Cedro blanco.
Cedro blanco para la mesa.
   Sin clavos.
Cedro blanco para sostener
   los platos
   los vasos
   los libros.
El cuerpo en una esquina.
Cedro blanco para sostener
   las flores
   el cuerpo
   la esquina.
La silla está en el lugar de la mesa
una luz entra por la ventana
   hacia el hueco que dejó 
los pétalos de las flores
   cayeron 
   podridos 
   se pintaron de café
el mundo suena más sordo
   más lento
   más quedo 
   más constante
las voces anuncian 
   lloran
   lamentan
me llevan a mi propia
   madeja.
Un vestido se desliza por el cuerpo.
Al cruzar las rodillas
   detiene el olor de su textura.
No son los colores de la noche
   son los hilos de su trama
   los que cruzan la oscuridad.
Detenida, también
   la memoria ata sus manos a los tobillos.
   Un olor a vino
   cruza la puerta
   un olor a perfume
   sale por la ventana
   un olor a sudor se detiene en el cuerpo
   las piernas
   rasgan el último pedazo de seda.
El árbol de flores amarillas.
Brazos extendidos
   hacia el horizonte.
Hacia la pupila
   de la cámara que fija su tallo
   en la cabeza del niño que lo escala. 
La historia del árbol
   se terminó cuando arrancaron sus raíces
   desde el centro de la casa
y la rama moribunda
   rompió el vidrio de la ventana.
La silla, contra la silueta,
contra la luz,
   se borra despacio
   mientras alarga la sombra
   de la tarde que regresa.
Tengo una silla roja.
Tengo un gato sobre la silla.
Tengo un año y una mañana.
Tengo la sombra alentándome a seguir.
Otro año. Sentada sobre una silla roja
   para escribir sobre su silueta.
Encontré un mapache en mi camino al faro.
Instintivamente frené antes de ver
   el bulto en la banqueta. 
   Estaba muerto, tal vez atropellado.
   La peste del cuerpo se extendía 
   mientras las moscas zumbaban 
   alrededor de su antifaz. 
   Sentí pena. 
Un animal muerto, está frío, aunque tenga pelaje.
   Lo supe cuando acaricié a mi gato moribundo
   y sentí su cuerpo frío.
   Su pupila se dilató y cerré sus ojos.
   Es extraño, pensé, hace tanto calor 
   y está frío.
No hubo nadie para cerrarle los ojos al mapache.
Una flor deshidratada.
La luz golpeando el ventanal.
La cera de una vela que chorrea despacio.
   El brillo del polvo en la luz.
   El sonido diferente de la mañana. 
   Un jardín que despierta lejos del mar.
Una silla vacía, una taza roja. 
   La música de un radio que se apagó hace años.
   Cosas simples.
Ni visibles 
   ni palpables.