Oremos / César Arí­stides

 

a mis amados hermanos

 

cuando mi padre murió la primera vez
era sólo un niño bordado por el sol implacable
falleció de neumonía ferocidad triste
o de párvulo y mezquino paro cardiaco
lo acomodaron en una mesa taciturna y ríspida
quienes rezaban por su jardín de calaveras
remordían un rosario con sollozos de lava
piedras escapularios polvosos
entonces mi padre volvió de cielos harapientos
desertó feliz de los deleites del sepulcro
era un niño muerto y en madrugada despertó
sus ojos encendidos eran tímidos gorriones
maravillaron la zozobra de los dolientes
el niño respiró las acrobacias del incienso
los murmullos silenciosos de las veladoras
muerto en el dolor y lumbre en aurora
mi padre comió el pan sagrado y santidad súbita
sólo concedida por dios misericordioso
a quienes beben fulgor de los infiernos
y en su cuerpo diamantino de roble altanero
se yergue funámbulo sonámbulo candente crucifijo
mi padre murió y resucitó en su infancia
es una página enmohecida por flamas del apocalipsis
así pasó sus días de niebla y resurrección
de oficios múltiples y devociones rasgadas
su vida muerta en calles de mi ciudad intoxicada
regresó con los años al edén de la terapia intensiva
insuficiencia renal melancolía descuartizada
mi padre vendió libros y pan dulce para asustar la tristeza
estertor en cometa de sueños festivos diletantes delirantes
terminó sus días en hospitales catedrático en alucinación
en sondas y sueros cuyas gotas pacientes
labraron radiantes su mortaja
mi padre volvió a morir en el siglo recién nacido
luego de tanta lluvia de libros lienzos esparadrapos
y después de 17 años de enterrado
hoy mi padre falleció de nuevo en la madrugada
con su catecismo de humo en los ojos
me avisaron mis hermanos doloridos
hoy murió mi padre y bebimos el alcohol de sus nubes
nos abrazamos envueltos por el fuego de la redención
llegué borracho y santificado al funeral
lo encontré en una fosa y sólo cabía su esqueleto divino
había flores coléricas perfume de lluvia luces de fractura
úlceras de amapolas y nardos sombríos eran su lecho
me acerqué a rezar y un padre nuestro era cadáver de lirios
un difunto embalsamado un nogal austero y pálido
sólo se veían párpados tapiados se oía su resuello
el muerto respiraba en los inviernos
injerto desafiaba los avernos
mi padre abrió los postigos nos miramos
mis lágrimas petrosas abrasaron mis mejillas
el muerto tenía sed y me ofreció sus brazos
mi padre era flor de látigos trueno pensativo
el corazón astillado del aguardiente renacido
me acercó sus ramas grises la hiedra sus cardos
mi padre vivo y muerto rabioso y sagrado tenía sed
trémulo lo cargué para acostarlo en una mesa
donde espigas licores y promesas nos miraban asustados
pedí a mis hermanos su almohada de libros lumbre y hojarasca
mi padre tiene sed y ha vuelto de muy lejos
desde más allá de los espejos cubiertos de orfandad y velatorios
sus ojos son de dios de laguna y pedernales rotos
mi padre tan bello tan estrujado tan cadáver exquisito
por obra y gracia del relámpago hoy ha resucitad.

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