Poema escrito en un hotel de las afueras / Adolfo García Ortega


 En Jerusalén

 

Todo está escondido

El Zohar

 

No responde al nombre

por el que lo llaman,

no tiene la edad

que dicen que tiene,

no coincide su cara

con la foto de su pasaporte.

Es otro, definitivamente.

     Un asesino a sueldo

del mundo pasado.

Pero cuando una cantidad

más bien pequeña

de pensamiento

respira por su boca,

admite

que su historia no le gusta,

y, sin embargo, es todo

cuanto tiene: exhala

la biografía del otro que es,

los hechos fríos como hielo,

es decir, para ser exactos,

todo un pueblo dentro de él

que pugna por contar

cada minuto de su pasado.

     Carne que habla,

espíritu inquieto, piel indomable.

Lo ha leído en un libro

antes que el sopor de la tarde

lo metiera en un sueño

donde la piel era indomable

y la carne hablaba.

Al despertar lo recuerda así:

sólo tiene la historia

de cuando las flores eran de cristal,

y se siente una fruta exprimida,

una última gota,

un último acento agudo.

Busca un anillo abandonado

en el fondo del cajón

de la mesilla del hotel,

lo hace siempre, animoso,

porque sabe que un día

lo encontrará,

un día será el día de las apariciones.

Volvería a la casa

donde hizo el amor

pero tal vez a esa hora

esté ya vacía,

por eso caminará por las calles

hasta la Ciudad Vieja,

y pensará en su madre

y en cómo lo vería a él

ahora que es otro.

¿Me reconocerías, madre?

Una madre siempre sabe,

una madre no enloquece

fácilmente.

Su madre le compró ese reloj

que ahora él da cuerda

y así durante años,

sin pensarlo,

como una rutina

que encierra una esperanza,

que encierra, a su vez,

una presencia

envuelta dentro de una rebeldía

que esconde un combate

librado a todas horas.

Sale del hotel,

va hacia el Markhane Yehuda

camino de otra calle

de la que no quiere hablar

porque se le representa

también en sueños,

una calle cerca de un museo

en uno de cuyos portales

se refugió de la lluvia

una vez para besarse.

¿Quién era ella?

¿La dueña de la casa

quizá ahora vacía?

Un asesino a sueldo

del mundo pasado

ya no tiene prisa por llegar

a ninguna parte.

La llama agitada

en la vela efímera

no es asunto suyo.

Hasta el corazón de la ciudad

se encamina,

hasta el corazón feliz de la ciudad

donde ya estuvo

cuando era quien hoy es

el buen asesino.

 

 

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