En Jerusalén
Todo está escondido
El Zohar
No responde al nombre
por el que lo llaman,
no tiene la edad
que dicen que tiene,
no coincide su cara
con la foto de su pasaporte.
Es otro, definitivamente.
Un asesino a sueldo
del mundo pasado.
Pero cuando una cantidad
más bien pequeña
de pensamiento
respira por su boca,
admite
que su historia no le gusta,
y, sin embargo, es todo
cuanto tiene: exhala
la biografía del otro que es,
los hechos fríos como hielo,
es decir, para ser exactos,
todo un pueblo dentro de él
que pugna por contar
cada minuto de su pasado.
Carne que habla,
espíritu inquieto, piel indomable.
Lo ha leído en un libro
antes que el sopor de la tarde
lo metiera en un sueño
donde la piel era indomable
y la carne hablaba.
Al despertar lo recuerda así:
sólo tiene la historia
de cuando las flores eran de cristal,
y se siente una fruta exprimida,
una última gota,
un último acento agudo.
Busca un anillo abandonado
en el fondo del cajón
de la mesilla del hotel,
lo hace siempre, animoso,
porque sabe que un día
lo encontrará,
un día será el día de las apariciones.
Volvería a la casa
donde hizo el amor
pero tal vez a esa hora
esté ya vacía,
por eso caminará por las calles
hasta la Ciudad Vieja,
y pensará en su madre
y en cómo lo vería a él
ahora que es otro.
¿Me reconocerías, madre?
Una madre siempre sabe,
una madre no enloquece
fácilmente.
Su madre le compró ese reloj
que ahora él da cuerda
y así durante años,
sin pensarlo,
como una rutina
que encierra una esperanza,
que encierra, a su vez,
una presencia
envuelta dentro de una rebeldía
que esconde un combate
librado a todas horas.
Sale del hotel,
va hacia el Markhane Yehuda
camino de otra calle
de la que no quiere hablar
porque se le representa
también en sueños,
una calle cerca de un museo
en uno de cuyos portales
se refugió de la lluvia
una vez para besarse.
¿Quién era ella?
¿La dueña de la casa
quizá ahora vacía?
Un asesino a sueldo
del mundo pasado
ya no tiene prisa por llegar
a ninguna parte.
La llama agitada
en la vela efímera
no es asunto suyo.
Hasta el corazón de la ciudad
se encamina,
hasta el corazón feliz de la ciudad
donde ya estuvo
cuando era quien hoy es
el buen asesino.