Muerte de un poeta
¿Qué estará pensando Gonzalo
Rojas qué poema imposible
estará fraguando su mente
en estos dos meses de agonía
qué pacto insondable
con las sombras?
Dijeron que se hallaba
en estado de sopor
Dijeron que le quedaban
dos días de vida
Pero yo me dije: el que supo vadear
las aguas de lo Oscuro
no se va a hundir tan fácilmente
en el río Aqueronte
No va a cantar victoria la Muerte
no va a izar sus negros pendones todavía
Y es así como Gonzalo Rojas
hondamente caído al fondo de sí mismo
pero colgando de una hebra
de esta vida
le dijo a la Muerte:
Un poco de paciencia amiga mía
no se ponga nerviosa
déjeme terminar este poema
como Dios manda
Y se pasó dos meses pergeñándolo
mientras los médicos iban
y venían de su cuarto
sin entender por qué
ese hombre seguía respirando
Puso el último verso
en la postrera estrofa de su vida
y el tiempo se detuvo
en la fecha precisa:
veinticinco de abril de dos mil once
Estoy listo le dijo a la Muerte
No tengo nada más que hacer
en este rumbo
Miró con ternura
su cuerpo tendido en la cama
se dio un beso en la frente
y desapareció en el infinito
con una sonrisa en los labios
Digo yo
¿Y si Dios no fuera tan grande como dicen
sino del tamaño de una cabeza de alfiler?
¿O más mínimo aún: quizás como un átomo
o como una partícula subatómica?
¿O acaso más pequeño: tal vez como un quantum
de una nimiedad inconmensurable?
¿Y qué tal si no fuera el Ser Supremo
sino el ser supremamente ínfimo?
¿Y qué tal si hubiera creado al hombre
a imagen y semejanza suya?
Digo yo
Reloj de pie
I.
En mi casa
tengo un reloj de pie
que me saluda cada hora
con melodiosas campanadas
De noche camina
se para junto a mi cama
y se queda en silencio
velando mi sueño
hasta que despierto
Después va a la cocina
me prepara el desayuno
y regresa a su sitio
contra la pared
Y así
día tras día
noche tras noche
Cómo me gustaría
hablar con mi reloj
cómo me gustaría
preguntarle algo
que toda la vida
he querido saber
Cómo me gustaría
Pero tengo miedo
tengo mucho miedo
de que me responda
II.
Mi reloj ha muerto
Murió
como siempre vivió:
de pie
Se le fue
descascarando
el barniz
poco a poco
Para avanzar
sesenta minutos
se demoraba
dos horas
Daba las campanadas
muy bajito
con un sonido
casi imperceptible
Una tarde
las manecillas
de mi reloj
se detuvieron
y el péndulo
dejó de oscilar
No quise sacarlo
de su sitio
y enterrarlo
en el patio
Lo dejé ahí
contra la pared
hasta que se convirtió
en un montículo
de cenizas
Puse las cenizas
en una pequeña
caja de chocolates
Ahora la cajita
da la hora
puntualmente
Y toca música.