(Carlos Casares, Argentina, 1939). Recientemente se publicó su nuevo libro, Relecturas (Alción Editora, 2022).
Acabamos de perder al que ha sido y será el mayor talento literario de la Argentina por muchos años. En otra ocasión, bien podríamos decir en otra época, sobre una personalidad equiparable, se dijeron estas memorables palabras: «Él será expuesto aquí, vuelto visible a todos, inmenso, como si estuviera solo, condenado a una soledad monumental, eterna, mientras que su soledad secreta, dulce y humilde, lo atormenta ya bastante. Es como si le dijéramos: No te inquietes, ya te has inquietado bastante por nosotros. La muerte nos tomará a todos, pero no es seguro que ella deba llevarte también a vos. Tus palabras, van a representarnos ante la posteridad. Vos nos has servido fiel y lealmente. El tiempo no te destituye». Era Viena, era noviembre de 1936, el homenajeado se llamaba Hermann Broch, las circunstancias anunciaban días seguramente más terribles que los nuestros, quien hablaba era Elias Canetti. Y, sin embargo, entre los tantos sentimientos de cariño que este acontecimiento doloroso suscita, de un modo insistente se presentan las palabras de Canetti, como si todo balance de la vida y la obra de un alto intelectual provocara un movimiento similar: el del encuentro con una suerte de conciencia histórica encarnada necesariamente en algunas individualidades que, a veces por motivos muy íntimos, otras colectivos, consideramos especialmente significativas.
Merecido reconocimiento a la tarea prolongada y fecunda de uno de los intelectuales más lúcidos y comprometidos que dio la Argentina. Que continuó incansablemente hasta ahora, y que venía desde una juvenil militancia estudiantil que lo llevó, hace bastante más de medio siglo, a ser presidente de la Federación Universitaria de Buenos Aires (fuba), pasando por la participación en la histórica revista Contorno; la importante fundación de Zona de la Poesía Americana; su colaboración durable en la gran experiencia editorial y cultural que representó el Centro Editor de América Latina, continuador de la Editorial Universitaria de Buenos Aires (eudeba), su intervención, entre 1971 y 1973, en el Foro de Buenos Aires por los derechos humanos y en la publicación de los documentos sobre La represión en Argentina 1973-1974; su apoyo a la aplicación del Pacto de San José de Costa Rica a los presos de La Tablada; su vasta actuación en la cultura latinoamericana, hasta la empresa y culminación del gigantesco proyecto de una Historia crítica de la literatura argentina, concebida de un modo poco habitual y siempre revelador. Tuve el honor de integrar con él el primer subcomité del Programa Sur de Apoyo a las Traducciones, que creó el Ministerio de Relaciones Exteriores, y que nos acompañara a la Feria del Libro de Fráncfort, donde fuimos País Invitado en 2010, así como a la Feria del Libro de Guadalajara y al Salón del Libro de París, de 2014.
Antes, Noé vivió y enseñó varios años en Francia, donde además de ser testigo del Mayo del 68 fue protagonista de debates culturales intensos. Es por eso que, repasando las diversas intervenciones militares a las universidades latinoamericanas en los setenta, observaba que ninguna de ellas «se produjo nunca en circunstancias en que las universidades se limitaban a una rutina académica o a la creación de estructuras de servicio para el poder o para los sectores sociales representados en el poder; […] sólo tuvieron lugar cuando las universidades se estaban proponiendo algunos cambios en su práctica».
Después de haber enseñado en Córdoba, sido profesor titular de Literatura Iberoamericana en la Universidad de Buenos Aires en 1973 e impartido la materia durante el curso de verano de 1974 con una inscripción excepcional, debió salir de la Argentina y refugiarse en México, país que con generosidad abrió sus puertas al exilio de los acosados por las dictaduras del Cono Sur. Desde su llegada, fue uno de los fundadores, animadores y organizadores del cas (Comité Argentino de Solidaridad), su secretario entre 1977 y 1983, y quien durante todo ese período presentó una de las caras más visibles del mismo hasta su disolución. Fue uno de los mayores responsables de que, en tiempos tan difíciles, nuestro exilio fuera digno y constructivo, y ello mediante una actividad sin tregua.
Sin olvidar sus incontables poemarios y valiosos textos de ficción, una de sus contribuciones más brillantes tuvo lugar en el campo de la reflexión y de la investigación sobre la literatura, su fuerza y trascendencia, sus contactos con la sociedad. Desde una primera «Propuesta
para una descripción del escritor reaccionario», publicada en Pasado y presente, en 1963, hasta numerosos libros donde aborda dicha problemática: Escritores argentinos. Dependencia o libertad (1967), El fuego de la especie (1971), Producción literaria y producción social (1975), La memoria compartida (1982), Las armas y las razones (1984), La vibración del presente (1987), El mundo del ochenta (1998), entre decenas de otros textos.
Noé apuntaba siempre hacia los contextos políticos y sociales, desde la mirada de un quehacer cultural con leyes y avatares propios. De ahí que su pensar, a lo largo de los años, se constituyera alrededor de un eje fundamental: la crítica a la ideología burguesa de la literatura, crítica sostenida en pilares precisos: el de la escritura como práctica transformadora, el de la lectura como actividad, el de la crítica como trabajo. En su reflexión, escribir es algo más que el fruto de una inspirada imaginación; supone una tarea que modifica ideas, imágenes, lecturas y, sobre todo, lo recibido de la lengua. Y leer es, consecuentemente, «algo más que un mero enfrentamiento organizado de una mirada con algo escrito […] el punto por donde la política es fuertemente determinante». Tan política, podría agregarse, que las dictaduras «ejercen un control sobre la lectura, como si ya hubieran incluido en su estrategia de poder que la lectura, aun la más íntima, es el punto por el que la literatura se hace política, no literatura política sino política propiamente dicha…».
Noé Jitrik fue, pues, uno de los primeros en vincular de un modo íntimo estos campos con la actividad, con el trabajo, y en ver en el oficio no sólo un componente indispensable de lo humano sino un proceso de producción, tan legítimo, tan significativo como otros trabajos sociales. Y, por lo tanto, capaz de ofrecer a la sociedad, desde su ámbito específico, la utilidad, el aporte, para otras transformaciones necesarias. Ya sostenía, en 1967, que «lo revolucionario de un escritor consiste en la iluminación crítica que del mundo hace mediante la palabra y no en el sistema de declaraciones que inventa para protegerse del aislamiento o de la falta de esperanzas en la revolución».
Así, señalamientos éticos, ideológicos y políticos se producen desde un campo muy acotado, subestimado en la sociedad y poco influyente, pero que es un campo que Noé no se resignó a abandonar, antes bien, reforzó una y otra vez su instalación en el mismo y los argumentos para que ese espacio se consolide y jerarquice. Entre tantas otras cosas, entiendo que es también esto lo que debemos agradecerle.
Este texto apareció en el diario Página 12 de Buenos Aires, Argentina, el 7 de octubre de 2022.