Los albañiles
Viéndoles comer así, sobre el armazón que ellos mismos
han erigido, diríase que son los verdaderos dueños de
la casa. Pasean a sus anchas por el esqueleto del salón
mientras comparten el almuerzo, despreocupados de
imaginarios aparadores y alfombras. Me gusta mirar
su desparpajo al raso, su alegre deambular que no
augura paredes venideras. Tiene cualidades intangibles
esta hora grata en que enmudecen las hormigoneras
el único fragor es una risa abierta, sin techumbre.
Captatio benevolentiæ
Impedimenta de la vida al genio
que acaso no somos:
enseñar cada semestre los verbos irregulares,
comprar cada semana las patatas…
¿y quién dijo que el yo era una deidad
de ascendente culto?
En la tierra sucia de las patatas,
en los errores de gramática
late lo que acaso sí somos:
no genios. Manos, lenguas,
seres no preferentemente duales,
dócil presa
(como en la tierra el surco,
el balbuceo primero)
de una identidad que es forma
de las cosas y en las cosas,
y que acaso —sólo acaso—
en las noches tempranas de otoño
con su lento rumor de hoja caediza
alza unas palabras sobre el humo
de la eternidad…