(Lima, 1976). Su libro más reciente es Ejercicios contra el alzheimer (Andesgraund, 2019).
Las lesiones del lenguaje, la lengua que tritura silencios, los destilamientos del asombro en barcos anclados. La pena que despena. Incidir y exceder las palabras supurando lo indecible. Las estancias de la cicatriz, la costura que se deshilacha como la vida. ¿Qué vida? La que escuece, la que cavas, la que navega estando quieta, la que abordas a todo babor, la que no sabes de qué se trata, la incurable, la de pájaros restauradores de los cielos que tocaste, la imperdible, la que es comarca arrasada por bandos contrarios en tu mente, y la que se erige isla sitiada por los anhelos como peces transparentes y escurridizos. La entubada, la de cuidados intensivos, la que se interna para nunca más salir si no es volando, fugando o reinventándose. La de adentro. La vida ida. Y así se cuaja el silencio en ejercicios de lenguaraz, así se retira la venda para no ver y por fin mirar lo que navega. Así ibas rumiando el rumbo mientras atravesabas el pasillo en una camilla como una barcaza de entre guerras. Los peces como pacientes en los umbrales de los cuartos te saludan e invitan a desembarcar. No quieres. Así debería navegar sin puerto, te dices, mientras el enfermero no sabe si vas a cuidados intensivos o a psiquiatría y relee la orden médica. Sonríes. Todo es comprensión de lectura, pero somos pésimos actores que llegamos en un río paralelo a otra isla, a otro puerto que se deconstruye apenas lo tocamos con el anhelo de quedarnos. Fluimos como el antibiótico dorado por nuestra carne adorada por algún gusano pasajero, no deseamos permanecer más que lo que desparece en el suelo soleado el escupitajo. La maroma médica como un aplazamiento, un zurcido invisible para lo incurable. Este decir que se escurre por el sumidero de lo eterno, poesía, caudal, remedio vencido, manos de mamá palpando la fiebre, párpados que se cierran como un poema dormido.