Siguen dormidos en las bancas.
Quizá estuvieron despiertos
una buena parte de la noche
cuando la plaza es suya
y la iglesia los cuida
con su sombra que ya no necesitan.
Al despertar se sientan con su equipaje
como si esperaran en alguna estación.
Después del mediodía se van a la otra plaza,
la que no tiene iglesia;
andan por ella como por su casa.
Se lavan, se peinan en la fuente;
los que pasamos fingimos que no están,
que su vida transcurre en otra parte,
en un tiempo cortado a su medida
que roza levemente el nuestro.
Son un día remoto
que ha llegado a instalarse;
una intemperie que ya muchos llevamos en el fondo.