Ante todo, quiero agradecer a Silvia Castillero, y por su intermedio a Luvina,por esta oportunidad que me brindan de decir, de pensar, de compartir decir y pensar —y, por tanto, testimoniar—, de alguna manera evaluando cuanto hice de mi elección de trabajar con la palabra.
Esto sucede en momentos en que, por la fuerza de gravedad a la que está sujeto todo lo vivo, el camino que me presenta el retrovisor es bien nutrido, en tanto que el espejo delantero es estrecho, breve y enigmático.
También ocurre en tiempos en que, gracias al entusiasmo del compilador Mariano Rolando y de mi editora argentina, Leviatán, se reeditan mis cuatro primeros libros de poesía, bajo un título exacto: Los años argentinos 1963-1972.
Tras un par de arduas relecturas llegaron las pruebas. En esos días me topé con un recorte de Le Monde, de una entrevista a Michel Butor, quien a los ochenta, como yo, tuvo que rever, con miras a su publicación, sus escritos de los veinte años.
Así, casi se vio obligado a sumergirse, y de manera muy atenta, en la superficie del texto, explorar, concentrarse en una coma y, como un arqueólogo, soplar el polvo acumulado por su hallazgo. Sortear asperezas. Eliminar —si uno se atreve— uno que otro ripio. Se haga lo que se haga por evitarlo, se inicia entonces un viaje en la máquina del tiempo, a veces montaña rusa, a veces tedio en larga planicie. Corregir esas pruebas significó para mí, y valga la redundancia, una dura prueba. Casi iniciática. «Se trata de saber si uno podrá aguantar el combate consigo mismo», insiste Butor. Para mí, además, se sumó comprobar a través de esos libros mi propia evolución respecto del tema género. Había caminado de los estragos ocasionados por el amor romántico a un combate más social y feminista. También supuso amargura y desencanto ante fracasos mayúsculos, como la esperanza aún fallida de lograr el aborto legal en Argentina. ¿Me iré de aquí sin que las mujeres obtengamos el derecho a disponer legalmente de nuestra propia anatomía?
Constante que comienza en esos años mozos es mi reflexión sobre el tema de Luvina 95: qué fue para mí la libertad creadora y cómo la dije con la herramienta que, al menos eso creo, mejor manejo y conozco. De ahí en adelante se fue imponiendo en poesía como temática que remolinos, naufragios y agonías propias de la pasión fueron dando lugar a la búsqueda ética de justicia, una sed permanente que espero me sobreviva.
Recuerdo también de paso una definición primera que brindé de poesía y nunca publiqué. Decía:
Poesía siempre rebelión.
Poesía, todo lo que elegiste no elegir.
Pese a la ingenuidad de esas dos líneas, no me avergüenzo de todavía comulgar con ellas.
En cuanto a las que siguen, me parece bien comenzar esta selección de textos con lo más preciado que tenemos o deseamos obtener:
Libertad libertad
es bueno que existan palabras feudo de una lengua
palabras que nadie puede llevarse a otro lugar,
barnizarlas, cambiarlas de finalidad y uso
ricochet
saudade
dépaysement
son un ejemplo
querida libertad libertad,
en cambio, va de mano en mano
atraviesa fronteras
virtuales
y rejas de prisiones
pasa por cernidores en ríos de lava y oro
después de tanto enjugarse con ella la boca
de siglo en siglo
los oradores y falsarios
mucha arenilla, mucho himno y sangre
se pierde en el lavado.
sin embargo
alguna pepita
queda
vale la pena por cierto
sólo por ella
haber vivido el viaje!
Nota: por esas paradojas del idioma, el penal de máxima seguridad de Uruguay, y de triste memoria por haber retenido en su seno a presos políticos durante la dictadura, se llama Penal de Libertad. Hoy es un shopping center.
Como no quiero maquillar, ni practicar cirugía alguna, buena parte de mis andanzas por la vida quedaron registradas, al menos en sus dos tercios, en el siglo pasado. Para colmo de males, el año en que nací fue el más sombrío y caníbal del siglo. Exijo irme en uno de mayor resplandor.
Dentro del descubrimiento en mi primera juventud de imágenes de un elenco de catástrofes que asolaron y suscitaron crisis bien graves en mi derrotero personal, por ende en todo lo que he escrito, hubo para mí una que colma en crueldad y perversión: lo aprehendido sobre los campos de exterminio, las «duchas» en las que las víctimas fueron despiojadas y, en un mismo acto, gasificadas para la eternidad.
Con frecuencia
con frecuencia pienso en las muescas de los campos
(de exterminio)
los débiles palotes
hechos con la última sangre de las uñas
casi en el cielorraso
ante la boca
falsa
de la ducha
los calendarios de desdicha
borrando días con clavitos
en las cárceles
las rayitas que vamos dejando en los muros
con nuestras vidas
y espejean en algún calendario
de cierto firmamento
pintura, aunque sea de brocha gorda
dolorida y silenciosa
bien rupestre
a mis lectores
Evalúo: en mi caso, todo, salvo la vida, todo estuvo subordinado a un poder mayor, la poesía, mi casa principal. Dentro de poesía incluyo, para facilitar las denominaciones, también mis deseos de narrar o de pensar, vale decir que agrupo el todo bajo una palabra que no sabe de límites ni fronteras: la escritura. Los compartimentos, las «dependencias» fueron desfilando en un «suma pero no resta»; cada habitación o espacio, incluso el desván, estuvieron, están, dedicados al servicio de «La» casa, la fueron enriqueciendo, poblando incluso a veces a pesar mío. Hubo sed de viajes y aventuras. Largas estancias en China y en Japón me abrieron los ojos a la relatividad de todos los falsos asideros, colmenares de prejuicios, como por ejemplo exclusiones y nacionalismos.
Hubo pasiones, profesiones, menesteres vampíricos, que ejercí un poco para sobrevivir, como el periodismo por ejemplo, otro por desentrañar hasta dónde te pueden conducir los enredos de la piel y la palabra, como la puesta en escena.
Curiosamente esas profesiones o devociones se me fueron dando por décadas, para después ir poniéndose entre paréntesis, sin desaparecer del todo, emergiendo, como en las polifonías vocales.
En forma paralela nunca dejé de escribir sobre heroínas, incomprendidas, desolladas por el momento histórico que les tocó vivir y que luego poco a poco la historia va descubriendo y algunas veces reivindicando. Me detuve en figuras como Janet Frame, Charlotte Salomon, Margherita Sarfatti…
Creo que viene a cuento un hilo rojo continuo que mantengo como poeta: tratar de decir qué es para mí el poema y qué exijo de mi palabra en el poema:
Cantilena de la bruja rusa
Coman de mi mano
palabritas
pero no dejen de ser
salvajes
radiantes
y precisas.
Coman de mi mano
palabritas.
Estofado
Escribir con la paciencia de un entomólogo, la displicencia
de un dandy y la febrilidad del buscador de oro.
El poema, la más frágil transparencia nupcial.
El patio del abuelo
estoy habitada por puñados, hatillos
racimos de palabras
con el nombre de pájaros, de panes y de vientos
cuclillo,
bienteveo,
tero-tero
todas descienden de un único limonero
un membrillar y una higuera
blasón, baluarte y escudo
lirio azul
de este mundo en heredad
Arte poética
alfa
El pescador conoce los aparejos, sedales, tanzas,
cañas, anzuelos y plomadas.
El pescador sabe tirar al agua
las palabras
que no sirven.
beta
Mezclar sin que se formen grumos
suave, con paciencia
pero con uno que otro golpe enérgico
indispensable
para llegar a puerto
y por milagro
despertar —otra vez—
hoy sin ayer
Tener en cuenta
que cortada, la nata ahuyenta
agriando el todo
sin remedio
El poema
primer hervor
flor de sal
velo más tenue de rocío
y fulgor último de un arcoíris
a punto de desfallecer
entre los pliegues del milhojas
anida miel
anida espanto
y machacona la cadencia
remota del danzón
La mano fértil
las plantas como las palabras crecen en forma inesperada
por tanto hay que modelarlas de acuerdo a su naturaleza, sin desdeñar el azar
yuxtaponer sin confundir ni empastar, dice
mostrando las palmas llagadas de otros brotes, otras podas
tras los rigores del invierno, la gracia
la rosa de Jericó es una rosa que se hace la muerta y cuando la asperjan
revive
con olvido
pero más que nada
con paciencia
Toc toc
se entra en poesía
se entra en religión
¿a qué otros lugares que no existen se entra de manera tan singular?
en puntas de pie
en alazán
a brazo partido
a codazos sirve poco
a lo más
un día y una noche de lluvia
porque el polvo
enamorado
es su franco
y mayor revelador
telonera
Cada quien va por el mundo (de la escritura) con su propia cartuchera de útiles. A mí el viaje me permite asirme a cortinas y telones. Pueden estar desflecados o desteñidos y ser incluso de papel maché. Teatro rico o pobre. Pero los necesito para que la gente, aunque enmascarada, me hable de cosas ciertas. O que creo que son ciertas. Para proteger mis entradas y salidas. Para ocultar trastos, muebles desvencijados, platillos de pocillos viudos; en el centro, invitante, la concha del apuntador, falsa esperanza de que alguien te sople el argumento porque suele estar vacía pero tiene una lamparita macilenta, una escalera estrecha, la entrada de un túnel. Alguna puerta se entreabre donde nace el poema y me pongo a salvo.
¿Qué decir pues luego de este abanico respecto del «mestiere di vivere, del mestiere di poeta», como los llamó el siempre admirado Cesare Pavese?
Que para muchos el oficio de vivir y el oficio de poeta se nos confunden en nuestra respiración, nuestras venas y el firmamento.
Que participo con ponderado entusiasmo en creaciones como las que me propuso Silvia Castillero, porque creo en la transmisión.
Y por la seguridad que la poesía, quiero decir la vida, gana, ganará la partida.