Oaxaca, 1979. Su libro más reciente es El arte es un gato (Veinti6 Veinti8, 2023).
1
Se trataba de un proyecto que mamá y papá tuvieron en la juventud. Cuando decidieron adornar la habitación, fueron con un hombre que se dedicaba a la compra y venta de universos. Para empezar, el vendedor les mostró un cometa, una Luna y una Tierra. A mamá le pareció muy costoso el cometa.
—Es porque expide su estela de luces —respondió el vendedor.
A pesar del costo, papá dijo tener ahorros y lo compró. El dueño de la tienda desapareció del local y volvió cargando una polvorienta caja.
—Seguramente no han pensado en que deben tener un fondo. Así que les tengo este; suelen ser económicos, por su cualidad inerte y abismal.
Desocuparon la recámara de visitas y levantaron la oscura bóveda. Colocaron los únicos astros que tenían. El panorama lucía muy austero. La meta fue enriquecerlo. Mamá tomó un trabajo extra. Papá comenzó a abrir la ferretería los fines de semana. A veces los días eran agotadores. Instalaron una colchoneta por el gusto que les daba quedarse a dormir en esa recámara. Después de unos meses, hicieron cuentas y juntaron lo suficiente para comprar algunos soles.
2
El vendedor les dio indicaciones a mis padres: debían calcular las dimensiones de su proyecto y tomar medidas de los planetas en donde pudiera existir vida. El diámetro del Sol debía ser 107 mayor que el del planeta habitable. Unos meses después, el dueño de la tienda los consiguió y los guardó en cajas metálicas para evitar quemaduras en las manos. La habitación se llenó de soles hinchados de luz. Después obtuvieron asteroides, cúmulos galácticos, meteoritos y nebulosas.
Mamá me contó la felicidad que les había dado poder contemplar su primer eclipse. También su frustración por la ruptura de un pedazo de tela.
—Esa misma noche conseguí hilo y aguja, y no dormí hasta que estuvo reparado.
3
Los hijos del vendedor habían heredado la tienda. Descubrieron que el negocio crecería si los universos incluían el efecto del tiempo, acontecimientos naturales, la evolución de seres humanos y la fundación de ciudades.
El mayor trabajo para mamá y papá consistió en nutrir las tierras de bosques, lagos y océanos; la flora, la fauna y la vida marina; la muerte de una gigante roja, el nacimiento de una supernova; la alineación de estrellas; celebraciones de pueblos enteros, bebés naciendo del útero materno.
4
Un día se detuvieron al no saber qué más podían agregar.
—¿Ya te diste cuenta?
—¿De qué?
—Nos convertimos en dioses.
—¡Dioses caídos en la frustración!
—Tal vez. Supongo que los humanos de todos estos planetas son más felices que nosotros.
Concluyeron que en todos esos años sólo habían perdido el tiempo. Ni siquiera se habían dado la oportunidad de tener hijos. Así fue como papá llegó a la conclusión de que lo mejor era vender el universo.
—¿Venderlo? ¿Estás loco? Toda nuestra vida está aquí.
—Lo sé, pero, ¿qué quieres hacer entonces? ¿Vamos a mantenerlo mientras envejecemos?
—Ahora mismo no tengo una respuesta.
—Ya no podemos ser esclavos. Nos olvidamos de nosotros. ¿Recuerdas la última vez que salimos a cenar? ¿O del último viaje de vacaciones?
—Entiendo, pero piensa que al abandonarlo todo… los habitantes en cada planeta, los animales y…
—Lo sé, terminarán muriendo, pero en unos años nosotros también.
Fue difícil la decisión de clausurar la recámara. Se dedicaron a vivir para ellos. Pagaron deudas. Tuvieron que aceptar la futura realidad.
5
Aunque fue a una edad avanzada, papá y mamá habían decidido comenzar desde cero. Así fue como creyeron oportuno adoptarme. A pesar de que eran mayores, se esforzaban por convivir como si se tratara de unos padres jóvenes, por llevarme a todas partes y celebrar mis cumpleaños.
Una tarde los escuché hablar de la habitación cerrada. Cuando les pregunté el motivo, intentaron minimizar el tema.
—Es sólo que está hecha un desorden.
—Cuando dicen desorden, ¿a qué se refieren? —insistí.
Papá me dijo que lo acompañara. Avanzamos por el pasillo hasta llegar al cuarto. Fui el primero en entrar. Me quedé de pie, mirando el mortuorio escenario. Papá me animó a explorarlo.
Mamá estaba de pie, bajo el marco la puerta.
—Fue una de las mejores experiencias de nuestra vida —afirmó.
Abarqué cada centímetro de la habitación, contemplando el oscuro espacio. Me detuve frente a un planeta rocoso y examiné su circunferencia. Sobre la línea ecuatorial distinguí un pequeño lago.
—¡Es agua! —exclamé.
Miré a mi padre. Supo al momento que le estaba pidiendo aquel planeta. Mamá se apresuró en responder:
—Es todo tuyo. Cuídalo. Mantenlo vivo.