje de la que nos enamoramos se mantiene igualita gracias a la imaginación. Cheers por Paola, porque ella lo vio antes de que fuera mainstream.
En el capítulo 3: «no mires fijamente / detrás de una pantalla quebrada / con todos los filtros encima, se desmorona / la imagen de tu rostro / van quedando pedacitos de plasma / entre las huellas dactilares». En el poema «Mis ganas de vivir abandonaron el chat» leemos: «encuentro que no / me encuentro bien / me miro el reflejo por horas / esperando que suceda algo».
Esa actitud frente al espejo, ese no mirarse a una misma sino saber que lo que ves es un reflejo, es probablemente uno de los puntos que revelan la naturaleza de este poemario, según lo veo: la distancia, el cuestionamiento, esa finísima línea que divide lo que somos de lo que dejamos que el mundo vea.
El estómago es también una parte importante en la obra de Paola. Lo siento, ahí veo cómo somatizo luego a través de la gastritis. Ese podría ser un buen resumen del cúmulo emocional que según cuentan los versos, a veces son bombas de tiempo, a veces una cita para mirar YouTube y no sentirse sola, a veces el corazón a punto de romper las dimensiones o hambre de las 6:00 pm.
Y más allá de todo, la muerte. En «¿Hasta cuándo viven los muertos en la red?» o en «En el cielo no hay wifi», Paola Llamas Dinero habla de cómo el internet con todo y su fugacidad se ha metido con la más permanente de las cosas: «Buscar a la mayor velocidad / la foto más reciente con el difunto / para decir: descanse en paz. / Las fotos una y otra vez / mientras sigo subiendo, camino / de puntillas entre lápidas / haciendo el menor ruido posible, / palabras dichas / para siempre / en este cielo saturado de mensajes». O en «Posibles finales felices para personajes muertos»: «Hay muertos que quisiera abrazar/ los siento muy cerca de mí / he aprendido a convivir con los recuerdos / darles una habitación caliente / con baño propio, / he buscado en Google algunos nombres / las fechas de sus muertes».
El capítulo 4 me da la certeza que necesitaba para no sentirme impostora mientras transito estas calles, ventanas, pedacitos de selfie luminosas: o sea, poemas. «Para el anime no existe manual de instrucciones. Pero es que para sentir, ¿se requiere manual de instrucciones?». Ya más confiada, entonces, tomo mi lapicito y voy subrayando los versos de los que he venido hablando hasta ahora.
Alegría es la palabra que usé para describir la obra de Paola, pero también es: «Baño de lágrimas / cascada de dolor / si yo fuera fantasma / sería una Llorona explosiva / no que deambula / sino que revienta / globos / rellenos de pequeñas dosis catárticas /cayendo desde lo alto».
Por último, en el ending, la poeta y su nostalgia, la poeta y su mundo, la ciudad que es su vida, la ciudad imaginada (quizá Tokio), quizá señales divinas que digan: «En tus sueños / hemos saltado desde / las copas de los edificios / nuestra ropa es hermosa / y nuestro cabello / y nuestras expresiones faciales». La poeta y sus poemas para dejar de huir, pero también para irse y dejarse llevar, pero sobre todo para llevarnos de la manita a los otakus y a cualquiera que se haya enamorado de alguien que no existe.
Poemas para otakus, de Paola Llamas Dinero. Almadía, 2024.