El Canto v no habla de la humedad en las paredes,
de las sábanas frías y los goznes que rechinan con una agudeza insoportable.
No habla de Helena, cuando ésta regresa de Troya en la nave de su marido;
su marido celebra en el puerto su llegada y ella —sola— se enfrenta a las puertas de su casa,
les habla, se duele ante ellas, sabe lo que ha vivido y reflexiona —inquieta— por su futuro.
El Canto v de la Comedia no habla del mar, de los jóvenes que juegan en la playa,
tampoco de la noche.
El Canto v es puntual, claro en la intensidad de su trazo,
en la intención del autor. No repara en paisajes, en personas
que aparecen y desaparecen con la mayor facilidad. Tampoco habla de la ciudad,
de las calles
que la atraviesan; y que un día, habremos de transitar.
Me detengo, y el mundo se detiene conmigo.
El Canto v es lo contrario, es la evidencia de que nada se detiene;
mas toda la belleza que gira en el Canto v de la Comedia
no me toca, permanece como una lección en un libro memorable, un poema de culto,
una pareja donde ella habla y él calla. Se redactó a principios del siglo xiv;
desde entonces nos sigue asombrando la voz de ella y el silencio de él.
Giran como polvo, transitan como un autobús
en medio de la nada. Es un poema exacto y sumamente dramático
que no deja cabos sueltos: la historia es precisa, la emoción alta y los personajes
tienen tal estatura
que el drama, el beso y el asesinato se funden en un clímax que escapa a todo tiempo.
¿Baja Edad Media, primer Renacimiento? No importa: el cuñado es el cuñado
y lo hecho, hecho está.
La vida no posee tal limpieza, esa elegancia en el trazo, el peso de los personajes,
la dimensión que resuena a lo largo de los siglos entre los versos
de un verdadero poema.
Por eso el Canto v de la Comedia no habla de las sospechas de Helena,
de la ruidosa celebración de su marido,
del silencio que se desprende de los muros y la puerta de su casa. Es verdad que Helena
no se arrepiente de nada, pero su desasosiego, su duda, que
no está en el Canto v de la Comedia, la va paralizando. Esto no lo soñó ni lo cantó Homero
que estaba tan preocupado por la dignidad de los vencidos,
pero a lo largo del siglo xviii y principios del xix, un viejo poeta,
desdeñado y avergonzado por una jovencita de escasos dieciséis años,
cantó una Helena —casi al final de un largo poema— que jamás tuvo
esa altiva seguridad con la cual Francesca habría de fascinarnos
en el Canto v de la Comedia
que Dante sí soñó y escribió a principios del siglo xiv
seguramente horas antes de su salida de Florencia.