Poemas / Francisca Ricinski

Ni despierta ni dormida

La nada no es lo que hasta ahora me había asustado. Entretanto le he puesto una serie de nombres. También se llama Godot, pero sin el «Esperando a…»

Lo que me sucede, sucede sin advertencia, también la llamo Sahara, no porque el desierto sea una nada, sino por su nombre, sobre todo cuando se separa por sílabas lentamente y con ternura. Entonces la nada prolonga su efecto, a pesar de haber comenzado a desligarse del tiempo.

Todo comenzó con la nada en casa. De pronto me llamó una taza de café desde el ropero. Sobre la mesa los libros llenaban unos platos multicolores. De una historia espeluznante fueron desapareciendo la sonrisa sarcástica y la pujanza de la guadaña, ardiendo en llamas como en guarida de dragones. Una lechuza empedernida quería meterse volando por el embudo del altavoz del gramófono, haciéndome guiños para obligarme a acercarme cada vez más.

¿Era la nada en su comienzo un alejamiento autoanimado de lo que yo ya conocía o habría esperado?

O era más bien mi íntimo deseo de ver estas cosas —pues sólo me rodeaban cosas— su manera de oponerse a un orden establecido o de rebelarse contra lo previsto, aunque se comportasen como dementes en el intento? ¿O era yo la que divagaba en mí misma, como errando a través de un paisaje extraño de tazas y libros, y de una lechuza en el embudo de un gramófono?

Al cabo de cada pregunta en espiral, se oían gemebundos suspiros. De pronto un silencio. Ni formas, ni bifurcaciones, ni claros. Sólo una niebla ascendiendo, como otrora el universo.

¿Por qué entonces me importuna el recuerdo de aquella vieja cerradura herrumbrada, desde la cual —como de la nada— había surgido una pequeña y modesta ortiga?

 

Despertar

Era tan grande como nuestro perro, cuando creía que el oeste se encontraba allí en la pared, donde colgaba el tapiz de girasoles, aunque éstos siempre giraban hacia el norte.

Más tarde surgieron palabras locas, cuando así comencé a escavar al Mar del Este en el Mar del Norte, siete veces más calmo bajo mis barcos cargados de semillas y granos de girasol, siete veces más azulnegros y rojos con destino a mi país llamado Oriente, hacia el cual me dirigía como semiestrella.

De pronto desprendida de la cadena de planetas, vagando por encima del mar y de las calles, retorciéndome de dolor como toro herido, me transformé en un país algo más grande que mis ojos, ni azul ni negro, ni pleno de estrellas,

un país de sangre y chispas, que fluían inquietas de norte a sur, al este…

 

En tus zapatos llenos de arena

La casa que llevé de prisa a nuestra nube se vino abajo en medio de la tormenta por faltarle aún los puntales o por la luz que encandilaba, haciendo caer relámpagos sobre el techo.

Ningún Ararat pudo sostener al arca, la que llenábamos por completo con poemas hasta llegar al mar sin hacer preguntas. Ni de nuestro nido de suelo pisoneado y blando quedó rastro alguno, sólo un escamado pozo cercado de extraños.

Hubo noches de arena quieta en las que cupe en tus zapatos, y días en los cuales el único árbol del frente de la casa nos ofrecía aceitunas, nos mecía y alzaba, jugando a atraparnos como si fuéramos niños, o echándonos agua de lluvia y risas, como sólo los árboles suelen.

Y más pobres aún que otras veces, volver a enfrentarse a la mar y a la nube, pradera sin dueño, cargando sobre el lomo madera, ladrillos y adobe ….

Versiones del alemán de Ines Hagemeyer

 

Weder wach noch schlafend
Das Nichts ist nicht mehr das, wovor ich bisher erscrak. Inzwischen hab ich ihm mehrere Namen verliehen. Es heißt auch Godot, allerdings ohne „Warten…“
Was mir geschieht , geschieht unverkündet, ich nenne es auch Sahara, nicht weil die Wüste ein Nichts ist, sondern ihres Namens wegen, vor allem wann man die Silben langsam und zärtlich trennt. Dann wirkt das Nichts etwas länger, obwohl es sich von der Zeit abgelöst hat.
Es begann mit dem Nichts in der Wohnung. Auf einmal rief mir die Kaffeetasse aus dem Kleiderschrank zu. Die Bücher füllten die bunten Teller auf dem Esstisch. Aus einer Gruselgeschichte verschwanden das hohe Grinsen und der Schwung einer Sense, lichterloh, wie bei den Drachen. Die Eule wollte unbedingt durch den Trichter des Grammophons fliegen, und mich drängte der blinzelnde Fluter noch näher an sich.
War das beginnende Nichts ein selbstanimiertes Abrücken von dem, was ich schon kannte oder erwartet hätte? War es eher mein Geheimwunsch, diese Dinge – da mich nur Dinge umgeben — zu sehen wie sie sich gegen meine Zwangsordnung oder Vorbestimmung auflehnen, selbst wenn sie sich dabei wie Irre verhalten? Oder irrte ich selber durch mich wie durch eine fremdartige Landschaft aus Tassen und Büchern und Eule im Grammophontrichter?
Nach jeder Spiralfrage ein Wimmern und Stöhnen im Raum. Nun ist es still. Keine Formen, Verästelungen und auch Lichtungen nicht. Bloß ein Nebel von unten nach oben, wie einmal das All.
Wieso fällt dann über mich die Erinerung an jenes verrostete Schloss aus dem — wie aus dem Nichts — ein scheues Brennessel—Pflänzchen entsprang?

 

Erwachen
Fast so groß wie unser Hund, glaubte ich, Osten sei dort, wo der Teppichmit Sonnenblumen an einer Wand hing, obwohl die stets nach Norden schauten.
Später kamen auch irre Worte dazu, und so fing ich an, eine Ostsee in einem Meer des Nordens zu graben, sieben Mal ruhiger unter meinen mit Körnern und Sonnenblumenkernen beladenen Schiffen, sieben Mal schwarzblauer und röter für mein Morgenland, wohin ich als halber Stern zog.
Von der Planetenkette aber schnell abgeschnitten, gefallen, umher-ziehend über Meer und Straßen, mich windend wie ein abgestochener Stier, wurde ich selbst ein Land, ein wenig größer als meine Augen, weder blau noch schwarz noch sternenvoll,
ein Land aus Blut und Funken, unruhig fließend von Norden nach Süden, nach Osten …

 

In deinen Schuhen voller Sand
Das Haus, das ich in Eile zu unserer Wolke brachte, stürzte im Sturm ein. Es fehlten ihm noch Balken oder es war das grelle Licht, das überm Dach blitzte.
Kein Ararat hielt unsere Arche fest, die wir bis oben hin mit den Gedichten füllten und dann aufs Meer, ohne zu fragen, setzten, und selbst unser Nest, mit weich gestampften Boden, nichts blieb davon, nicht mir, nur ein geschuppter Brunnen, von Fremden engezäunt.
Es gab die Nächte, noch sandig und still, da passte ich in deine Schuhe rein, und die Tage, als der einzige Baum vor dem Haus uns aufnehmen wollte, uns mit Oliven füttern und schaukeln, hochwerfen und fangen, wie eigene Kinder, oder Regennässe über uns schütteln und lachen, wie nur die Bäume es tun…
Viel ärmer als vorher, nochmals vors Meer treten und vor die Wolke, die herrenlose Wiese, Holz auf dem Rücken tragend und Ziegelsteine, Eimer voller Leim …

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