Preparatoria 18 / 2015B
En el lugar donde la noche descarga su belleza, el gato deambula sigilosamente; al compás de sus miedos, mueve su lastimada cola.
Amante del misterio y enemigo de la moral, el minino busca saciarse de pecado, seduce a un hombre, le muestra egoísmo y rencores gastados disfrazados de un corazón falto de sentimientos humanos y le dedica un pelaje barato necesitado de unas acartonadas manos, para así después abandonar al ingenuo individuo a su suerte.
Su conciencia le pesa, su aliento es escaso y sus remordimientos renacen al escuchar un ladrido a la distancia. Porque por más elegante, seductor y aventurero que se proyecte, el gato es en realidad un temeroso por instinto.
Mientras tanto del otro lado de la luna, un búho se posa sobre un lúgubre árbol, se encuentra frente al mundo escribiendo su destino.
La inteligencia que lo resplandece es la causante inmortal de que el taciturno búho sea arrastrado por el vendaval de la soledad.
Sus elegantes ojos observan sus desamores de antaño, sus fracasos. Es testigo de su propia muerte y cuando el silencio emerge para hacerse escuchar en medio de una desolada madrugada el búho teme por última vez.
Emprende el vuelo y ve del otro lado de la vida al gato que, entre los colmillos de un bestial canino, descansa por primera vez y es liberado de sí mismo.
Lejos de sentir indiferencia, el ave olvidada, desde antes de su existencia, siente un rayo de envidia caer sobre él porque sabe que, aunque las horas del gato fueron pocas, el júbilo y la libido hicieron de ese tiempo la primera de siete vidas por conquistar, mientras que el camino hacia el último suspiro del búho es una condena cuyo único fin es inexistente.